Nostradamus
Si mi vecina de arriba pasa la aspiradora una vez más, creo que la voy a ahorcar con el tubo flexible. Gente que vivió como la mona toda su vida y ahora de repente con la pandemia surgen los trastornos compulsivos de higiene. Además tienen un perro, al que aparentemente no cepillaron por diez años hasta hoy; y entre el perro, la turbina del electrodoméstico, la movida de muebles a las tres de la madrugada, se merecen cómo mínimo que los ate a la rejilla del ventilador. Esta psicosis mundial no solo está agotando medicamentos para la ansiedad y la depresión, sino que está engendrando nuevas especies en peligro con Lysoform en mano y alcohol en gel.
Yo digo, ¿tantos cursos de yoga y alimentación vegana para llegar a esto?
¿La compulsion del orden y la limpieza reinando la paz del hogar?
Ya me los crucé tres veces y sé que son ellos porque tienen cara de asustados. Entiéndanme, esto es Estados Unidos, mucho Hollywood y poca acción. Están paniqueados y tuve suerte de que no fueran de cuerpo en los palieres del edificio. Me conformo con que al menos mis cotorritas de al lado decidieron abandonar el plumero por la filosofía oriental— sino no sé de que hablan por tantas horas.
El verdadero dilema surgió cuando fui al supermercado dos días atrás y una señora (enmascarada y enguantada) me pidió que me corriese de su lado porque no estaba respetando los dos metros de distancia. Me apuntó con el dedo revestido en latex y me dijo algo en lenguas, no se le entendió muy bien porque entre el barbijo y su enojo llegó solamente la espuma. El mejicano detrás mío me miró y me dijo: — Perdone mijita, ¿le habló a usted o a mí? Por lo que le contesté: —Qué más da.
Esta guerra viral está dejando muchos soldados sin credenciales y cabezas sin teñir.
Cuando llegué a la caja registradora el chico que me atendió no tenía ningún uniforme pre apocalíptico; me miró sonriendo y me dijo: — La gente está muy loca, andate con cuidado.
No estoy como para que me disparen con un paquete de galletitas, pero si la cosa se pone muy chunga, voy a tener que empezar a dar coscorrones con mi paquete de yerba Rosamonte. No sé si culpar a la pandemia por la violencia de la gente, o culpar a la gente por la pandemia. Esta es un oportunidad histórica de practicar la solidaridad y la paciencia y están todos por armar una balacera. Sé que la incertidumbre le hace mal a la gente, pero creo que el encierro les hace peor. Están apareciendo nuevos trastornos bipolares desconocidos para la psicología, esto no lo comprobó la ciencia, sino yo en el super hace dos días. Juzguenme de ignorante, pero la señora de los guantes de goma era la réplica de la diosa griega: Medusa. Una diosa de cincuenta años sin tintura, pero una diosa al fin.
Al salir del mercado me topé con el segundo evento desafortunado: un ciruja con un barbijo extendiendo la mano para que le diese dinero.
Cuando saqué cinco dólares de mi billetera, me dijo que no lo quería, que el efectivo podía portar el virus y me pidió que si le podía comprar un café con leche adentro. Le dejé el dinero a su lado y me fui.
No me obliguen a justificarme cuando me envían las cifras desorbitadas de muertos en el mundo, porque antes de que aparecieran los Chinos gritando “tenemos un virus letal”, murieron miles de personas por día de cáncer y de enfermedades creadas por los pesticidas y el medio ambiente. La diferencia es que estas muertes se distribuyen de una manera que no revientan el sistema sanitario, esto colapsó por la rapidez, no por la efectividad del bicho. Aparejado a este siniestro que estamos viviendo de cero espiritualidad humana, me llegó un libro de una tal Silvia Browne, que predijo esta catástrofe en el año 2008. En el séptimo y octavo capítulo de su libro (escrito hace doce años atrás) dijo que en el año 2020 iba a ver una crisis económica y física en el mundo por un virus que iba a atacar las vías respiratorias y pulmonares, agregando que morirían muchísimas personas. Sabía que el dinero invertido en todos mis videntes durante dos décadas no podía fallar, y evidentemente el Universo quiso que yo la conociera a esta mujer, aunque haya pasado al otro lado. Lo que quiero decir con esto es que el destino está bastante asegurado, y tu pánico no va a lograr alterar una circunstancia.
— Pero Ceci, una conocida mía no sabe quién fue Anna Frank, ¿y vos pedís que la gente entienda? Me interrogó mi amiga Vera.
— No, la gente no sabe aún quién es, ¡imaginate un agente foráneo que todavía no tiene cura! Vera, no pidamos conciencia a un sistema que le robó la patente de alcohol en gel a una enfermera.
— ¡Ay no! Era lo último, yo me tiro, Ceci, ¡me tiro a dormir hasta el 2030!
— No, nena, cállate que esta Silvia Browne predijo que en el 2030 volvía el COVID-19.
— ¿Vos me estás jodiendo, no? Me dijo Vera lista para el suicidio con cloro de lavanda.
— Tranquila amiga, para esa altura ya vacunaron los traseros de casi toda la humanidad con un chip liquido que te controla hasta los pulsos cardíacos. Tal vez te prevenga el COVID-19, pero no vas a saber ni en qué año vivís.
No teman gauchos, si no me creen a mí, Nostredamus tiene la posta.
¡Nos vemos en la cartelera de Netflix!