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Las enseñanzas de Don Juan

Cuando tenía dieciocho años ataqué la colección de Carlos Castañeda y me devoré todos sus libros uno por uno. No soy metafísicamente jodida en vano, este fuego interior siempre incineró todas mis curiosidades con respecto a las verdades universales y personales de nuestra existencia.

Verdades que este sistema se ha empeñado en ocultar, poniéndole una mordaza a nuestro desarrollo perceptivo para así anular nuestras capacidades instintivas de utilizar el resto de nuestro cerebro en cautiverio. 

En este equipo laboral participa la educación escolar, la programación mediática (cine, noticieros, diarios, etc.), el medioambiente y la familia.

Conmigo la tuvieron siempre chunga porque jamás creí en el sistema educativo; diez materias a marzo (todos los años sin excepción), peleas semanales con el director de la privada de turno, libretas en rojo, certificados truchos y amonestaciones de por vida que siguen apareciendo como reminiscencias de un pasado escolarizadamente traumático.

Había algo que estaba mal, yo lo sabía, el tema es que el cuerpo docente se había empecinado en culparme en vez de invertir un poco de pensamiento crítico a esta cuestión de sentir poder con el saber ajeno. 

Afortunadamente nací con la maldita seguridad de reconocer que tragarse libros y después repetirlos no es inteligencia, sino adoctrinamiento. 

Jugada y solita ya me había embarcado en la reencarnación de la década con más pobreza espiritual de la historia, no me quedaba otra que actuar el papel y hacerles creer que sin un puñetero diploma no sería nadie. 

Camon gauchos, ¿no me digan que nunca escucharon esa frase? 

A mí me la dijeron tantas veces que para cuando me recibí, ya me había ido del país y mis padres tuvieron que recolectar el fruto de su siembra: un cartoncito que juraba mi inteligencia.

Cuanto delirio todo junto, creo que si no hubiera sido por Carlos castañeda mi adolescencia hubiera sido una mucho más trágica. Sin un punto de referencia que me ayudara a navegar un mundo sin las aristas correctas para crecer sobre una base sólida, enraizada en el potencial de quién verdaderamente somos, no en una suma de construcciones de datos creados por otros. Salí fallada, lo reconozco, y ese error en la fábrica de la matriz les costó mi personalidad. Una que no da puntada sin hilo hasta destripar a cada una de las víctimas que me enfrentan con el discurso preconcebido de instituciones que trabajan para desmaterializarnos.

Intentando destruir la inocencia de disfrutar de una realidad alterada por una masa de inconscientes que gobierna este paradigma.

Don Juan lo decía en el libro de Castañeda, que la mayoría de los seres humanos llegan a este mundo con una programación limitada a: la sobrevivencia, la procreación, el trabajo y el ocio. That’s all folks! 

Básicos, incuestionables, predecibles y dormidos. Y sí, lo siento, pero son mayoría. Queremos que no, pero sí. De hecho, este magnífico horror que estamos viviendo es el espejo de una sociedad que no ha contribuido en lo absoluto en la superación de sí misma. Mirando sus logros personales como el epicentro de su éxito, descartando la posibilidad de un campo colectivo que recolecta datos para la próxima generación. 

En resumen, pocos guerreros y muchos esclavos, que con las teorías modernas tomaron la fama de narcisistas. 

Por eso cuando me preguntan si estoy casada les digo: sí, con la investigación. Desde chamanes de Arizona, filosofías hinduistas, religiones, física cuántica, psicología gestáltica y un poco de películas de los ochentas para no suicidarme con una flecha de los indios Toltecas. 

¿La escuela? Me sirvió para tomar el camino opuesto, uno salvaje sin instrucciones. Uno que me cuida sin que tenga que hacer nada porque  puse mi corazón a todo. Ya que mi compromiso es con la verdad—que tiene que ver con quién soy—no con lo que ellos quisieron crear de mí.

Pero me giro, y cuando veo como se vacunan compulsivamente, confío en que este Universo tiene más claridad con la depuración de la ignorancia que mis malditas notas de la secundaria. 

 

Un abrazo panda para todos.

 

Ceci Castelli

 

 

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