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Italia-San Francisco

Últimos días en Italia, se están por terminar mis vacaciones, y lo que pensé que iba a ser una tormenta de nostalgia y despedidas emotivas, se ha transformado en un aparente atisbo de felicidad. Que grandiosa es la vida, me acabo de enterar que hice las cosas bien, ya que vuelvo a mi casa: San Francisco. Una ciudad que me eligió a mí en vez de yo a ella.

Sinceramente pensé que despedirme de mi sobrina, de Blanca, de mi mamá, de una relación que no funcionó y de mi querida Italia iba a ser un evento dramático, pero muy por el contrario, me siento contenta de haber vivido un verano espléndido con gente increíble y con momentos inolvidables. Vuelvo a mi lugar; mi hermosa ciudad de puentes, montañas, clima en veinte grados y una llamada que de seguro debe ser el indicador de que llegué a la calle Chestnut.

 

— ¿Hola? 

  ¡Mami! ¡Has vuelto! El barrio no ha sido lo mismo sin ti.

 

Bienvenida a Estados Unidos Cecilia— me dije por mis adentros siendo recibida telefónicamente por mi vecino de Santo Domingo, el Papi.

 

— Ah bueno, ¿me estás espiando por la ventana querido? recién llegué y no me das ni un respiro.

 

— Oye linda, te vi pasar caminando y me latía fuerte el corazón, ¿cómo has estado, qué tal Italia?

 

— ¿El corazón qué te está por dar un infarto por latir por tantas mujeres?

 

  Veo que no se te ha quitado la malicia en Italia, ¿pero qué sucede mami, no has conocido ningún Italiano?

 

Le quisiera decir que me casé con uno así deja de discar mi número, pero antes de meterle una excusa me interrumpe y me dice que está dolorido. Por supuesto que yo pensé que me iba a decir que tenía una contractura en la espalda y que si lo podía ayudar. Pero no, el diplomático de las Naciones Unidas me dijo que le habían hecho un tratamiento de conducto en una muela y que le dolía toda la cara.

¿Por qué? ¿Por qué la gente revela un dato tan íntimo como este? Jamás lo entenderé, y mucho menos de una persona que intenta besarme cada vez que habla conmigo. 

Es como si yo dijera que me hice un Papanicolao y que me duele el suelo pélvico.

Yo entiendo que hay gente ordinaria, pero que la vulgaridad no se apodere de una situación por favor.

 

— Ay papi, me fui un mes del país para volver a donde lo había dejado, en tu boca sin filtro y aparentemente sin higiene bucal.

 

Me invitó por trigésimo cuarta vez a comer pollo frito a un nuevo restaurante olvidándose de que soy vegetariana y que no como cadáveres. 

Estoy segura, esta es la más cálida bienvenida de todas; Santo Domingo con un tratamiento de conducto comiendo pollo con las manos y probablemente con la boca abierta.

Cinque Terre, te echo de menos, si me hacés un lugar me tiro en tu lettino con vistas a mi paraíso. 

A pesar de la llamada improvisada, lo peor no había pasado aún. Volví a subirme a mi querido auto y por supuesto manejé como si estuviera en Italia. Todo el aura pacífico que me traje de Europa terminó en esta frase:

 

— This is bullshit! Gritándole al oficial que acababa de darme una multa por velocidad.

 

— Ma’am, you did not do a full stop and you were speeding.

 

— Says who?!

 

Ser acusada de no parar el vehículo en una señal de PARE es una cosa, pero además ser acusada de velocista es un abuso con doble partida.

 

— Disculpe oficial, ¿cómo podemos arreglar esto?

— ¿Cómo? simple, pagando la multa y haciendo la escuela de tráfico para que le perdonen el punto.

 

— This is bullshit! 

 

Era la segunda vez que mi boca sucia desfilaba frente a la ley; estaba cabreada y sabía que no tenía chance porque el hombre estaba casado y flirtear hubiera sido en vano.

 

— Man! Come on! I am a student!

 

Exigir que te perdonen una multa por ser estudiante fue golpe más bajo de mis vacaciones, pero si no me la perdona me sube el seguro del auto y estoy cansada de contribuir con mis talentos y que sean tan desvalorizados.

Me fui a casa reconsiderando el pollo frito de Santo Domingo, después de todo estoy segura de que al menos me hará reír y olvidarme de este mal momento. Para cuando estaciono en frente de su casa— de la cual fui invitada por él ese mismo día—lo veo muy pancho hablando con una chica con el pantalón más ajustado de las vidrieras de Manhattan. 

Seguí de largo mientras él ni se preocupó por coordinar las invitaciones simultáneas y superpuestas. 

Llegué a mi departamento y respiré el aire encapsulado por el encierro en mi ausencia; abrí las ventanas, puse The Pretenders—Brass In Pocket, y agradecí de que a pesar de que no fue un buen comienzo, estoy donde quiero estar y llevo la vida que siempre quise. Me di una ducha y puse mi serie de cabecera: Sex and The City, y así, con Carrie Bradshaw hablando de una cita muy parecida a la mía, me fui a dormir pensando una vez más lo afortunada que soy de vivir en una de las mejores ciudades del mundo.

San Fransisco te amo. Besos all over you!

 

 

 

 

 

 

 

 

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