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Una mudanza florida

 
¡Ceci! Me enteré que te mudaste a Florida, ¿no tenés miedo de los huracanes? Me dijo una pseudo amiga de mi pasado: California.
Explicarle a la gente que los demócratas son más peligrosos que una lluvia fuerte es como luchar contra un tiburón blanco del Atlántico: inútil.
Para todo lo demás existe Jamie Lynn, mi única amiga de la costa Oeste que se vino conmigo para ayudarme a montar mi casa frente al mar en cinco días.
Vendí todos mis muebles, embalé mi auto a tope despachándolo con una agencia, y me subí al aéreo con 6 valijas y media pizza que nos había sobrado de la noche anterior. Agarramos un red eye, que básicamente significa viajar de noche con bebés llorando, gente con sobrepeso roncando y uñas de acrílico enviando mensajes de texto celebrando el pasaje a mitad de precio. Zapatos en el pasillo de los que sufren retención de líquido y un baño siempre ocupado de los descompuestos con comida chatarra. No esperábamos que la princesa Diana se sentara al lado nuestro, pero tampoco que nos tiraran el asiento reclinable en el lóbulo frontal. No clavamos un ojo en las 5 horas de vuelo, pero estábamos tan contentas de escapar de los zombies de San Francisco que llegamos al aeropuerto de Miami listas para grabar La Laguna Azul 3.
Al llegar a mi nuevo hogar—alquilado por internet—no sabía si me encontraría con alguien clavándose una jeringa en los palieres, una palmera de plástico con un flamingo adentro o un paraíso a una cuadra del mar. Gracias a mi percepción lista para el Tarot, la carta Astral y la Numerología el lugar era un sueño, check that!
Dejamos las 6 valijas y nos fuimos a buscar mi coche que estaba hasta la coronilla de ropa, pero al subirme tenía una rueda pinchada. Estoy convencida, ese clavo me lo chutó algún embozalado celoso de mi camino hacia la liberación.
Bajamos todo lo que había adentro del vehículo y con 37 grados nos fuimos a un taller mecánico de Fort Lauderdale a pelear precios. Nos arreglaron la goma, nos hicieron un descuento y lo fuimos a celebrar a IKEA después de estar 24 horas sin dormir.
La euforia por amueblar mi palacio en un solo día fue tal, que si no hubiera sido porque la mercadería estaba completamente fuera de stock, mi casa hubiera estado armada esa misma noche. Mientras navegaba por la sección de colchones, Jamie me envió un mensaje desde la planta baja pidiéndome que por favor bajara. Ignoré su entusiasmo y me concentré en poder al menos volverme con una cama en la primer noche.
Al segundo me llega un mensaje diciendo: ESTO ES UNA URGENCIA, VENÍ YA.
Coño, pensé, se quebró un tobillo.
Al bajar a las corridas pensando que la única persona que me podía ayudar se había lesionado, la veo a lo lejos con un pie sobre una mesa ratona y la cadera apoyada sobre un sillón.
—Oh my God Cici! Me gritó Jamie emocionada—Acabo de encontrar este sillón que sacaron del depósito recién junto con esta mesa. ¡Mirá! Están los dos a mitad de precio porque los utilizaron de muestra para los escaparates.
Francamente me agarró un escozor en el alma, odiaría amueblar mi casa frente al mar con un paseo de traseros por el sillón de lino más lindo del local. ¿Pero qué otra opción teníamos? Estaban todos los muebles agotados y este sillón nos encantó. Lo sacamos, lo probamos y hasta nos tomamos un capuchino imaginario en la maldita mesa que pesaba más que el diablo.
¡Venga, adentro! Llenamos el formulario y nos llegó por delivery a las 11:30 de la noche.
Primer día y ya teníamos el sillón, una mesa y dos chicas motivadas por respirar aire puro (un derecho) huyendo de California para empezar una nueva vida frente al mar.
Dicen que un viaje de 1000 millas empieza con un paso, claramente esta gente nunca se ha mudado, porque desde mi llegada ya hice pico en los 5000.
Los espero con un bowl de pochoclo en el living de mi depa que da justo a la piscina en donde toman agua los pajaritos.
We, the free!
 
Ceci Castelli

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