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Casados al volante

Dos hombres casados me propusieron un café bajo el nombre del compromiso. ¿Preocupados por la falsa pandemia? Nada de que alertarse, estos son los primeros en salir a la calle con máscaras hablando del cuidado intensivo—de la salud, claro, no del alma—.

¿No será este el problema? ¿Qué la gente durante décadas no se ha ocupado de cosechar un amor que le permite ser libre y después hablan del contagio? Uno más y juro que lo pulverizo con Odex. 

El único conflicto es que con la lavandina no puedo erradicar cien años de historia, en donde el ser humano está casi entrenado para aburrirse de las cuestiones emocionales. Hartos de la monogamia y la sinceridad, golpeando la puerta equivocada y sintiendo un high al encontrar un desafío más: mi humilde ironía quemándolos en la hoguera de mi sensibilidad.

Cómo mudarse a Suecia en diez días

 

¿Alguien me ayuda a decidir? Estoy entre la vacuna obligatoria en el trasero, encerrarme en la calle Chestnut hasta que los Iluminati pasen con sus naves y arrasen con nuestra estupidez, o subirme a un avión y mudarme a Estocolmo. ¿Qué dicen? ¿Preparo las valijas?

Ropa no entra porque está petada de vitaminas, ya que cómo a los gobiernos nunca le importó mi salud (hasta ahora), tengo que ocuparme de cuidarme solita. Esperemos que no piten las vitamina D en los monitores, sino me van a decir que tengo el virus y era solo una pastilla.

Canalizando espíritus

 

A diferencia de los encuarentenados, estoy durmiendo cuatro horas al día. Trabajando mucho atajando videos bloqueados, memes, documentales y hasta la orden judicial que está por poner a un par de tecnócratas en la cárcel. 

Divinos los tiempos que corren; mientras el 80% de la población engordó diez kilos, yo estoy en una dieta líquida de fibra óptica, nano chips, vitamina C y peleas callejeras.

 

—Ceci, te van a venir a tocar la puerta, dejá de escribir todo lo que pensás—me dijo mi amiga Corina desde New York.

 

Nací en una familia en donde mi madre nos ponía kerosene en el pelo para matar a los piojos, si eso no logró exterminarme, dudo que esta pandemia lo haga. He desafiado las leyes académicas, físicas y espirituales y sigo acá, tocando el ukelele en Do menor para ver si alguien quiere decidir despertarse conmigo, y ya que está, darme un abrazo sin distanciamiento social.

Arresto domiciliario

Unas horas después de escribir un relato sobre el totalitarismo, he recibido un aluvión de mensajes personalizados de cómo tengo que pensar. Entiendo que no ha sido suficiente que nos hayan querido manipular con una guerra biológica, así que a los militantes del poder absoluto, les pido una sola cosa: si ustedes dependen de un sistema piramidal nefasto y asquerosamente corrupto, por favor no ladren en mi casa. A mí no me corren con el miedo, pero a los que sí, sigan tomando de la teta de los medios que en un futuro les van a decir hasta como tienen que vestirse. Sigo sin referirme a la política, pero la gente escucha lo que quiere escuchar, y soy escritora, no docente. 

De la cuarentena al totalitarismo

¿Ahora les queda claro qué estamos viviendo una dictadura? ¿O hace falta que se muera un familiar sin que lo puedas despedir porque te extorsionaron los miedos hasta dejarte sin coherencia? 

No, mejor dejame que adivine: estás en tu casa encerrado hace un mes tragándote todo lo que los medios te dicen como si fuera un Dios hebreo que promete salvarte de una pulmonía. Esta gente—a la que le creés todo,—no solo que están causando un genocidio, sino que están impidiendo que estés con tus seres queridos y que trabajes. Que es anticonstitucional, pero somos una raza tan débil, cobarde y previsible que nos tienen encarcelados en nuestro hogar esperando a ver de qué manera pueden lucrar con nuestra salud.