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Las tiranías fomentan la estupidez (Borges)

 

Ayer un lector me dijo que estaba cansado de leerme y que hace un tiempo escribo siempre lo mismo. Supongo que el amoroso debe saber mucho de literatura, ya que estoy segura de que Hemingway, Joyce, Fitzgerald, Kafka, Wilde e incluso nuestro querido Jorge Luis Borges habrán llegado al éxito por adaptarse a las necesidades del lector. Le estuve por preguntar: ¿qué te gustaría que escriba?, tipo autora “a la carte”, un karaoke versión escritura. 

Yo creo que su decepción puso quinta cuando descubrió que no le puedo leer la mente y que soy libre de elegir el contenido de mis historias.

Pero si estamos teniendo una crisis global por falta de libertad, no me asombra que cuando no cumplís con las expectativas ajenas, te crucifiquen. Lo que en verdad me dejó flipando fue que tuviera el morro de hacer la protesta pública, donde caminó solito hacia la guillotina. 

Es como si yo escribo un review para Mc Donalds diciendo que estoy cansada de que hagan hamburguesas. Pobre Ronald, me lo imagino complaciendo a mi lector cocinando huevos revueltos detrás del mostrador.

Lo irónico de todo este asunto es que escribo autobiográfico, y lo que está sucediendo hace seis meses no solo se ha vuelto repetitivo sino antinatural. Es la primera vez que el mundo está bajo una dictadura y esta persona quiere que yo me dedique a entretenerlo—un ser que no cree en teorías conspirativas—, escribiendo sobre algo distinto a lo que está pasando. Yo lo entiendo, él apostó por mi creatividad, no por mi sinceridad; la gente no quiere escuchar la verdad, ellos quieren pasarla bien, y así estamos, el planeta casi fundido por los necios que viven de la servidumbre. Un esclavo de lujo, bah. Ya que no creo que este señor esté en la calle hurgueteando los tarros de basura—por ahora.

Su casa no se incendió, no le mataron a su hija, no se quedó sin trabajo y tiene salud. Supongo que él debe acreditar esto al sistema, un sistema que ha favorecido a algunos y arruinado al resto, pero él está bien y eso es lo único que importa. Perdón, podría estar mejor si yo escribiera para él. Pero el peor cinismo de todos no es este, sino que él defiende—como la mitad de la población—una narrativa que lo está por dejar sin nada. 

Soy una escritora movilizada por mi realidad, y lo aceptemos o no, estamos en guerra. Si esperan de mí el mismo contenido que hace tres años atrás, probablemente tengan un conflicto con el desarrollo espacio temporal. Me adapto a mi circunstancia, no la peleo, mi lucha es por la libertad, no por enemistarme con la gente que vive ignorantemente feliz. 

No pido lo mismo, pero no me vengan a llorar a casa porque no pudieron superar la imagen que crearon sobre mí. No tengo tiempo para discutir los ciclos evolutivos por los que atraviesa el ser humano, quiéranse un poco y superen las necesidades personales, que por culpa de ellas, estamos todos pagando los platos rotos. 

Soy autocrítica, acepto los desafíos de cualquier entidad que empuje a mejorarme, pero no de alguien que me juzga de loca por traer a colación las atrocidades que están destrozando nuestra sociedad. 

Después de todo, creo que el barbijo apuntaba a esta gente: los cómodos sin pensamiento crítico, a un metro de calentarse el café y a dos reencarnaciones de la verdad.

Propongo que en vez de leerme se coloquen el bozal, salgan a pasear manteniéndose a seis pies de distancia del sentido común, y después cuando se aburran de no tener contacto físico con nada ni nadie, prendan la tele y miren Netflix. No hay nada como hacerle el amor a lo seguro. 

 

Un beso en la frente.

 

 

(El plagio es delito, si vas a compartir mi obra que por favor aparezca mi nombre al final del relato. Gracias).

 

Ceci Castelli

 

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