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Amor en gel

 

Videollamada número ciento tres. Una más y me vuelvo alcohólica. No soy de beber, pero entre el encierro, los viajes a la heladera cada quince minutos, las carteleras de películas agotadas, mis vecinos que pasan las aspiradora cada media hora y los borrachos de mis amigos tomando whisky frente a la cámara, creo que llegó la hora. 

Hoy hablé con mi futura productora y me dijo que estaba con resaca porque ayer en un after office virtual bebieron más de la cuenta. Después hablé con Jamie Lynn y me dijo que ella y el marido están jugando a la Generala para matar el tiempo (si es que el juego no te asesina antes, claro). Pero hay algo que sí podemos confirmar con esta pandemia: mucha gente con sobrepeso, incremento de depresivos en el censo mundial, aumento de la tasa de embarazadas, problemas de lordosis, nuevos cantantes de ducha improvisando en redes sociales y discusiones agitadas con padres y abuelos. No sé ustedes, pero a mi madre si no le dan una orden de restricción seguirá transportando macetas y herramientas en su coche como si fuera verano del 86’.

Entre mi hermana y yo pensábamos que con nuestra cadena de audios frenaría su jornada, pero no hay caso, si no le ponemos un suero y la entubamos a la cama ella sigue de gira.

No sabemos que más decirle a esta mujer para que se quede adentro. Critican a los millennials pero, ¿y qué tal criar un hijo de la tercera edad?

La segunda desgracia es que es tenista, y creo que para reclutar a esta gente buscan a las personas más sociables del escalafón humano y le dan una raqueta. El tenis obvio es una excusa, porque hasta donde yo sé, se la pasan reunidos comiendo asado y viajando. Los torneos surgen de varias juntadas hablando del desafío del single, después las ves que juegan cuarenta minutos y hacen una sobremesa de tres horas. 

En esa sobremesa venden cortinas de baño, inmuebles, vestidos de novia, comparten contactos de abogados para el divorcio de la hija, hablan de los nietos y comparten tortas caseras hecha por la nuera. ¿El tenis? Un deporte lejano que cumple la función de juntar mujeres de sesenta y setenta años con polleras cortas y una cerveza en la mano. Ese es el geriátrico en Argentina: el club. A Dios gracias, pero alguien tiene que ayudar a estas jubiladas a que transicionen de la mesa grande a la pantalla digital. Empezando por enfocar la cámara cuando uno las llama.

 

— Ceci, ¡no me presiones que yo no tengo nada! Me dijo mi madre en la última llamada cuando le pregunté de donde venía esa tos.

Eran las dos de la mañana y estaba desvelada comiendo fideos, lo único que vi durante toda la llamada. 

Cada uno cumple con su parte, mientras tanto yo decidí echarle una visita virtual a mi amigo Carlo, divorciado y de Acuario. Intentando hacer todo lo posible para quererlo más allá de su signo. Carlo es italiano y todo esto del coronavirus no va bene para una sangre como la suya. Entonces me llama con una copa de vino para hacer lo que siempre hacemos cuando nos juntamos: psicoanalizarnos. 

Hablar con Carlo es fumigar las dudas encapsuladas de un pasado erróneo. Estoy segura de que Carl Jung no aprobaría varias de nuestras conclusiones, pero después de su divorcio y tres separaciones que lo dejaron en la ruina emocional, él y yo nos hemos transformado en los nuevos psicoanalistas del Bay Area. 

 

— Ella me quería y me trataba bien, pero después de dos años me aburrí, me faltaba pasión— dijo mi dulce acuariano.

 

— No sé si responsabilizar a tu signo o a tu falta de madurez por esto último, Carlo. Pero hay mucha gente como vos, ¿no pensás que simplemente hay personas que no están cortadas para estar en pareja?

 

— Pero yo deseo volver a estar en pareja, creo que este es mi dilema. 

 

Y el de siete millones de personas. Pero al ser humano le está llevando dos guerras mundiales, tres epidemias globales y varios sismos para saber quién es, ¿estar en pareja va a solucionarlo?.

Mientras cortábamos los alfajores de chocolate y canalizábamos nuestras rupturas amorosas a través de la comida, llegué a decirle que la humanidad debería estar soltera hasta que alcance un nivel de evolución determinado. Y que estaría bueno que se inventara un dispositivo electrónico que mida la madurez para saber si uno está calificado para cuidar y amar a otro ser humano. Desde ya que puedo brindar cifras gratuitas sin haber probado el aparato, básicamente son todos mis ex novios. 

 

— Ceci, pero no podemos echarle la culpa a todos tus ex parejas de que tus relaciones se hayan terminado, ¿no? Me dijo Carlo aplicando la picana psicológica.

 

— Fijate vos que en este caso soy 100% responsable— de haber elegido a todos los equivocados. 

 

— Aprendizaje, nena.

 

— Karma, querido.

 

No sé si Carlo cree en el karma, pero si conociera a todos mis exnovios sabría que con la psicología no alcanza, para superar mi prontuario se necesita ser chamán. Eso sí, coronavirus-free!

 

¡Un abrazo para todas las tenistas que leen mis historias!

 

 

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