Guerra sanitaria
Ayer volví a ver “Lucy” (de Luc Besson), por segunda vez consecutiva. No me gusta idealizar un icono, pero qué ganas de ser Scarlett Johansson, tomarme una bolsa de CPH4 y desaparecer por completo de este planeta.
No nos morimos nunca—dice la actriz en una parte del guion—claro que no, pero supongo que habrá otros planos superiores a este, ¿chutarse la nueva vacuna para una gripe con componentes de HIV no será el camino?
Se está muriendo tanta gente con este experimento social de vacunas en fase de “reducción de población”, que francamente me alegro, ya que alguien que colabora para estos globalistas se merece la extinción.
No le deseo la muerte a nadie, pero estoy un poco hasta la zorra de este show, y si tienen que morir unos cuántos para que la sociedad despierte, pues venga, que el nuevo gatillo con forma de jeringa los liquide a todos. Ya que cuándo nosotros le explicábamos que esa arma biológica los iba a pulverizar, nos cancelaban abrazándose al discurso mediático—el mismo que en algún momento les dijo que una vacuna tarda entre dos a cinco años en comprobar su seguridad y eficacia.
Pero no se puede pedir memoria a un pueblo sin coherencia. La misma que me enfrentó esta semana cuando fui a la clínica a sacarme sangre para un chequeo de la tiroides.
Al llegar al establecimiento había una fila de adoctrinados con bozal esperando a que le perforaran el cerebro con una pistola láser—un termómetro creado para terminar de destruirles el poco IQ que les queda—.
Cuando llegó mi turno, le dije al empleado que por favor me tomara la temperatura en el brazo, al decirme que no, lo obligué a llamar a su supervisora para solucionar este delirio. ¿Tienen tiempo? Porque va para rato.
Después de media hora se asoma la supervisora: una mujer con sobrepeso, ropa de todos los colores, esquivando la ducha hace una semana y los ojos desorbitados como si la estuviera apuntando con un Pantene. God help me, estaba segura, me encontraba en el séptimo círculo del infierno. Luchando contra el cuarto sello del Apocalipsis: peste y hambre. La peste siendo una metastasis de ignorantes dirigiendo el sistema sanitario.
La miré de arriba abajo pensando una sola cosa: cómo una persona puede estar preocupada por mi salud cuando ella refleja cómo mínimo una salmonella.
Le expliqué que tuve un accidente en la cabeza y que no podía exponerme a un rayo láser en la frente, actué un falsete de tono sumiso para no tener que enfrentarme con una ciencia agarrada de los pelos, y ella sin prestarme mucha atención, ignoró mi reclamo. Con un latido en el ojo izquierdo y al borde de un edema de glotis, respiré hondo y le dije que quería hablar con la persona encargada de la clínica porque esto era insostenible.
A la media hora llegó el segundo trapito desfilando otra incapacidad cognitiva de llevar el debate adelante con respecto a un termómetro, repitiendo el mismo discurso.
Cinco minutos después, me encontré llamando al 911 para hacerles una denuncia, en donde la policía tomó mis datos con la seriedad que un perro levanta la pata para hacer pis en un árbol—another one bits the dust.
Llegué a mi casa con un pico de presión alta y lista para la segunda batalla: hablar con mi médica para que autorice a sus colegas a tomarme la temperatura en el brazo. Nota para Abraham Lincoln: sorry man, la decadencia ha escalado al cuerpo médico.
Para mi sorpresa, la doctora se puso de mi lado y me dijo que me enviaría una nota a casa para que pudiera ingresar al laboratorio sin problemas.
No, no hay misiles en el aire y no explotó ninguna ciudad, porque no hace falta, con que no defendamos nuestros derechos perdemos la guerra sin que nos tiren una bomba como evidencia de la destrucción.
Porque ellos—a diferencia de nosotros—supieron anticipar nuestra reacción: la comodidad.
Y no hay otra manera de ganar esto que no sea enfrentando cada injusticia con determinación hasta lograr que se revierta la situación.
Apagá el televisor, cerrá la computadora, tirá el control remoto por la ventana y despertate, porque si seguís cumpliendo con las normas de “seguridad”, en algún momento tu comodidad se va a terminar y no habrá mas tiempo para reclamos.
Desde mi guarida de la calle Chestnut, buen domingo para todos.
Ceci Castelli