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Jean Francoise

Doce de la noche y suena mi teléfono.

Completamente dormida pienso dos cosas:

- Un terremoto.
- Mi hermana tuvo su hija a los 6 meses.

Mis predicciones están lejísimo de la realidad y es Jean Francoise.
Mis amigos—que me quieren tanto—creen que me conocen como el amor desmedido que me tienen, pero son dos cosas distintas que no crecen a la par. Entonces—en el afán por presentarme a alguien—programaron una reunión sin que yo supiera nada para introducirme al sujeto en cuestión. El afortunado fue Jean Francoise, la desafortunada, Cecilia Castelli.
Pero claro, a primera instancia todo entra por los ojos, y la verdad que un francés canadiense de un metro noventa y cinco, rubio de ojos azules hablándome en francés que encima estoy tomando clases, no puede caerme tan mal. Como mucho podrá enseñarme las cursiladas de una principiante: Je t’aime, l’amoure de ma vie, s’il vous plait, merci, y la merde.
Su personalidad, charming. Su espíritu aventurero charming también. Abandonó su trabajo en Londres para viajar por un año entero y ahora estaba recorriendo California.
Lo conocí un viernes, y el sábado se iba a recorrer los parques nacionales por 5 días.

- Jean Francoise, me cuesta pronunciar tu nombre, le dije.

- Llamame lo que quieras, no me lo tomo personal, me contestó, y se terminó de acomodar la chalina de lino al estilo Rochas.

También se vestía bien, check. A ver, estoy en la espera de un alma evolucionada, como se vista es irrelevante, pero si encima tiene buen gusto, no lo voy a enviar de vuelta.
De repente todos nuestros amigos se fueron a dormir a las 8 de la noche, primer sospecha por parte de ambos.

- ¿A ver y vos, porqué una mujer como vos está soltera? Me preguntó.

- ¿Qué versión preferís escuchar, Jean? Le dije, ¿la respuesta psicológica, espiritual o física?

- Mirá, ¿te puedo ser sincero? Me dice.

- Sinceridad es lo único que estoy pidiendo desde 1982, por favor.

- Hace mucho tiempo fui a una vidente y ella me dijo que yo puedo ver a través de la gente, el aura y los espíritus que tiene alrededor. Veo que el tuyo es brillante y todo lo que querés en esta vida lo vas a lograr, me cuenta.

- Bueno, no hace falta ser muy vidente para ver eso, Jean, de repente decime si voy a ser billonaria, porque no me estás contando nada nuevo.

Empezó a describirme todo tipo de entidades mitológicas que se encontraban en mi frecuencia vibratoria, me habló de mis vidas pasadas, y hasta me dijo que la vidente le dijo que en California el iba a conocer una mujer con mis descripciones que le cambiaría la vida. Me pidió que fuéramos a su camioneta estacionada en la puerta del bar así me hacía reiki en la cabeza y me abría el chakra del plexo solar. Yo, convencida de que si me mata un francés canadiense al menos será una muerte elegante, cedo y me siento a su lado.
Empieza a respirarme cerca de la cara y me tira el aliento, no estoy muy convencida de que sepa lo que está haciendo, pero mi curiosidad me está empujando a hacer las cosas mas estúpidas de mi vida.

- Jean, siento tu mano sudando en mi cabeza, esto no puede ser una buena señal.

- Tranquila, es porque te estoy pasando energía. Siento un bloqueo en el chakra de los sentimientos, algo me dice que estas cerrada para conocer a la persona indicada. (Me faltó contarles que Jean Francoise trabaja en Microsoft en el área de ventas, o sea, es un salesman.)

- Jean, que te consideres un Buddha no te da derecho a juzgar mi estado civil, me dijiste que me ibas a hacer reiki, no tirarme las cartas.

Hablamos un rato más, me dijo que me fuera con él a los parques nacionales y yo pensé que era lo único que me faltaba, ser guía turística de un divorciado con hijos que no sabe como llegar a las cascadas dentro de Yosemite. Rechacé su generosa oferta y me fui a mi casa. Los siguientes días fueron una explosión de mensajes de texto, video llamadas, fotos del inodoro del hostal de donde se alojaba, fotos de él meditando en una roca con cara de chanta, etc.
El domingo me llamó mientras yo me estaba haciendo las uñas y me dijo: estoy acá. La vietnamita que me estaba atendiendo casi se clava la maquina de sacar callos en el ojo del salto que pegué.

—¿¿QUÉ??? Le pregunto, ¿acá en San Francisco? No entiendo, ¿si de los parques nacionales te ibas a Los Angeles?

—Sí, era lo planeado, pero te traje un regalo y te lo quiero dar en persona, aparte siento que vos y yo conectamos y fuiste lo mejor que me pasó desde que me fui de Inglaterra, me cuenta.

En un shock de responsabilidad y agobio salgo con las ojotas y la goma espuma en los dedos y me voy al auto sin pagar. Las vietnamitas me corrieron hasta el parking para recibir sus honorarios, pagué con una cadena de disculpas y me fui a casa a ver que me deparaba el maldito destino.
Cuando llegué lo vi a Jean Francoise parado, apoyado contra su camioneta toda llena de barro, con sus pelos rubios al viento, con una sonrisa de viajero enamorado y cruzado de brazos como si me hubiera estado esperando toda la vida.
Yo, que ya de príncipes divorciados estoy hasta la zorra, lo miré con una frialdad inusual y le dije, ¿vos estás crazy querido?
Inmediatamente abrió el baúl de su 4 x 4 y buscó mi regalo tan promocionado. Revolvió entre un par de bananas, botellas de agua, pantalones rayados y unos cuchillos para defenderse por si se enfrentaba con algún oso negro de la zona.
Acá está, me dice. Y me regala una piedra enorme y horrible. Piedra equivocada pienso, ahora entiendo su divorcio.
Este tipo viajó 500 kms para darme un cascote, que según el, ¿tiene forma de corazón?
Ya no pido un viaje a Paris o una cena romántica en Napa, solamente suplico que el Universo aleje urgente esa piedra volcánica de mi retina, que ahora gracias a él, la atesoro como un souvenir, Grazie mille!


Au revoir!

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