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Arresto domiciliario

Unas horas después de escribir un relato sobre el totalitarismo, he recibido un aluvión de mensajes personalizados de cómo tengo que pensar. Entiendo que no ha sido suficiente que nos hayan querido manipular con una guerra biológica, así que a los militantes del poder absoluto, les pido una sola cosa: si ustedes dependen de un sistema piramidal nefasto y asquerosamente corrupto, por favor no ladren en mi casa. A mí no me corren con el miedo, pero a los que sí, sigan tomando de la teta de los medios que en un futuro les van a decir hasta como tienen que vestirse. Sigo sin referirme a la política, pero la gente escucha lo que quiere escuchar, y soy escritora, no docente. 

Investigo, saco mis propias conclusiones y las comparto. No tenés porque estar de acuerdo, pero si me vas a enfrentar, hacelo con criterio y no con violencia—algo de lo que el sistema goza infinitamente—.

Soy negra, soy blanca, soy mujer, soy hombre, soy asiática, soy judía, y soy todo eso y más porque no me siento separada de nada ni de nadie. No necesito que me definan por mis categorías físicas, creo en el amor universal que me trajo a este mundo, uno que me dice instintivamente que estamos todos hechos de lo mismo. Por eso a las personas que me pelean, solo puedo desearles suerte; han cumplido con su misión: contribuir a la separación que estos psicópatas quieren generar. ¿Promocionar al alma en este desmadre? No me atrevería, me sale mejor canalizar esta película de ciencia ficción con mi escritura. 

Los pedófilos siguen vivos, los presos sueltos y cada día mueren más mujeres por abuso de género, ¿y quién nos cuida? Los gobiernos…de que nos matemos entre nosotros así se la llevan de arriba. Estoy aburrida de leerme, ¿es posible? Y sí, Ceci, las obviedades cansan—me dijo mi ángel de la guarda desde la China—.

Por lo menos este aburrimiento no me ha llevado a ponerme el barbijo por ocho horas seguidas causando una hipoxia cerebral. Mis condolencias a los empleados que deben utilizarlos forzosamente (modo ironía off).

Yo sufro de vértigo, si tuviera que ponerme una máscara más de una hora al día, tal vez me hubieran internado por falta de oxígeno, hubieran dicho que tenía pulmonía, y si me quedaba dormida en la camilla de emergencias puede que hasta me hubieran declarado muerta por el virus. Attenti al cane: eso sí, cajón cerrado. No sé si estarán velando un cuerpo o el aire también merece ser sepultado. 

—Hay doscientos mil muertos—me dijo otro lector aclarándome la cifra de números que leyó en su periódico de cabecera. Quiero creer que no los vio con sus propios ojos, sino lo tenemos a Moisés acá entre nosotros, abriendo mares y todo.

Otro lector me dijo: “ojalá que nunca te pase nada”. Ay no por favor, que siempre me pasen cosas porque si no estoy muerta en serio. 

Pero me parece que el muchacho se ofendió, porque el quiso que yo me sumara al miedo colectivo; lo que él no sabe es que no soy temerosa, entonces es difícil que me enganchen. Para vacunarme, para controlarme y para dirigir mis pensamientos a una edad adulta.

No soy dependiente, es un currito que me lo gané de chica cuando tenía que ingeniármelas para sobrevivir en una familia disfuncional (padres: les debo una). Entiendo el desconcierto de mucha gente al ver mi ferocidad volcada en mis textos, pero no muerdo, solo te acaricio con mis instintos.

—Ceci, esa foto que pusiste (de Hitler),  es un poco fuerte—me dijo una paisana. ¿Ah sí? ¿Qué cosa es fuerte?¿Qué la gente lo haya seguido, que él haya causado un genocidio, o qué vos me relaciones con él?

En la bagna cauda de hoy no faltó nadie; los enojados, los montoneros, los paranoicos, el víctima, la que se subió a la escoba con la lavandina, los que denuncian a sus vecinos, y por supuesto mis adorables seguidores: un grupo de seres brillantes que jamás bajarán los brazos frente a una injusticia. Personas cómo yo, hartas de que nos arrastren con la estupidez humana por la vía láctea ida y vuelta. 

Seguidores atentos, conscientes, despiertos y lúcidos; listos para dar el empujón a un inepto más que se interponga entre la salud mundial y la verdad. ¿Algún otro colaborador para que lo cocine a fuego lento? Tengo una olla de caldero con vitamina C, D y E. Al que se pasa de la raya con mensajes incompatibles a mi inteligencia, lo voy a saltear con ajo y llevármelo para la cena. 

Y si siguen insistiendo con esto del virus, los voy a pulverizar con las torres 5G. Cazzo, cierto que el sistema me ganó de mano. 

Si no los veo en el dispensario de Bill Gates poniéndose las vacunas con mercurio, no me vengan a tocar las narices por las redes sociales defendiendo un grupo de asesinos seriales jugando a la tómbola con nuestros ahorros y la jubilación del pueblo. 

 

¡Namaste! 

 

 

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