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Madre soltera

Mi barrio parece un peregrinaje de sonámbulas caminando sin rumbo por estar sin actividades hace un mes. El norteamericano medio no está acostumbrado a no trabajar, el centro de su vida es el trabajo. Es más importante que sus hijos, sus nietos y hasta diría su mascota, aunque no estoy del todo segura, hay algunos que hasta si pudieran sacarían al gato a pasear en cochecito.

Lo cierto es que esta gente no sabe lo que es una crisis mundial, lo han tenido todo y lo más duro que les ha tocado atravesar es el atentado de las Torres Gemelas. El hambre, las huelgas, los piquetes, los saqueos y la inflación pertenece a otra dimensión para ellos y por esto último el sistema  los controla con tanta facilidad. Se asustan rápidamente y obedecen órdenes sin cuestionarse mucho el trasfondo de las intenciones. No voy a declarar esta cultura de inocente, pero es un poco más complejo sentir las verdades ajenas como propias cuando vos no pasaste ni por una tormenta eléctrica.

Ahora tenemos una camada de ciudadanos con barbijos, desorientados y aburridos manteniendo distancia mientras compartimos la misma calle recreativa. Excepto el Papi, mi vecino de Santo Domingo. Si a este hombre no lo mató una enfermedad venérea dudo que una pulmonía lo liquide. Salir con tantas mujeres y no terminar ni siquiera con una mononucleosis dicta de un sistema inmunológico a prueba de botulina.

Él odia que yo le diga que es un mujeriego, a la inversa del patrón machista que carga hace cuarenta y cinco años, pero ya no sé cómo explicarle que mi ventana no miente, está hecha de madera y vidrio y da justo a la puerta de su casa por donde entran las Naciones Unidas.

Pero pedir sinceridad a un hombre que despide a sus víctimas en chinelas cada dos días, es una forma de insultarme. A mí misma, claro, por darle la oportunidad de justificarse cuando la realidad supera el cuadro.

Intento por todos los medios posibles esquivar el encuentro entre su acento caribeño y mi psicoanálisis argentino; uno que ya lo sentenció cuatro mil veces y sigue floreciendo de los escombros. Doy una vuelta más larga, agarro la puerta de atrás, salgo en horarios que sé que no está, evito estar en el teléfono hablando cuando salgo, etc. Pero somos vecinos, habitamos el mismo barrio y estamos en cuarentena. Maldición. Hace un mes que no veo a ninguna mujer salir de su casa y si me engancha puede que me proponga hacer un tratamiento in vitro para cargar con su hijo y que él tenga algo con qué entretenerse: la paternidad. No quiero escuchar más ese disco rayado y salgo caminando hacia el lado opuesto a su existencia, solo para cruzármelo en su auto bajando la ventanilla para iniciar un diálogo mientras bloquea la calle impidiendo la libre circulación de vehículos. 

 

—Oye mami, ¿y a ti qué te pasa? Después de nuestra última conversación tú me ignora y yo ya te he perdonado. ¿Por qué camina así toda derecha y enojada?

 

—Es mi forma de caminar Papi, lo que pasa que vos nunca te diste cuenta porque me mirás de la cintura para abajo. Aparte, el que se enojó fuiste vos, creo que me debés unas disculpas.

 

—Me juzgaste de mujeriego cuando lo único que he hecho desde que te conozco es pedirte que tengamos un hijo. ¿Qué acto más noble de amor quiere sacarle a tu Papi? Encima me maltratas bebé, tú deberías empezar el psicólogo chica, eso te ayudaría a relajarte, linda. 

 

—Soy argentina, querido, psicología es lo único que tenemos, lamentablemente. Si fuera un poco más superficial probablemente estaría en tu cocina hamacando tu genética y haciéndote una tarta de jamón y queso. 

 

—Tú tiene un concepto equivocado de mi chica, yo jamás le he exigido a ninguna de mis mujeres que cocinara.

 

—Por supuesto que no, si lo harían tu cocina sería un comedor escolar cariño. Pasemos a lo importante, veo que estás mucho tiempo solo y noto un progreso en tu solidaridad. ¿Te animás a ayudarme a correr una estantería pesada en mi departamento?

 

—Encantado, mami, ¿me puedo quedar a dormir la siesta contigo y nos amigamos?

 

Siglo XXI y correr un mueble me está costando más caro que una inseminación artificial. Puedo ver mi futuro, criando un hijo sola mientras le cambio el tren delantero a nuestro auto, el que el Papi utiliza para pasear a sus amigas.

Lo despedí con mucho juicio interior poniéndole una mordaza a mis opiniones sin tranquera y caminé hacia mi brillante futuro: huevos revueltos para uno y amor sin profilaxis. 

 

¡Buen lunes para todos!

 

 

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