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Pochocleando contra la marihuana

Por amor o por dinero, esa fue mi opción de sábado por la noche. Con un Michael J. Fox de treinta y dos años que merecía que le besara todas las pecas de la nariz una por una. Una comedia romántica de los noventas dirigida por Barry Sonnenfeld, rodada en la magnifica New York. Él: conserje de un hotel, ella: Gabrielle Anwar, empleada de una de las tiendas del hotel. La tensión del film gira en torno a Fox intentando conquistar a Anwar, que a su vez sale con un multimillonario que está casado y promete dejar a su mujer por ella. Esta película es tan previsible que me hizo pensar que si yo trabajara como guionista en Hollywood, probablemente no duraría ni dos meses. ¿Pero acaso no era esta la particularidad de los noventas? ¿Esa mezcla de predictibilidad que nos aportaba una sensación de seguridad que al final todo saldría bien? Una época en donde la ciencia ficción, la violencia y la sangre no había aterrizado en su totalidad en la pantalla grande. Mientras disfrutaba de la inocencia de esa generación, sonó el teléfono en el medio de mi cita. Me sequé los dedos llenos de aceite del pochoclo y atendí. Para mi ingobernable sorpresa era Ryan, el empleado de Guitar Center. Un chico que conocí hace tres meses cuando me compré mi segunda guitarra. Rubio lavado, despeinado, un metro noventa de rock y escamas y ojos que te sacaban la ropa sin tocarte. Ventajas: podría haberme enseñado el valor de una cejilla bien hecha en una sola lección. Desventajas: quería dejar su trabajo para dedicarse a tocar música en la calle y pagar su alquiler de las limosnas mensuales.

¿Obra social? Te la recontra debo. Al poco tiempo de conocerlo pude verme abrazando su cuerpo con una peritonitis y sin lugar donde hospitalizarlo por falta de seguridad médica. Pensé que cuidar un hombre venía con la edad, no por la falta de responsabilidad ajena. Reconozco que al ser más joven que yo, soñé que el cuidado sería a la inversa, pero veinte años de jugos vegetarianos y una dieta ayurvédica no podían ser en vano. En su momento me contó que estaba por mudarse y entre una cosa y otra nunca nos vimos, le guiñé el ojo a mi santuario y di las gracias de no tener que aportar para su jubilación con mi compañía. He donado mucho dinero al arte urbano de San Francisco, pero no podía imaginarme juntando billetes de la funda de su guitarra en nuestro aniversario. La primera señal que me dejó con un poco de hiperventilación fue que le sentí olor a humo en el pelo, me baño todos los días, no exijo lo mismo, pero ya que se revuelquen en un fogón no me hace ninguna gracia. Después noté que sus llamadas eran siempre después de las diez de la noche, entiendo que duerma hasta la doce, pero manejar su agenda y que él no tuviera consideración por la mía estaba lejísimo de ser el caballero británico al que aspiro. Pasó el tiempo y me olvidé de agregarlo en mis contactos y anoche cuando sonó el celular la maldita distracción me acechó una vez más. Era él, el rubio ceniza con la sonrisa más perfecta del Bay Area. En una cuarentena en donde no puedo poner ni excusas de que estoy ocupada o que me puse de novia. Damn it! 

 

—Hola, Cecille, tanto tiempo—me dijo él con un aire gótico.

 

—Sí, demasiado, ¿tanto le cuesta a la gente olvidarse de mí? Ya pasaron tres meses, creí que me habías enterrado junto a las muertes del covid.

 

—No, uno no puede olvidarse de mujeres como vos tan fácilmente.

 

Supongo que todos tenemos un Michael Fox adentro, versión 2020 sin colonia y sin horarios.

 

—Bueno, gracias, Ryan, yo funciono más bien como las mascotas, tres meses en mi vida son como cuatro años de tiempo. Así que la verdad es que me había olvidado de vos por completo. 

 

—Yo no, pero como ahora tengo mucho tiempo, pensé: “voy a llamarla a ver si quiere fumar un cigarrillo de marihuana conmigo y tocar un par de temas en la guitarra”.

 

—Ajá, mirá, no fumo—ni cigarrillos ni marihuana—y encerrarme con un desconocido a tocar la guitarra me hace pensar que si estás drogado puede que me ahorques con una cuerda y chau mujeres inolvidables como yo.

 

—Ay, Ceci, pero que paranoia, ¿en serio me decís? ¿Te di ese aspecto? 

 

— Para nada, pero juzgar un libro por su tapa sería demasiado prematuro, ¿no creés? Igualmente con esto de los estupefacientes es un poco difícil que te conozca de verdad, ya que fumado serás de muy distinto a no fumado.

 

—Lo hago para conectarme con mi lado creativo y sensible, no me cambia la personalidad, solo me relaja. 

 

—No lo sé, tendría que llamar a tus exnovias para que me lo confirmen. 

 

¿Cuánto más relajado quiere estar una persona que toca la guitarra en la calle y vive de su arte? ¿No será esto lo que lo estresa?

Clarísimo está que esta cuarentena está trayendo plagas que estaban ocultas por la polución, y aunque yo esperaba más un delfín rosa que un dragon de Komodo, le tuve que decir que nuestro amor no sería posible. 

Me confesó que solo fumaba un par de días a la semana y que su intención no había sido asustarme. Le contesté que “asustar” era una palabra muy grande y que mi único temor era no estar depilada hace un mes por el virus, lo demás me tiene sin cuidado.

Terminé de ver como Michael Fox se casaba con la protagonista y a las doce estaba soñando con “Volver al futuro”, una película en donde no existían los teléfonos celulares y uno podía prever lo que sucedería.

Un abrazo para todos y feliz domingo.

 

 

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