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Querida Florida

Lo bueno de vivir a una cuadra de la playa es que vas todos los días y tu patio es el Atlántico, nada mal para una chica que todavía no se jubiló. Lo malo, es que te encontras con todos los jubilados. 

Pero soy una mujer preparada, y ni bien llego a territorio arenoso, evito a contra viento todas las miradas fuertes que atraviesan mi equipaje de “la comodidad ante todo”.

Sombrilla familiar, reposera y bolso con municiones para un huracán.

Si me lleva un tornado que sea con un buen libro y comida para 4 días.

De tanto ir al mar e instalarme en el mismo sitio ( a 15 metros de mis vecinos) ya los tengo a todos fichados. La señora de 70 esperando sus nietos, la novia poniéndole protector solar en la espalda al novio, mi vecina del 24 sacándose las algas del pelo por el snorkeling, la pareja recién conformada que no se despegan ni cuando pisan una almeja y se están por ir a la chingada, la viuda con el caniche Toy y una pareja de hombres que hasta hoy pensé eran gays. 

Al instalarme en mi poltrona lista para el próximo capitulo y el primer mate de la tarde, veo como la pareja de hombres me saca radiografías desde su sombrilla de colores. Confundida, me asomo del libro para que no detecten mi espionaje desde la página 48. 

Mientras me hago la Daryl Hannah en la película Splash, se me vuela la sombrilla con un viento a 30 nudos de velocidad directo al corazón de uno de estos hombres, a punto de estacarlo draculeanamente.

Lindo panorama, corriendo en malla para que uno de ellos no quede viudo. 

Mientras el canoso la agarra con una zurda a lo Guillermo Vilas, yo me tiro el pelo para atrás en son de “yo lo intenté” (no perder mi vergüenza en plena jornada de domingo).

 

—Ya es la tercera vez en la semana que se te vuela la sombrilla, deberías contratar a un guardaespaldas de sombrillas—me dice el cincuentón guiñándome el ojo.

 

Por suerte no me tengo que preocupar de no tener el bretel en su lugar, ya que me llevan un par de años, y la juventud es así, abusiva.

En lo que sí quedé en offside es que para mi sorpresa, no son homosexuales, un par de hombres que miran unas piernas así, de seguro no eran gays.

 

—Te vemos todos los días, te queda mejor el bañador blanco—me dijo su amigo tirándome los galgos arriba de mi bikini tricolor.

 

—Gracias, lo tendré en cuenta, odiaría que pases una mala tarde por mi culpa.

 

—Perdoname, no nos presentamos, él es mi amigo Sean, el que está arriba de la tabla de surf es mi hijo Jacob y yo me llamo Doug, ¿y vos?

 

En ese momento hubiera querido llamarme “la novia de su hijo”, pero el maldito adolescente tiene 19 años, perdí la oportunidad hace 20. Mejor dejemos la matemática a un lado y focalicémosnos en lo importante: que entierren esa pinche sombrilla así no tengo que volver a hacer sociales por el resto de mi vida.

Mientras el más apuesto (Doug) se acercó a mi campamento de galletitas de agua, fruta, lasagna, almendras, toallas, factor solar, etc. junto a él llegó el cuestionario más corto de la historia: —Sos hermosa, siempre te veo sola, ¿cómo es posible?

 

¿Habrá alguna otra pregunta en el sistema solar para que un hombre declare su interés hacia una mujer?

A lo mejor debería trabajar para Hallmark, escribiendo frases para que la gente se de cuenta de que la poesía existe—solo que murió en los 1800 junto a Edgar Allan Poe—.

 

—Mirá, está delicada esa respuesta, de momento solo puedo decirte que no lo encontré. A lo mejor debería usar blanco más seguido—le dije irónicamente para blanquear el aburrimiento de su pregunta.

 

—Veo que te gusta leer, siempre te veo con un libro en la mano, tengo algo para vos, voy a mi casa y vuelvo.

 

Si el supiera que leo para evitar dialogar con la gente a lo mejor se hubiera tirado al mar para no volver, pero la que se quería ahogar fui yo. ¿En serio? ¿Ahora tengo que fingir interés en un hombre que me duplica en edad porque le gustó mi nariz grecorromana? 

Cortándome las venas con la hoja del prólogo, le dije: ¡Genial! Con entusiasmo y todo.

No seré una escritora famosa, pero como actriz ya estaba nadando con Tom Hanks en el clásico de los ochentas.

De repente desapareció y volvió a los 15 minutos con un libro de un amigo en la mano. Por lo menos sabemos que vive frente al mar, porque viejo y pobre ya sería demasiado.

Me dio el libro y me pidió el número de teléfono. Bárbaro, la transacción con más déficit de la historia.

Son las 7 de la tarde y ya me envió las fotos de todos sus nietos, su hijo buceando con los tiburones, él comiéndose un salmón y yo acá, esperando que pregunte algo sobre mi vida.

Cuando digo que el mundo está en bancarrota espiritual, esto es exactamente a lo que me refiero, pero ey, al menos conseguí un enterrador de sombrillas para el resto del año.

 

¡Nos vemos en la playa!

 

Ceci Castelli

 

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