Picture Perfect
Recibo un correo electrónico, Netflix anunciando un estreno: Picture Perfect—año 1997. Trabaja Jennifer Aniston, le doy Play, me gusta la petisa, y a decir verdad el cine en los noventas era muy diferente al cine de ahora; las escenas duraban más, los diálogos eran más trabajados y no saltaban de una escena a otra cada siete segundos. Lo único imperdonable era la vestimenta, o bueno, tal vez la camisa blanca con solapa larga y abotonada hasta la coronilla no sea lo mío.
Lo cierto es que Jenny me recordó lo que es la vida a los treintas y las batallas que uno atraviesa en lo laboral y en lo personal.
La mía ahora es personal, me quedé sin amigas para salir.
Valentina se puso de novia con un francés, Sofía volvió con su novio después de nueve rupturas, Lourdes conoció a su alma gemela y mi querida amiga Daniela se muda con su novio. Como no me case con la biblioteca municipal presiento un invierno chungo y desolado.
Yo creía que los divorcios y la separación de bienes eran mi solución—ya que muchas de mis amigas están de vuelta—pero se ve que vuelven al ruedo con una eficacia profesional sin limites.
Mientras ellas organizan viajes cortos con sus prometidos, yo sigo comprando más ornamentos para las navidades. Es difícil ser uno, jamás hubiera visualizado terminar con un zorro de lana para mis navidades número treinta y cinco—y que encima mi hermana me llame desde Italia para pedirme que por favor le envíe uno que se enamoró del que tengo.
—Nena, no te falta nada en esta vida, ¿no te parece un poco too much hacerla ir a tu hermana a comprarte un pinche zorro de ornamento que vos lo podés ver en vivo y en directo desde tu casa en la montaña donde vivís?
— Ay Ceci, por favor…con la beba de cinco meses no tengo más tiempo. ¡Please envíamelo!
Y yo, que tengo el sí fácil, no solo que le compro el zorro, sino el local entero, aunque esto no me traiga el novio, ni mucho menos un masajito en la espalda cuando el viento frío me golpee la espina dorsal al volver del trabajo.
Me consuelo con saber que al menos mis amigos del templo están todos solteros, ellos dicen que Dios les hace compañía y yo les quisiera decir que a mí también, pero como Dios no me espere con la comida en la mesa tendré que seguir anhelando aquella vieja sensación.
Por favor no confundan el frío con la desesperación, hace siete grados, y encima de que uno lucha contra las contracturas nivales, ahora también tengo que pelearme con los del primero porque se ve que tienen el Chi alto, ya que me apagan la calefacción central cuando el termómetro llega a veinte grados.
Para cualquiera que desee mi número de teléfono, me encuentran en los palieres del edificio a las tres de la mañana manipulando los controles de frío-calor.
Ayer tuve un severa discusión con un señor entrado en edad, me dijo que por favor no subiera la temperatura porque la caldera calentaba más en la primer planta que la segunda, por lo que le contesté: — Ah, usted debe ser uno de esos colaboradores de Santa Claus que piensa siempre en el otro, ¿no?
No entendió mi sentido del humor y me dejó hablando sola. Lo seguí hasta la puerta de su casa y se asustó, me miró y me dijo: — ¿necesitas algo?
— Sí, claro, quiero entrar a su departamento y corroborar lo que me está diciendo, porque en el segundo nos estamos congelando.
El señor me dejó entrar y podría haber jurado que estaba en Chennai.
— ¡Ah no! Pero usted se dejó el horno prendido, ¡no puede ser que haga este calor!
— Vio señorita, le dije.
El simple hecho de que no me haya llamado señora reestructuró mi prejuicio con respecto a la sospecha de su mentira creada en mi mente.
Me disculpé, y lo llamé a Mario— en encargado del inmueble— para que se comunicara con el dueño y ajustaran las cañerías así todos gozamos de una misma temperatura.
Pero Mario me dijo que están por vender el edificio y que no puede contactar a nadie porque está todo en stand by.
— Mario, el edificio no tiene protección contra terremotos, la calefacción no anda bien, ¿¿y ahora tampoco tenemos un dueño a quién reclamarle los problemas?? ¡Menudo regalo para las fiestas!
— No te preocupes Ceci, lo bueno es que de seguro los nuevos dueños van a poner las cosas en orden.
—Sí, claro, ojalá que lleguen a tiempo antes de que una hipotermia nos deje sin aliento y un terremoto tire mis bragas a la cuneta.
Santa Claus: la vas a tener que remar estas navidades, porque entre mi estado civil, las condiciones edilicias y la cartelera de Netflix, la indemnización está llegando a un rango desorbitado.
Quien sabe, tal vez me tenés una sorpresa y antes de fin de año soy millonaria, eso sí, déjamela en veinticinco grados…porque celebrar el éxito rechinando los dientes deja mucho que desear.
Gracias Santa, ¡yo también te quiero!