El Pancho y la coca
Si viviera en Texas, ayer probablemente hubiera sido mi último día cómo Cecilia Castelli. Pero como estoy con los progres, no pasa del balazo discursivo. El día gritaba paseáme, el sol estaba despejado sin niebla y humo de los incendios y era una tarde muy parecida a la propaganda de Phillip Morris con Araceli González, perfecta.
En vez de ver barbijos veía flores primaverales, amaba a todas las mascotas por igual—incluso la del tercer piso que me tiene hasta madre—y había perdonado a todos mis ex novios por todas las idioteces que hicieron bajo mi consentimiento. Todo venía rolando con mucha soltura y viento en la cara hasta que llegué a la cola del supermercado—que a esa altura más que una cola parecía la caminata hacia la picadora de carne del video de Pink Floyd—, donde estaban todos como huérfanos de amor mirando a la chica mala respirando aire puro.
Jamás me pongo el bozal salvo que sea estrictamente necesario, como por ejemplo cuando estoy por iniciar una operación quirúrgica para descuartizar a mis víctimas. En la fila éramos aproximadamente quince personas. Yo estaba ahí para comprar mi almuerzo del mediodía, ellos aparentemente para pelearse con la equivocada.
—Disculpame, ¿podrías ponerte el barbijo? Estás arriesgando la vida de todos nosotros—me dijo una señora de sesenta años con el control remoto pegado en la sien.
—¿Vos te lo podrías sacar? No te escucho cuando hablás—le contestó mi cinismo a punto de armar una balacera.
—Me oíste bien, por culpa de gente como ustedes los casos no paran de aumentar.
—Sí, me enteré, la estupidez se está duplicando a la velocidad de la luz.
—Deberías informarte en vez de estar discutiendo conmigo, estamos en una crisis de salud y lo que predomina es tu egoísmo.
Hasta “me oíste bien” mi corazón venía bombeando el clásico sístole-diástole ciclo cardíaco, pero cuándo escuché la palabra “informarte” de su boca, un camión con acoplado le pasó por encima dejando solo los restos de una vida sin sentido. Por supuesto que todo esto sucedió en mi memoria, en persona salió lo siguiente:
—Ustedes, los pobres infelices esclavos de la comodidad y el adoctrinamiento. ¿Sabés cuál es la verdadera epidemia acá? Que naciste en un país que te lo dio todo y ahora que te lo saca no sabés pensar por vos misma. Te hicieron la jugada perfecta y vos creés que ellos te están cuidando. Tu problema es que no sabés navegar el contraste porque este país te lo brindó todo y vos pensaste que era a cambio de nada. Tu ignorancia frente a la situación actual es el resultado de un sistema que te hizo un trabajo fino desde tu nacimiento, haciéndote creer que vivías para tu “sueño americano” cuando en verdad estabas trabajando para ellos. Se quieren quedar con tu casa, tus hijos y tu libertad y vos seguís defendiéndolos mientras pagás impuestos por existir.
Me enfrentás a mí culpándome de una crisis que armaron ellos y mientras tanto ellos gozan de haber logrado el objetivo: dividirnos.
—Me parece que esa no es manera de hablarle a un mayor—me dijo otro de la fila chupándole las medias al sistema.
—Y usted no se meta, la discusión es con ella, ¿o ahora la negación también lleva guardaespaldas?
—Deberían multarte por no llevar barbijo, así se solucionan los problemas más rápido—me dijo la señora de las seis décadas.
—Sí, estaría bueno, ya que esa multa también la terminarías pagando vos, ¿dónde te pensás que van tus impuestos? ¿Con soltar a los presos pensaste que pagarías menos?
—Seguramente sos republicana, porque solo un republicano puede estar sin barbijo en los tiempos que corren.
—Soy un ser inteligente, no necesito que un partido político me represente para pensar coherentemente. Sos vos la que no podés actuar desde la consciencia, simplemente porque te la quitaron con una falsa narrativa histórica y social. Vendiéndote la igualdad a cualquier precio cuando en realidad te pavimentaron un camino hacia el comunismo.
Me salí de la fila y decidí saltear el almuerzo para subirme a la bici y quemar todo debate de mi lóbulo frontal.
Después de todo, las sagradas escrituras mencionaban los ayunos como la purificación del alma, lo que esta gente no sabía en aquel entonces que para atravesar este 2020 vamos a tener que hacer un poquito más que privarnos del café con leche y las medialunas, vamos a tener que tomar agua bendita de la fuente por varias años, eso sí, esperemos que no esté bendecida por Pancho, sino de seguro nos vamos al infierno en picada.
(El plagio es delito, si vas a compartir mi obra que por favor aparezca mi nombre al final del relato. Gracias).
Ceci Castelli