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La venta que te parió

Hoy me siento como en mi adolescencia, escuchando César Banana Pueyrredón y comiendo semillitas. A no paniquearse, peor hubiera sido Ricardo Arjona. Al menos mis comienzos musicales arrancaron por baladas románticas de un tipo que nos tiraba en las pistas bailables y no del precipicio. “Cuando aaaaaaaaamas a alguien, se te enciende la vidaaaaa….”, aunque la mía ya estaba incinerada, no la hubiera cambiado por nadie. Hoy estoy mas o menos igual, con la diferencia de que tengo 40 años y me quedé sin casa y sin muebles en 5 días. Cenando en el piso con lo único que importa: la música y mi libertad.

Mientras pego un manotazo al paquete de galletitas llenando el piso blanco de migas que no se ven, me llega un correo electrónico de un tal Rico de la Vega por una silla que puse en venta por 10 dólares, diciéndome que me ofrece 8. 

Más que Rico, pobre diría yo, o mejor dicho, un miserable importante.

Con 2 dólares en EE.UU no comprás ni un paquete de lentejas, pero a lo mejor en su barrio le alcanza para un gramo de efedrina. Porque vamos, con ese nombre y esa oferta como mínimo trafica estupefacientes. U órganos, dedos cruzados porque no sea uno de los míos. Godbless.

Cuando me avisó que estaba en la puerta, bajé, y lo vi con una bicicleta y una bolsa vacía de IKEA. Mi ángel de la guarda me dijo: “no hay cuchillos a la vista, avanti signorina!” 

Dicen que un viaje de 1000 millas empieza con un paso, ¿y qué tal 10 dólares? Pinche casa frente al mar, de una silla usada al atlántico de un tirón.

Al subir a mi departamento recibí otro correo electrónico, esta vez con una oferta por el sillón, el único mueble que me quedó sin vender.

Sé que ustedes no me conocen, pero soy una mujer bastante explicita, rara vez dejo cabos sueltos para que se agarren de los pelos. De hecho, sufro de genuinidad, en un mundo no capacitado para la honestidad y la transparencia, mi personalidad siempre queda enclenque por no encajar con los estándares de la decadencia social que habitamos.

Las fotos del sillón venían con un video propio de la casa de muebles que lo fabrica. Catorce fotos, un titular de 3 párrafos y una sesión en el analista después, el señor del correo electrónico me hizo una oferta que daba para el chasis oxidado y una rueda de auxilio.

Lo mandé a la chingada diplomáticamente con un:  “I don’t think so, have a great day! Sello californiano y todo. 

El problema es que me quiero sacar el sillón de encima antes del 20 de abril, y a la venta hay que esperarla—según mi madre, porque si fuera por mí, todos mis muebles estarían quemándose en la hoguera junto con los bozales—.

Al final una se la pasa esperando, ¿no habremos nacido en esta dimensión para cultivar la espera?

¡Reencarnación equivocada! Me grita mi ego desde el living. Para una persona de Aries el infierno es la espera. Canalizar nuestro fuego interno es crear una compañía con 200 empleados o tirar las cosas contra la pared porque no lo pudimos lograr. No hay término medio. Nos creemos invencibles y de esto no me hago responsable. Por eso cuando me piden un descuento y no lo amerita, me dan ganas de tirarle la silla por la cabeza, gritando: ¡2 dólares, coño! No te alcanza ni para un café.

 

—Ceci, creo que estás un poco estresada con esta mudanza, me dijo mi amiga Lina.

 

En verdad lo que me estresa es este pin-pon de nombres extraños, gente medio pelo, clasificados al éter de mi buen gusto, y un salario incompatible con todo el trabajo de vender mi fineza al mundo equivocado.

¿Entienden por qué me veo millonaria? Porque encaja todo menos mi circunstancia.

Siento que estoy viviendo una vida prestada; hermanas y hermanos, no desesperéis, lo bueno está por llegar, y se llama Florida. 

Y en vez de vender los muebles, los voy a tirar por la ventana, ellos lo llaman “Spring Break” yo, una chica cansada de lidiar con muebles.

 

¡Los veo en el aeropuerto!

 

Ceci Castelli

 

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