Canalizando espíritus
A diferencia de los encuarentenados, estoy durmiendo cuatro horas al día. Trabajando mucho atajando videos bloqueados, memes, documentales y hasta la orden judicial que está por poner a un par de tecnócratas en la cárcel.
Divinos los tiempos que corren; mientras el 80% de la población engordó diez kilos, yo estoy en una dieta líquida de fibra óptica, nano chips, vitamina C y peleas callejeras.
—Ceci, te van a venir a tocar la puerta, dejá de escribir todo lo que pensás—me dijo mi amiga Corina desde New York.
Nací en una familia en donde mi madre nos ponía kerosene en el pelo para matar a los piojos, si eso no logró exterminarme, dudo que esta pandemia lo haga. He desafiado las leyes académicas, físicas y espirituales y sigo acá, tocando el ukelele en Do menor para ver si alguien quiere decidir despertarse conmigo, y ya que está, darme un abrazo sin distanciamiento social.
—Pero vos no sos muy sociable, Ceci, supongo que todo esto lo estás viviendo con mucha normalidad—asumió mi amiga.
Las mascotas están por salir a la calle con barbijos, normalidad era cuando mi abuela nos cocinaba y cenábamos en familia. Pero en algo tiene razón mi amiga, he creado mi propia usina eléctrica que me provee de la conciencia necesaria para llegar con lo justo. Paciencia no tengo, y solo Dios sabe que ese maldito atributo me trajo de vuelta a este sitio para alisar los bordes y algún día graduarme for good.
No se preocupen, declaro una salida exitosa, ya que tiene que ser la hostia irse de un sitio en donde la inteligencia está mal utilizada.
Para mi sorpresa, ese mal uso llevó a alguien de Amazon a cometer un error y a enviarme un libro que no pedí pero que quería: End of Days de Silvia Browne.
Esta autora en su libro predijo todo lo que sucedería en el planeta (pandemia incluida). Sinceramente me pareció exagerado comprármelo, porque hace veinte años que vengo invirtiendo una fortuna en oráculos para que me digan la posta. Así que lo miré y desistí. Solo para corroborar que alguien del más allá quería que lo tuviese. Ayer llegué a casa y bam, el libro en mi buzón.
No sé si cebarle un mate a la autora fallecida (murió en 2008), si decirle gracias a mi abuelita que está en el cielo, o directamente empezar a jugar el “juego de la copa” y recibir los mensajes en vivo.
He canalizado muchos perdedores, pero nunca un espíritu. ¿Qué quiere esta gente de mí? Quemo palo santo, medito hace dieciséis años, soy espontánea y no como animales. Agarré el libro y lo elevé mirando el techo de la calle Chestnut, diciendo: Silvita, no sé cuál es tu intención, pero tengo sueño liviano, no me vengas con videncias a las tres de la mañana.
Según mi hermana, estamos todos acá para cumplir una misión, pero yo ya cumplí con tres mil misiones, ¿cuándo se corta la soga y me envían de vuelta?
—Ceci, no hablés así, no sos vos la que vas a decidir cuándo partir—me dijo my sister.
Está claro, sino no hubiera venido directamente. ¡Estamos en un purgatorio cabrones! Limpiemos nuestras heridas y sanemos rápido sino queremos repetir esta jugada en eternos círculos de reencarnaciones interminables.
Yo en este momento podría estar en mi casa frente al mar montando delfines y tomando piña colada virgen, en cambio, estoy deshojando margaritas contando los días que me quedan para poder volver a viajar.
Grecia: ¿cómo hago para pedirte perdón? Dame un mes más que ya lo tenemos.
Con mi amiga Jamie Lynn estamos ahorrando tanto que capaz que nos podamos comprar un pedazo de isla y todo. Recortar gastos en este país implica triplicar nuestro capital; están todos los locales cerrados, primer hallazgo de esta cuarentena: soy consumista.
Y mi colección de tacones no será la cura de este virus, pero la elegancia aplasta a cualquier bicho.
¿No habrá sido este el objetivo de la pandemia? ¿Qué podamos ahorrar y estar libre de deudas?
—No, Ceci, el objetivo es que te compres tu casa frente al mar ya que las propiedades van a estar a mitad de precio—me dijo mi ángel de la guarda especialista en negocios inmobiliarios.
Bueno, pensándolo bien, creo que me quedan un par de años más en este sitio, odiaría no poder celebrarlos con ustedes en mi chalet que da al pacífico.
¡Un abrazo para todos!
Ceci Castelli