Se necesita chef con o sin experiencia
La semana que viene llega Jamie Lynn de Los Angeles para traerme buena suerte, por suerte me refiero a que me cocinarán por 5 días consecutivos lavado de platos incluido. ¡Hablame de amor! Ahora entiendo cuando de chica me decían que a un hombre lo conquistabas cocinándole; nuevo aviso: a la mujer también.
La gente se cree que yo estoy soltera porque no encontré al hombre para mí, pero se equivocan, lo que no encontré fue a un Chef, y sinceramente para seguir haciendo huevos revueltos para dos me quedo sola con la pinzita y el teléfono en altavoz hablándole a una amiga.
Jamie no solo cocina; prepara el desayuno, riega las plantas, me limpia el baño, me da consejos de como mejorar mi espacio y si la agarro en un buen día, puede que hasta me corte el flequillo.
Cuando ve algo sospechoso me dice: Ceci, dejalo a ese tipo ya, es un perdedor. Y cuando encuentra algo positivo me dice: Ceci, lo podés hacer vos sola, no pagues a un pintor, yo te ayudo.
Jamie Lynn es el calibre de persona que te querés colgar como un dige y llevártela con vos a todas partes. Una especie de péndulo necesario que te ayuda a navegar los vaivenes de este planeta sin asesinar a los responsables. Me acuerdo cuando mi ex me dejó y Jamie me dio su bendición telefónica: amiga, siempre me pareció que ese chico no estaba a tu altura, vos necesitas un músico, o alguien proveniente de las artes, no de las ciencias duras. Es el próximo, te lo prometo.
Hace 21 años que la conozco, y hace 24 que me dice que me ve con un músico; no quiero asociar a un músico con la pobreza, pero ya que me toquen la guitarra sin un salario estable es demasiado para mi alma.
En esta oportunidad tuve que llamarla para pedirle que por favor se trajera una maleta chiquita, porque si no la freno viene con futuro incluido.
— Bueno, pero me llevo la planchita para el pelo Cici, vos sabes que yo no puedo salir así como Dios me trajo al mundo.
Yo tampoco, por eso la tengo a Jamie en mi vida, que es una mezcla de labrador y molusco. Estar con ella es ser entendida sin tener que donar 4 tubos de sangre y entregar 7 octavos de mi tiempo para llegar solo al prólogo.
Lamentablemente, (para mí, claro) Jamie Lynn está casada, entonces cada viaje que nos encontramos proyectamos nuestra jubilación en los acantilados de la Costa Amalfitana, suponemos que el marido se morirá para hacernos el favor…porque de momento tiene 10 años menos que ella y está mejor que nosotras dos juntas en nuestra mejor época (pectorales en auge si me explico).
A pesar de que nuestra amistad es una incondicional, ella ronca. Pero no un ronquido Zanella 98’, sino más bien como un braquiosaurio en sus últimos días. No hay puerta, ni medianera, ni acantilado que te separe del motor prendido que emana de su sistema respiratorio por 9 horas. ¿Ah, no les dije? tiene sueño liviano también. Pero le perdono todo, porque detesto cocinar y ella tiene afinidad con los elementos culinarios.
En donde para mí empieza un conflicto, para Jamie empieza la danza del pepino y el desfile del apio contento.
¿Y todo esto por qué? Porque debería ser millonaria, no clase media.
Sé que estoy muy repetitiva con este tema, es que los años pasan y el colador y las cebollas y los alcauciles me tienen hasta la zorra.
Jamie dice que cuando yo tenga mucho dinero lo va a dejar al marido y va a trabajar para mí, ¿materialista? jamás, simplemente inclinación hacia los buenos amigos y su fuerte: la cocina.
Como alguien puede amar la cocina supera mi conocimiento, pero por el otro lado agradezco que mi ADN no sea uno predominante…sino la galletita con el queso untable sería la canasta familiar de muchos.
Ahora los tengo que dejar porque me voy a trabajar para que mis dólares se cuadripliquen y ese maldito Chef aparezca, más no sea para que me haga el amor mientras cocina una lasagna en el horno y lava los platos después.
¡Buen viernes para todos!