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Casada con la verdad

 

Mi teléfono se quedó sin memoria por la cantidad de videos e imágenes que me llegaron por la cuarentena; el COVID, la gordura, la procrastinación, los negros cargando el cajón, el Apocalipsis, etc. 

¿Y todo esto porqué? Porque hay un temor intrínseco a la muerte que nos expone a reírnos pensando que a nosotros no nos tocará. Cómo si la muerte fuera peor que vivir sin un propósito. Y no sé ustedes, pero yo estoy viendo un desfile de ineptos que me hizo pensarlo dos veces. No la muerte, sino la forma de encontrarle un fin a la convivencia con tanto zombie listo para atajar el asteroide en el patio de su casa.

Una pandemia de incoherencias

La cantidad de alcohol y marihuana que he visto en las últimas tres semanas, no se la videollamada a nadie. Perdón, deseo.

El amor en los tiempos del COVID ha llevado a la humanidad a escaparle al silencio incluso frente a una pandemia, en donde en vez de aprovechar a conectarse con el séptimo chakra, han decidido experimentar con estupefacientes en una sala virtual.

Es para suicidarse, pero un funeral sin público no amerita que aún parta, sobre todo porque quiero ser cremada y de seguro que el censo dirá que fue porque tenía el virus. Ya participar en una mentira global es too much.

Entonces ahí es cuando agarro la guitarra y me pongo a rasguear aullando en lenguas para que mis hermanos me rescaten de una buena vez por todas. Pero mi suerte está echada y apareció uno de mis seguidores preguntándome: ¿Hay algo qué hacés mal?

En cuarentena con Freddy

Anoche tuve una cita con Freddy Mercury, bah, en realidad con Rami Malek: el actor californiano de padres egipcios que representó al cantante de la banda Queen. La película: Bohemian Rhapsody; la cantidad de veces que la vi: siete. No quiero pasear mis obsesiones musicales por mis escritos, pero tengo una sola pregunta para mi audiencia: ¿Por qué en la actualidad no hay bandas de este calibre? ¿Los músicos dejaron de ser creativos? ¿O permitieron que la tecnología hiciera el trabajo por ellos? Sonaré nostálgica conmemorando los ochentas como una década única en la historia del rock, pero no hay manera de nivelar esas voces con las bandas actuales—donde se escuchan más los sintetizadores que los cantantes en sí. Un litro de agua Tónica, dos baldes de pochoclo y un paquete de M&M después, me encontraba lagrimeando en la parte que Freddy le tira un beso a la cámara dedicándoselo a su madre. Esto por ejemplo a mí jamás me hubiera pasado. Primero porque mi madre no consume música (solo negocios inmobiliarios) y después porque se la tuvo que chutar en mi adolescencia cuando ponía el amplificador de cien vatios en el volumen máximo queriendo llevar mis canciones a una compresión natural de la rockera que vivía en mí. El estribillo de mi madre era: ¡Me tenés harta con esa música, bajá el volumen o te vas de esta casa!

El COVID en los tiempos del amor

Esta pandemia ha arrasado con muchas vidas, pero aparentemente no con las indicadas. No sé si el GPS del virus está mal programado, o los chinos agregaron más saliva de murciélago de la cuenta, pero los que se tendrían que haber ido, siguen acá. Estorbándome a altas horas de la noche para pedirme un hombro virtual sobre un futuro divorcio y una separación de bienes. Hello? Soy Periodista, no abogada. Aunque la intención de la víctima no era que diera el martillazo y dividiera los muebles por dos el consejo me lo pidió igual. Entiendo que el psicoanálisis forma parte de nuestra cultura y a pesar de que mucha gente se queja, les encanta escuchar nuestra opinión. Mi problema no es ese, ya que me sobran más opiniones que hisopados.  El núcleo del conflicto es que junto a la salud, la gente ha perdido el sentido común también. Y quieren escuchar lo que ya saben. Como si mis palabras fueran una cascada de agua fresca que les echa una visita por primera vez.