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Doctora amor

 

Hoy es oficialmente San Valentín, el día en donde millones de ciudadanos invierten su dinero en colas interminables para cenar comida chatarra, se chutan una hora para sentarse en la mesa junto al baño, y se dicen “te amo” a través de una galletita. Por suerte estoy casada con el buen gusto, y a mí lo único que me tocó  esperar fue a Cupido con una remera de Papa Johns y una pizza de doble mozzarella en la mano. 

Cuando creí haber escapado de esta maldita celebración, abrí la caja y la pizza tenía forma de corazón. El cadete ya se había ido, pero debería haberle dado el doble de propina, no cualquiera puede superar una fecha como esta.

Estoy por sacar la motosierra con la que asesiné a Ricardo Arjona en mis sueños y cortar todos los carteles que me ofrecen un masaje a mitad de precio para mí y el novio que no tengo. Resentimiento no, estadísticas.

El sesenta porciento de la población mundial está soltera, y la generación que nos sigue está comprometida con la virtualidad excluyendo el contacto humano. Creo que para el 2030 San Valentín va a pasar a ser el Juan Manuel de Rosas de nuestra actualidad, una figura que triunfó en su época y ahora es solamente un vago recuerdo.  

Pero no todo está perdido, ya que al no tener pareja tengo mucho tiempo para escribir sobre un mundo que está lleno de actividades aparte de agarrarse de la manito y parir hijos.

Por ejemplo, ayer me contactó una seguidora de mis relatos pidiéndome consejos amorosos. Qué chula, pensé, a pesar de que hace dos décadas que estoy soltera, mi psicoanálisis discursivo sigue trayendo gente al fogón. Qué cómo una chica que no tiene pareja termina ayudando a una que sí, nos revela un dato más de la jungla en la que estamos metidos: mucha gente que no encuentra el camino es la primera en meterse en una relación. No era el caso de mi seguidora, pero me trajo a colación el desmadre que este San Valentin está promoviendo. Ya que creo—observando a mis pares— que la mayoría de las relaciones románticas son iniciadas por los motivos equivocados. Después sacan películas como: “No sos vos soy yo” y la gente sale riendo del cine con pochoclo entre los dientes pensando que fue una comedia desopilante— basada en hechos reales. 

Lo cierto es que comencé el día de los enamorados contestando mensajes de audios para guiar a una persona más a pararse sobre sí misma y a creer en el amor universal, que es el único que te salva.

No creo que San Valentin sea un mal tipo, lo que sí pienso es que está mal dirigido, y que los restaurantes deberían explotar de todos nuestros vínculos— perros incluidos— y no solo del amor romántico.

Pero si no prometeríamos tantas estupideces en el nombre del amor, San Valentin sería un cliente en bancarrota, y las personas encararían a un terapeuta en vez de una cena para reparar los daños que ningún otro ser humano podrá soldar.

Por eso esta noche me voy a celebrar con mis amigos a una fiesta de anti-San Valentin. Un evento que vendría a ser un piquete contra un amor que discrimina a los solteros, que no incluye la amistad, las mascotas y la literatura. Si desean verme, no acudan a mi nombre, soy la de rojo con un corazón tachado en la pechera saltando del bafle a un tema de AC/DC. 

Porque acá al amor lo celebramos así, con rock n’ roll y sin alcohol. 

 

¡Feliz día de los desenamorados!

 

 

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