Coronavirus
Dos plagas han aterrizado en San Francisco: la exagerada falsa tasa de mortalidad de un virus creado para asustarnos y vender más productos antigripales, y el cacareo en los medios de todo lo que no sabemos aún sobre el agente COVID-19.
Hagamos la tarea: Edward Snowden,— ex consultor tecnológico e informante de la Agencia de Seguridad Nacional del estado—tuvo que trasladarse a Rusia con asilo político por haber divulgado los secretos de este país, que (ejem) fueron muchos y graves.
¿Ustedes piensan qué a esta altura del campeonato no le pueden sacar la ficha al Coronavirus? Lo que me flipa de todo este asunto no es la estrategia detrás del virus, sino, una vez más, lo estúpida que puede llegar a ser la gente. Crean una herramienta para controlarnos y a la hora hay colas eternas en los dispensarios con gente poniéndose inyecciones de zinc en el trasero.
Voy caminando por la calle y están todos con máscaras— de por cierto, agotadas en Amazon. Perdón, hay un comerciante que vende particular, pero solo a doscientos dólares cada una.
No le quiero desear la muerte a nadie, pero hay algunos que no deberían haber nacido directamente. “No Ceci, esta gente es la que se casa y se reproduce para que el virus no desaparezca”, me dijo mi ángel guardián en contra de la prensa amarilla (y de la ignorancia, claro).
No soy médica ni científica, pero conozco mi raza, y estamos más contaminados que cualquier virus creado en un laboratorio para vaya a saber qué finalidad. Si hemos modificado genéticamente las semillas para que no se pierdan las cosechas con el fin de producir y vender más, seguiremos destrozando y esparciendo nuestro amor hasta autodestruirnos. Afortunadamente, una nave me recogerá antes de que la catástrofe toque mis pies; no estoy documentando todo esto en vano para morir a los ochenta años enterrada por los hijos que no tendré.
Ni para llegar a la vejez sin agua potable porque se acabaron los recursos.
Escribo, porque el arte es lo único humano que ningún virus ha podido extinguir, y sin arte, francamente, hubiera partido hace rato.
Dicen que la tercera guerra mundial será por falta de H2O, temo contradecirles, pero en mi ciudad ya ha comenzado, y no es por agua, sino por papel higiénico. Se ha acabado el papel higiénico en San Francisco señores, el coronavirus está generando otro virus: escherichia coli sin fronteras. Tan pancha haciendo las compras llegué a la góndola del papel sanitario y solo me recibió un cartel de “out of stock”.
No existe el videt en Estados Unidos, y la gente en vez de preocuparse de cómo van limpiarse las partes, entraron en pánico por la falta de máscaras. Con mis escrituras no salvaré a mis seguidores, ¿pero algún argentino que quiera hacerse unas changas exportando papel higiénico? Cambiamos el chorizo parrillero por papel doble hoja raspado fino. Viajo en un mes para mis pagos, no entiendo mucho de containers, pero algo podemos hacer.
Mientras tanto, la que se fue a poner la inyección fui yo, pero de B12, ya que todo este drama mediático agotó mi cuerpo vegetariano dejándolo sin energías.
— Mirá cómo lo hago—me dijo la carismática de la enfermera— así el resto de las dosis te las ponés vos en tu casa.
¿Así me querés ver 2020? ¿En cuatro pinchándome la nalga en un nervio porque no sé la diferencia entre un músculo y un tendón?
Se acerca mi cumpleaños y tengo la heladera llena de vitaminas y cajas de inyecciones para aplicarme a mi misma, y yo te pregunto, Universo, ¿Qué tanto más independiente me querés sacar? Vivo sola, me corto mi propio flequillo, pinté los azulejos de mi baño y lijé el piso de mi departamento barnizándolo de blanco, ¿qué sigue? ¿Partera a domicilio?
A lo mejor esto es una señal para que pida mi regalo de cumpleaños, y entre ustedes y yo, ya sabemos que es la casa frente al mar.
Pero voy a ser específica y radical sobre este tópico:
Querido Universo: el 24 de marzo es mi aniversario, acepto y recibo mi casa frente al mar coronavirus-free y stock de papel higiénico en sótano.
Un chef con experiencia y un novio que domine la jeringa; ya no espero que me encuentren el alma, con que le den en el músculo me conformo.
¡Qué no cunda el pánico gauchos, nos vemos pronto!
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