Turki de Turquía
Ayer después de mucho tiempo—tal vez dos mil años antes de Cristo— tuve una cita. Esta persona me contactó por Facebook diciéndome que era el amigo, del amigo, del amigo de no sé quién. Precisión por favor, tengo tres mil contactos en mi red social. ¿Acaso cuándo le cambian la bujía al auto, trastabillean? Con los sentimientos tampoco, aunque del contacto al amor eterno había un continente de por medio. Turquía precisamente, de donde es el afortunado que se echó treinta y cinco minutos con mi compañía— lo que duró la cita.
Insistió en invitarme a cenar, pero le escapé a la propuesta por el riesgo de verlo comer con la boca abierta, a que divida la cuenta por dos, o en su defecto, que se escarbara un diente con su dedo meñique. Pensaran que estoy del tomate, pero todos estos episodios ya me han sucedido, y no estoy para aventurarme en un safari más. Chop chop y al punto señores, la compatibilidad se comprueba en los primeros diez minutos del encuentro, del cuál no pude testear porqué llegó veinte minutos tarde. Primer desfile, su desconsideración. En sus fotografías vendía estatura y tenía pelo, en persona era chaparrito pelado de mocasines con plataformas. Quién es su fotógrafo que necesito urgente cambiar mi perfil de LinkedIn.
¿Por qué la gente hace esto? ¿No entienden que la falsa propaganda los desfavorece?
Tardó tanto en llegar que después de las ocho me bajó la glucosa en sangre y tuve que pedirme una torta de Lava de chocolate negro: una bola caliente derretida en donde me hubiera metido adentro cuando lo ví. Sobre todo cuando el mozo le preguntó que quería tomar y él dijo: nada. Se me secó la garganta en el acto con su respuesta, pero él la remontó y se tomó toda el agua de mi vaso por mí. Qué lindo, un derroche de caballerosidad, fotos trucadas y pérdida absoluta de mi tiempo. Será mi día de suerte, ya que además de hablar sin parar me dijo que no tenía trabajo, que hacía dos años que estaba viviendo en Estados Unidos y que se vino con el propósito de entrar a la universidad de Harvard. ¿Desde cuándo Harvard recluta pobres y mentirosos? Espero que en Turquía no lo hayan becado, si no tendré que cambiar mi viaje de Estambul por Grecia. No soy de colaborar para economías que auspician roedores de mal gusto.
¿Querés hijos? Me preguntó. En donde me atraganté con el chocolate liquido que bajaba por mi esófago.
No, y menos con vos que seguramente cambiarás el teflón de las canillas de por vida para no salir a trabajar. No se lo dije, pero lo pensé.
¿Será qué en Turquía el hombre hace la doméstica y la mujer mantiene a la familia?
Me dijo que tenia cuatro hermanos y cinco hermanas, que era un tipo feliz y que solamente le faltaba una buena mujer en su vida.
— Mirá Turki— porque este es su verdadero nombre—si querés una buena mujer en tu vida te diría que empieces por no llegar tarde a tus citas, después te recomendaría que trabajes, y después que te mueras y puedas verte desde el cielo para no volver a elegirte.
No dije esto en voz alta, pero creo que pudo leer mis pensamientos, normal, no trabaja, tal vez al no ejercitar su hemisferio izquierdo su percepción está afilada como la de un oráculo.
Yo le quería decir que predijera el futuro, pero temía a que me incluyera en sus planes, puedo tolerar que mi casa frente al mar esté a medio construir…pero nunca que un bahiano de Turquía se encuentre en la hamaca paraguaya de la entrada viviendo de mis regalías.
Algo tiene que cambiar, lo presiento, y es mi número de teléfono.
Imposible llegar a la Red Carpet con un celular que no para de sonar con llamadas de perdedores y gente sin ciudadanía que me ven como el target para dejarme embarazada y permanecer legal en este país.
¡Nos vemos en Mykonos! ¡Buen Jueves para todos!