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Paul Van Dyk

¡Nena! Tengo entradas para ir a ver a Paul Van Dyk, ¡ponete las zapatillas y salgamos! Me dijo Valentina a la que no veía desde 1915.
Van Dyk es un DJ de música electrónica y la última vez que lo escuché fue cuando salió el disco Las Primeras Golondrinas de Pimpinela.
No soy una fanática de Paul, pero encerrada rasgando la guitarra a mi estado civil, no hubiera conocido ni de coña a este padre alemán que vi ayer con mis propios ojos. Nacido en Berlin; casado con una colombiana; estoy harta de las latinas, lo juro. Mientras todos saltaban al punchi punchi europeo tuve la maldición de toda la gente que no usa lentes: vi un anillo en el dedo anular del anfitrión a treinta metros de distancia. La gente bailaban bajo los efectos del ácido y la cocaína, yo googleaba a la joven de veinticinco años que se terminó quedando con el DJ y nosotras con los codazos de los millennials.


Llovía y hacía siete grados, era una noche para hacer el amor con aceite de eucalipto azul, no para estar batallando la ola de cincuentones con pulseras fluorescentes luminosas y adolescentes con tarjetas de identidad falsas.
Estábamos todos en zapatillas y yo con mis tiradores por si me los tenía que sacar y ahorcar a alguien que me pidiera el teléfono después de haberse tomado un LSD. Por suerte apareció un amigo nuestro que hizo de guardaespaldas hasta que el alcohol habló por él.

— Ceci, ¿Valentina es tu novia? — me preguntó mi amigo.

Me han llamado muchas cosas, pero nunca lesbiana. Primero, no me gustan las chaparritas, y Valen sería una novia pocket; de ser mi chica creo que la metería en la cartera y la sacaría en el cine para que me comprara pochoclo y gomitas ácidas. Así, en ese orden.
Nuestro afecto es cultural y amistoso, pero de ahí a un romance, creo que nos haría falta un poco más de testosterona y un implante peneano.
Para Valentina, probablemente que la candidata fuera diputado de la nación, tuviera buen gusto y fuese muy viajado.
Y para mí, con que se bañe todos los días, se corte las uñas y no me destroce el corazón, es suficiente. Mis requisitos sonarán humildes, pero han pasado treinta años y se ve que las alicates no han llegado a las grandes ciudades aún— y mucho menos la conciencia. Por eso seguimos bailando al ritmo de una generación que reemplazó los vínculos por los estupefacientes.

— No Arjun, Valentina no es mi novia y no soy lesbiana, además, Aries es incompatible con Capricornio.

— Entonces, ¿Estás soltera?

De lesbiana a soltera en un soplo, ¿habrá algún meridiano de transición entre “no me gustan las mujeres” y “pero puede que tenga novio”?

— Sí Arjun, estoy soltera.

— Ok; mirá Ceci, te la voy a hacer corta. Siempre me gustaste, tu sonrisa es iluminadora, sos un ser muy especial… ¿Te puedo invitar a tomar algo en la semana?

— Gracias por todo lo que me decís, la última vez que me dijeron eso me dejaron plantada en un civil imaginario deshojando margaritas. Te agradezco los halagos, pero no me interesás como cita, sino más bien como amigo.

— Pero, no me conocés, ¿cómo podés decir eso?

No le pude decir la verdad, pero este chico salió con la mitad de las mujeres de San Francisco y se ha tomado medio Colombia; no creo que mi madre aprobara un yerno promiscuo y drogadicto.

— Es cierto, pero la intuición es así, malvada.

Le di mi número de teléfono y me hice la señal de la cruz.. Jesusito me preguntó ¿por qué? Si fui muy clara. Y yo le contesté: para no agregar un amigo más a mi lista de “jamás tendría sexo contigo, cariño”.

No me juzguen, ya sé que soy exigente, pero para terminar con un reventado me quedo en casa quemando palo santo y hablando en sánscrito. O cantando en inglés, o comiendo comida chatarra, o besando al novio perfecto: Ryan Gosling.
Chicas, no les deseo mi vida, pero cuando se metan en la cama esta noche y no tengan a quien abrazar, recuerden que siempre pueden elegir una estrella de Hollywood, aunque estén casados, y aunque sus pinches esposas sean latinas.

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