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Al estilo Santo Domingo

 

Con esto del virus no solo ha florecido el planeta Tierra, sino que ha nacido una nueva generación de jardineros y cocineros. Está todo el barrio con las tijeras de podar y la maquina de cortar el césped desde las ocho de la mañana. ¿Cuántas veces más querés enterrar la misma flor? 

La pobre vegetación ya no puede más con una camada de humanos aburridos de las noticias y el encierro. Ancianos trepados al pino del jardín, señoras jubiladas enterrando tulipanes, y algún padre de familia que no suelta la brocha y ya se pintó todo el frente de la casa. Lo que esta gente no sabe es que un asteroide está por golpear el globo terráqueo a una velocidad de 55,000 kilómetros por hora, y que es muy probable que esa tijera junto a todos nosotros, se vaya a la chingada.

Llegó el momento señores, ¡larguen los problemas ahora o llévenselos para siempre!

La buena noticia: es que hasta ahora se ha confirmado que el asteroide destruirá solo una ciudad entera—mucho menos daño de lo que hemos causado nosotros con el simple hecho de existir.

Mientras estaba calculando cuántos años más de vida me quedan en este sitio, me llamó nuevamente el Papi, mi vecino de Santo Domingo que vive en diagonal a mi ventana.

¿Es mucho pedir qué ese asteroide caiga en su terraza?

Pero por un tiempo nomás, después que resucite, ya que el barrio no sería lo mismo sin él. Su insistencia es a prueba de escombros y derrumbes 7.8. Si pudo salir con tantas mujeres y no agarrase un chancro, dudo de que este hombre sea uno fácil de extrerminar.

Yo venía sumergida en la bañera con mis sales de baño muy tranquila leyendo “Guía práctica de la vida autosuficiente” de John Seymour, hasta que sonó mi teléfono interrumpiendo el silencio con alaridos de fondo y la música de Eddie Santiago al moño. (Para los desentendidos: género salsa)

 

— ¡Oye mami! ¿Esa eres tu?

 

— ¿Y quién coño va a ser si llamaste a mi número, querido?

 

— Pues no lo sé chica, a lo mejor con esto de la cuarentena te has conseguido a alguien que te haga compañía, linda.

 

— Ese sos vos, papi, que necesitas que las mujeres te entretengan para mantener tu sex appeal caribeño. En Argentina operamos distinto, nos suicidamos con música lenta y le lloramos a Jorge Luis Borges. 

 

— Ay mami, eso está bien dramático, ahora entiendo porque tu le escapa a este mulatón, yo solo quiero hacerte feliz y tu quiere la telenovela. 

 

— Sí, particularmente esta, la que se te hizo costumbre desde que empezó la cuarentena: llamarme diariamente.

 

— Mira que eres bruja, linda. El Papi te llama porque te ha cocinado de nuevo uno de tus platos favorito: arroz con habichuela.

 

Mucha gente que me conoce sabe que nada me conmueve ni moviliza, salvo el arte y la comida. Pero no mis huevos revueltos desde 1987, sino la comida que me prepara un otro. Uno que la tiene servida y le sale riquísima. El arroz con frijoles es un típico plato dominicano—y que si lo saben hacer, terminás lamiendo las bandejas hasta que apaguen la luz.

Este es el caso de mi vecino, el que no tiene dominio para manejar la entrada y salida de mujeres de todos los tamaños y colores de su casa, pero si tiene mano con la sartén y los malditos ingredientes. 

 

— Ok, en cinco minutos estoy en tu casa.

 

¿Ustedes se pensaban que a los hombres únicamente se los conquistaba con la cocina? Bad news: a nosotras también. Bueno, habrá mujeres que se conforman con criar hijos, pero a mí: qué también cocine.

Me crucé muy contenta de no tener que agarrar el maldito rallador y asesinar una zanahoria más en nombre del hambre, las ensaladas ya no pueden más conmigo. Era hora de atravesar un cambio. 

Cuando llegué había un integrante más esperando el famoso plato de Santo Domingo, su amigo El Tigre. Un hombre que la esposa lo dejó y se le instaló al Papi hace un año en su casa.

 

— ¡Ah, pero qué hermosa morocha! No sabía que esta noche tenía una cita sino me hubiera arreglado.

 

— Sí, Tigre, con el lavavajillas.

 

Ellos hablaban como si yo no estuviera ahí escuchándolos, y mientras saboreaba el plato más exquisito del mundo, el Papi le contaba que las mujeres argentinas son una jodidas, que de lo contrario yo me hubiera casado con él. Al decirme esto se puso de rodillas y abrió una caja de trastos y me preguntó por octogésimo vez si quería ser su esposa.

Por lo que le contesté, solo si me seguía cocinando este plato por treinta años más. 

 

— Vieja y fea no te quiero mami, es ahora o nunca.

 

— Del alma mejor ni hablemos, seguramente ya la cocinaste a fuego lento con los frijoles, Papi.

 

Terminé de cenar y me volví a mi casa después de una cadena de súplicas para que les hiciera compañía a pesar de mis dos metros de distancia por el virus. Recién me acaba de llamar otra vez para preguntarme que quiero cenar esta noche. ¿Será muy tarde para cambiar cocinero por jardinero?

Creo que prefiero la tijera de podar a las exigencias del Papi en pleno encierro. 

Si él supiera que para conformar a las argentinas se necesita un poquito más que saber cocinar, creo que hubiera abandonado la espátula hace un par de años atrás, probablemente antes de Cristo.

 

¡Un abrazo fuerte en el codo para todos!

 

 

 

 

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