Soda Stereo en semi vivo
Después de 25 años, 3 semanas y 2 días, anoche decidí salir para que la gente no se piense que estoy encerrada por esta farsa. No quisiera dar el mensaje equivocado sobre la libertad cuando me la paso con la nariz chutada en los libros y lejos de la civilización. No voy a decir que la gente me molesta, pero estoy bastante cerca. Entonces ayer hice el esfuerzo por aparentar normal y le mandé un mensaje a mi vecina (20 años menor que yo), para que salgamos. A pesar de la diferencia de edad, con ella nos entendemos bien, le gusta hacer deporte, siempre me la encuentro en la playa leyendo y es de un espíritu libre. Me da tips en la cocina y me cuenta sus historias de cómo llegó de Chile a Estados Unidos.
Es agradecida y nos une un bien común: el edificio. Ella vive en el departamento 22 y yo en el 30. Está casada con un norteamericano, y estaba segura que preguntarle de salir un sábado por la noche iba a ser en vano, pero como un día (sin saber que era de él) le doblé la ropa en la lavandería del edificio, el chico se ve que me tomó cariño. Y le dijo: andá mi amor, a mi esa música no me gusta, diviértanse.
Me hubiera gustado decirle que a mí esa música tampoco me gusta, ya que tocaba una banda que hacía covers de Soda Stereo y no se le parecían en lo absoluto, o sea, hay que tener un morro bastante grande para copiarle al maestro de Gustavo Cerati y llamarlo música.
Pero el debate era uno muy simple: ¿panqueques con Kate Chopin con El Despertar o un concierto latino con mi vecina?
Vamos por el cambio—si no quiero que me entierren con los lentes puestos y el resaltador.
Llegar al salón ubicado en la ciudad de Hollywood, (una zona a la que escapo porque está llena de “eclécticos” y me recuerda a San Francisco) fue un panorama bastante desolador. Ya que el sitio se parecía a uno de esos salones de fiestas para las quinceañeras en donde la decoración es un infierno de color rosa, flores de plástico, olor a perfumina de auto y asientos forradas con una tela que se va deslizando mientras intentas no irte de hocico. Luces de colores que enfocan tragos en vasos de plástico y camareras con sobrepeso luchando para tomar las órdenes y que los clientes no se enojaran por la falta de personal.
Al entrar, nos recibió una canción de Rata Blanca, una banda que tuvo éxito en los años ochentas porque la gente no sabe un carajo de música, y mientras buscábamos una mesa entre un mar de vampiros con cadenas en el cuello y botas tejanas, se escuchaba de fondo “quiero saber si es verdaaaaaaaaad que en algún lado estaaaaaaaas….” y mientras Adrián Barilari se hacía pasar por una banda de heavy metal, yo me quería cortar las venas con la araña de plástico que colgaba en el medio del salon como un planeta lejano al que me hubiera mudado.
Creo que jamás nos miraron tanto, no soy de promocionar mis atributos físicos, pero en esa guerra de feos, éramos unas diosas.
Las mujeres llevaban vestidos apretados de leopardo, las raíces sin teñir y un canino faltante que se veía hasta en la penumbra del evento.
Plataformas de 9 centímetros llegando al metro cincuenta a los arañazos. Exceso de maquillaje, perfume barato, gritos, selfies y toda una cosa muy latinoamericana que de repente me situó en una realidad aparte, muy alejada de mis ancestros europeos. Que francamente me alegré, ya que ellos ahora mismo están luchando por la libertad, mientras yo estoy gozando de la misma.
Después de 2 horas y media de escuchar Los Fabulosos Cadillacs, Charlie García, Los Enanitos Verdes, Virus, Estopa y Hombres G, finalmente llegaron ellos, la banda con menos prueba de sonido del mundo.
No entiendo mucho de ingeniería, pero algún cable saturaba, y gracias a Dios me llevé tapones para los oídos, porque después de las 12 de la noche la cosa se puso bien chunga.
No esperaba a que el cantante fuere parecido a Cerati—no habrá otro y creo que esto es un saber general—pero que un chaparrito mal vestido y panzón se hiciera el lindo con semejante presión musical, fue para el suicidio.
Entiendo que el escenario tenía que coincidir con la audiencia, si las groupies hubieran sido la de los Beatles, lo hubieran asesinado a corazón abierto en el medio del espectáculo, pero el calzaba justo con el calibre de mujeres desesperadas buscando marido.
Cada vez que tenía que ir al baño y cruzar la maldita sala con mi Dolce & Gabbana, sentía como los colmillos imaginarios de los hombres entabacados con malos pensamientos rasuraban mi elegancia.
Maldita sea, ¿existirá algún planeta sofisticado o esto es un adelanto del retroceso humano?
Terminaron de tocar a las 2 de la mañana, salimos quemando aceite para la playa de estacionamiento a poner Soda Stereo en Spotify y volver a casa descansando nuestros oídos con una de las mejores bandas de rock de la historia.
Querido Gustavo Adrián Cerati: Sé que estás en el cielo y jamás sabrás lo que anoche te hemos sufrido, te pido perdón en nombre del petiso que te reemplazó, y la próxima por favor echanos un cable con el sonidista que hoy me levanté con dolor de cabeza.
A tu salud, maestro,
Ceci Castelli