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Mudanza 101

Llegó la hora de meter 10 años en 20 días. Si escucho un: “Ceci, véndelo” más, los voy a amarrar con la cinta aisladora a las turbinas del avión que en breve me llevará a casa: Miami.

No estoy casada ni tengo hijos, los muebles y yo hemos formado un vínculo, no es tan fácil largar cuatro sentimientos así de rápido.

Hay gente que cuando se divorcia tarda 15 años en dividir los bienes, ¿ustedes piensan que esto es una casualidad?

Uno echa raíces con algunas cosas, y parece ser que con lo único que no soy desapegada, mi círculo afectivo insiste que lo venda y empiece de cero.

Nah, redondeemos los números, irme de California a Florida es empezar de 10. El cero me lo chuté acá con los progres y los vacunados con doble bozal. 

El cero fue haberles tenido la paciencia de Sri Yukteswar Giri mientras abrían sus matrimonios, tomaban ácido, se disfrazaban para Halloween y después cuando les dijeron que se encerraran en sus casas frenaron toda su “liberalidad” y obedecieron como borregos hijos del sistema. 

Así es California, incluyen a los gays, los marginados, los Afro Americanos pero las propiedades están por las nubes y puede sobrevivir solo una clase, la alta. Tanta incoherencia casi me lleva a Florida en balsa, pero tengo ciudadanía, me ahorré el bote y junté mi siembra para que me acompañe: Jamie Lynn. Mi hermana de otra vida, mi compañera de viajes y seguramente mi marido de los 1800; cuando yo era una mujer sumisa y me gustaba cocinar. Ahora ha quedado solo la reminiscencia: huevos revueltos gourmet. Con suerte una tostada de amor integral y un besito en la frente.

Jamie de momento no está trabajando, así que le propuse de ir a buscarla a Los Angeles, traérmela a San Francisco y que me ayude con la venta de muebles, las cajas y una paciencia al borde del colapso. 

Nací sin ella, pero tuve la lucidez de elegir a las personas correctas para que actuaran por mí, esa es Jamie. Una mujer que ama la cocina y la prolijidad de todo lo que existe en una casa, vamos, la clásica reina del hogar que falleció en 1950. Una eminencia. Esa es Jamie.

Una amiga que vale por tres, porque hay que escuchar a alguien decir tres veces por día por videocámara:  “No entendes amiga, amo ese sillón, ahí escribí la mitad de mi libro”.

La pobre ya escuchó esta sonata al menos 20 veces, pero el sentimiento es así, caprichoso.

 

—Ceci, te lo compro yo el sillón, de esa manera siempre va a estar en tu vida—me dice ella mientras yo voy deshojando margaritas por cada mueble que se va.

 

¿Alguien puede contenerme? ¡Fueron 10 años!

 

—¿Eh? ¿Qué muebles Ce? Tenés cuatro pelos locos en esa casa—me dijo mi amigo Luciano desde Argentina.

 

—Desde ya, eso es porque soy minimalista, no porque no tenga sentimientos, LUCIANO.

 

—Nah, esto debe ser un chiste, sos la mina más práctica que conozco, has desechado a gente de tu vida más rápido que una gacela, ¿y ahora te importan los muebles? Dejate de joder y llamame cuando estés instalada en Miami. 

 

El primer tirón del desapego es el que duele, después uno se acostumbra, y después viene la maldita exigencia gobernando tu vida.

¿Algún hombre disponible para hacer de marido por un mes? La recompensa es alta: un sillón que te hace escribir aunque no seas escritor.

Creo que me pesa más la frase de mi familia, que vender los muebles.

 

Mi familia: Ceci, cuando uno está en pareja todo es más fácil.

 

Claro, lo difícil fue haber escuchado esa frase durante 30 años. Pero la vida es sabia y me la mandó a Jamie Lynn, que también ha ayudado a mi hermana con su mudanza.

Estas son las cosas que no tienen precio, pero somos tan banales y superfluos que creemos que nuestras micro dependencias son el centro de nuestras vidas, y así estamos, esclavos de nuestros hábitos.

 

—Che nena, yo te llevo dos valijas, más otras dos que llevás vos casi trasladamos toda tu ropa Ceci, tranquila, acá el único problema va a ser cómo le decimos a mi marido que me voy con vos a Miami por 15 días para ayudarte.

 

—Coño, me estoy yendo a Los Angeles a pedirte prestada querida, haceme el grandísimo de dejarle unas milanesas en el freezer y comida por 20 días a ese hombre.

 

—Eso ya lo hice Ceci, espero que no se enoje.

 

No, nunca me gustó cocinar y soy un desastre como ama de casa, pero cuando de relaciones se trata, mi carisma rola en blanco con aportes jubilatorios y seguridad social incluida. 

Ese viaje es nuestro y sencillamente no voy a aceptar perderla a Jamie en el medio del campo de batalla de mi living room. Simplemente no puedo sola, ni quiero. 

Así que hoy, mientras ustedes leen esto, estoy manejando para Los Angeles con alfajores de maicena y de chocolate para arreglar la ausencia de una esposa en extinción: Jamie Lynn.

Empiecen con las cadenas de oraciones ya que me espera la despedida de un silloncito que me apoltronó hasta llegar al éxito: Fort Lauderdale By The Sea.

 

¡Nos vemos en el 101!

 

Ceci Castelli

 

 

 

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