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La pastilla roja

Son las 3 de la mañana y acabo de pegarle un puñete a la pared, ¿problemas no resueltos? no, esos están en hilera; hace 4 días que no como. Decidí empezar una dieta líquida para sacar las toxinas de mi cuerpo y estoy por sacarme otra cosa, la vida. ¿En qué momento pensé que mi autocontrol era más fuerte que mi hambre? ¿Será qué en el fondo de este metro setenta con rasgos espirituales fusionados con pensamientos guestálticos se encuentra una mujer Neanderthal y criando gallinas? Hace cuatro días que me levanto pensando en un cuarto de libra con queso; antes me quería suicidar por estar en on-line dating, ahora porque los bollos de pan me miran desde las vidrieras.

¿Cómo seguimos? aparentemente revoleando el mate contra el ordenador porque los contratos de las editoriales para publicar mi libro son una estafa. Ésto no lo dije yo, sino mi amiga Irene que es abogada y en cualquier momento se arma un habano con la columna impresa de árboles  muertos hablando de porcentajes que me desfavorecen.

2019, me prometiste la casa frente al mar y sigo golpeando las paredes para que los loritos de mis vecinos dejen de hacer el amor a la madrugada, y encima ahora se agregó un puñetazo más, el hambre.

Entre la dieta, mi libro no publicado, los ruidos de la calle Chestnut, y  todas las pizzas que me podría haber comido en nombre del amor… estoy para el Free Falling de Tom Petty, desolado y sin un lugar en el mundo.

Me encantaría poder decir que la escritura me ha salvado, pero por ahora lo único que hizo fue colaborar con mi dieta sin poner un duro. 

 

— Cecille, me pensé qué con estar de celibato era suficiente, ¿pero ahora también agregaste una dieta líquida por siete días, a quién se le ocurre? me dijo la amorosa de mi amiga Valeria. 

 

La gente parece no entender el nivel de toxinas que se acumula en este planeta, no sólo por los alimentos, sino por el mero hecho de existir. Somos un virus que arrasa con el medio ambiente y contamina todas las tierras— o lo poco que queda de ellas— para una superpoblación de nuestra especie. Afectada por la incoherencia de esta raza tengo que practicar mis rituales chamánicos si no quiero ser contagiada por la polución de la ignorancia, purgando mi alma contra los demonios de la intelectualidad que nos dominan tanto como el hambre.

Créase o no— por Jack Palance— nuestras emociones son controladas por nuestros pensamientos, y como estamos tan descarrilados en el departamento intelectual, nuestra alimentación colabora para que todo este asunto quede manejado por nuestros instintos de supervivencia, en vez de nuestra conciencia— que proviene del espíritu y no de la razón. 

No es en vano que tantas culturas practiquen dentro de su religión semanas enteras sin comer, hay un poder muy sagrado en no ser controlado por nuestras pulsiones.

No sé bien a donde está mi pulsión en este momento, pero les aseguro que estoy maldiciendo la existencia de la pizza desde que nací. 

No sé como se les pasó a los hermanos Wachowski de poner un bife en una de las escenas de The Matrix en vez de una pizza. ¿Quién puede preferir carne muerta a una delgada linea de harina y queso? ¡not me!

Querido Hambre: no te saldrás con la tuya y te conquistaré como Neo cuando congeló las balas y yo grité: ¡YES! he’s the one. 

Solo que por ahora lo único congelado es mi sonrisa, ya que estar de buen humor implicaría— en términos terrenales— que me hagan el amor hasta que salga el sol y que me traigan una margarita para el desayuno (no una flor, una pizza).

Señores, esta vez la que va a apretar el eyector soy yo, pero en vez de terminar en otro sistema solar me voy a ir a la escena del crimen, esa en donde Morfeos le dice al elegido que seleccione una pastilla, la roja o la azul. La roja implicando la verdad y la azul el cóctel de somníferos de este sitio.

Demás está decirles que esa roja me la tomé hace viente años, solo que el efecto dejó secuelas y en vez de llevarme hacia la iluminación me hizo ser una velita importante (entre tanta oscuridad). Por importante me refiero a que me dio una fortaleza inusual—esa que se necesita para no atacar la heladera y darle el dedo del medio a toda sustancia que implique la pérdida de mi equilibrio.

 

 

 

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