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Un juguete en la guantera

 

No voy a volver a sacar el temita de la secundaria de nuevo, ya que muchos saben de mi prontuario y no los quiero aburrir con mis faltas de concentración batallando veranos enteros clavados con un compás que no se movía hasta pasar de año. Gracias a Dios, eso quedó en mi pasado y ahora soy una mujer madura e inteligente azotada por el maldito karma.

Dos multas en un día, una discusión agitada y una lágrima falsa después, me enfrenté con la ley por vigésimo quinta vez.

A veces pienso que si Julio Cortazar hubiera escrito Rayuela en los tiempos que corren, probablemente Oliverio hubiera sido un tipo mucho más jodido, ya que estoy segura de que en esa época los escritores no tenían que pasar por las injusticias viales por las que atravesamos nosotros, los artistas del siglo XXI.

La primer multa fue por velocidad, 366 dólares; una pasaje ida y vuelta a México. La segunda, por tener el celular en la mano escuchándola a mi madre en alta voz hablar de propiedades. El daño: 161 dólares.

La profesora particular de la vida sigue vengándose por mis materias pendientes de cómo hay que manejar para no generar atascos. Yo tan solidaria dándole una lección a la gente que aparentemente está cocinando un guiso de lentejas detrás del volante. Me penalizan por dar el ejemplo, not good. 

 

— Oficial, usted acaba de quedarse con el dinero del regalo de navidad para mi abuelita, ¿le parece justo? 

 

— Yo no señorita, el condado de Alameda. Justo me parece que no arriesgue la vida de otro ser humano. 

 

Mi abuelita falleció hace más de quince años, pero sé que no le hubiera hecho ninguna gracia recibir una foto de su nieta favorita en la corte debatiendo injusticias. Por eso es que su espíritu me dio permiso para que defienda lo que me pertenece manipulando a los responsables. 

Después de la ranchera en Si bemol, prendí palo santo sobre los dos papeles con mis futuros viajes y los declaré patrimonio de la UNESCO, un aporte educativo que hago para que los ciudadanos aprieten el maldito acelerador.

Estoy cansada de que tomen mi forma de conducir a la ligera, no puedo arriesgar una infracción más para contribuir a una sociedad que tiene la pata atornillada a los diez kilómetros por hora. 

¿Qué más quieren de mí? Escribí un libro entero guiando a los individuos a encontrar las herramientas que se necesitan para obtener una licencia de conducir, pero no hay caso, mucho zombie ha convencido a la Escuela de Conductores Profesionales a que dominan el vehículo.  El ser humano no puede ni con su propio cuerpo, y encima se toma el atrevimiento de dirigir un pedazo de metal que rueda por las calles. No, si lo que me parece milagroso acá es que no estemos todos estrellados unos contra otros en la vía pública.

Cuando mis copilotos se quejan por mi velocidad, tienen que entender que estoy tratando de esquivar a un bisabuelo que no me ve, y que por default, estoy salvando dos vidas de un tirón; la suya y la mía.   

Todos me culpan por mis excesos detrás de la maquinaria que nos traslada, pero yo pregunto, ¿alguien se murió?

No, ni un raspón, sin embargo las heridas me las estoy cargando yo en mi tiempo libre en la corte. 

¿Cuántas veces más quieren verme en ese galpón defendiendo obviedades? 

La jueza ya no puede más conmigo, en cualquier momento le termino depilando las cejas para justificar nuestra pérdida de tiempo.

Voy a juntar firmas para que este calvario de manejar sin ser reconocida finalice. Me penalizan por conquistar el tránsito con una exactitud lapidaria, y después lloran cuando salvé tres colisiones simultáneas. 

Todos los médicos del mundo han salido favorecidos con mi puntualidad por saber eludir a gente no calificada para conducir.

Ahora por favor no empiecen a pedirme consejos por las redes sociales, hace veinticinco años que vengo tocando bocina, algo que la ley de tránsito prohibió por si la gente se asustaba y causaba un accidente más.

Me hago la señal de la cruz mientras bendigo a todos los que saben manejar, y los que no, váyanse con cuidado porque llevo granadas en la guantera, estoy a un brazo de distancia de que pierdan la vida. Grazie mille.

 

¡Los quiero mucho y nos vemos en la corte!

 

 

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