Cita con Elvis
En nuestro circulo de amigos compartimos muchas cosas, erizos, fotos de on-line dating, nuevos candidatos que entran y salen, divorcios, y nuestra colección de zapatos; que aparentemente se quedó corta ya que acabamos de conocer a alguien que nos lleva la delantera: Elvis, el Rey Del Punjab.
A Elvis lo conocí una noche cuando fui a bailar Bhangra; hablamos, nos reímos, intercambiamos números de teléfono y lo terminé invitando al Cat Club. Me dijo que tenía treinta y cinco años, le creí.
Después de rechazar mi oferta al Cat Club le terminé preguntando si era gay, ya que su manera metrosexual de vestir sumado a que vivimos en la ciudad más homosexual de Estados Unidos sinceramente me despistó.
(Nunca la humildad de pensar que yo no le gusto, arrogancia cultural, sepan disculpar).
Después de veinte mensajes de texto me dijo no, que no era gay, que solo tenía buen gusto. Cheers.
La pelota se fue a la chingada cuando me metí en las redes sociales y extraje una foto de su persona y en vez de enviársela a una amiga para debatir su estado civil, se la envié a él sin querer. Tuve que emparchar la situación haciendo chistes y quedando como la bola fresca de turno que no soy. Nevertheless, eso nos vinculó y me terminó invitando a salir.
Sábado por la noche, nos encontramos en un bar llamado Novella…Nada es una casualidad, estoy hasta la zorra. ¡Que las señales me dejen tranquila maldita sea!
Entré con mis jeans rotos y mis zapatos rojos y vi que él también tenía zapatos rojos…are you kidding me?
Me saludó con una sonrisa de oreja a oreja y con los dientes amarillos del tabaco mezclado con su perfume de Hugo Boss.
Lo saludé a su amigo que había perdido una conexión con su viaje a Australia, y Elvis enseguida me preguntó que quería tomar. Orgullosa le dije:— jugo de Grosellas, me miró y llanamente me dijo:— fuck that shit, yo te pido algo con alcohol.
Solo el presidente de la escuela de cocteles sabía lo que tenia ese trago, pero estaba rico, sabroso y con mucha azúcar, lo cual escondía el gusto del alcohol y también el amarillo de sus dientes. ¿Será por esto qué la gente bebe? ¿Para evitar ver tantos detalles?
Su amigo me dijo que eran como hermanos y que jamás conoció a alguien con un corazón más puro que el de Elvis. Me saludó con un abrazo y Elvis lo acompañó afuera a tomarse un taxi para el aeropuerto y por supuesto a fumarse una cigarrillo.
Volvió solo, con su chaqueta rosada y sus zapatos rojos, con un olor a tabaco y a Whisky que me obligó a agarrar mis mentitas para asegurarme de que el mal aliento no se contagiara por el aire.
—¿Y? Quiero saber de tu vida, ¿quién sos? Me dice él.
Yo, sorprendida de que se invirtieran los roles, no dije mucho. Soy periodista, la información es poder.
— Esteeee, nada, ¿qué queres saber? Soy una tipa sana, buena, de buen comer, vegetariana. Bastante aburrida te digo.
—Ok babes, yo no soy norteamericano, el show se los podés vender a ellos, no a mí. Hablame de tu familia. ¿Cómo fuiste criada, qué pasó en tu casa, por qué no tomas alcohol, qué relación tenés con tu hermana?
—Esperate un momentito, necesito saber algo porque yo tuve una muy mala experiencia con uno de tus vecinos, Pakistaní, que salía conmigo y estaba casado. ¿Cuál es tu situación sentimental?
—Look Babes, te voy a tirar la posta porque la deshonestidad no va conmigo. Ante todo tengo treinta y siete años; no treinta y cinco, y soy divorciado.
Hasta ahí veníamos genial, un tipo divorciado habla mucho de su temperamento y riesgo para el amor. Check. Me hubiera dado un poco más de reparo que nunca haya tenido una relación seria a esa edad.
Pero después, de su preciosa boca entabacada salió la frase: además tengo dos hijas; una de dos años y otra de ocho.
De repente mi mente llegó a dos conclusiones siniestras: Cuidar a un enfermo de cáncer por fumar, y ser niñera de una hija que no es mía.
Joder, es el futuro más triste de toda mi vida.
Borré mi cara de infartada de mis ojos mezclados con el brillo de la menta del trago que me estaba tomando, y le dije:
— Wow!
—Si, sé que no soy el candidato que te merecés, y si decidís cortarme acá jamás te juzgaría.
Yo le quería decir que no lo estaba juzgando, que simplemente me estaba viendo cambiando pañales de un hijo que no era propio en mis vacaciones de verano. Pero no quería herir sus sentimientos.
—No, Elvis, todo bien, pero entendeme, es un shock. Si, desde ya que preferiría que no tuvieras hijos y que no fumaras, la verdad. Pero tampoco soy ninguna Lolita y sé que los años traen estas cosas, un pasado.
—Yo solo te quiero decir que me pareces hermosa y que estoy muy a gusto con vos esta noche, y que la imagen que me diste en el Bhangra es muy distinta a la mujer que estoy viendo ahora enfrente mío.
Soy tan débil, bullshit o no pienso que este Punjabi tiene un charm que es colosal. No por lo que me dice, si no por como me mira cuando me lo dice. Dos personas apasionadas discutiendo el matrimonio, los hijos, las uniones culturales, la libertad, los viajes, el vicio, la amistad y nuestro estado civil.
Entre debate y debate cada media hora se iba a afuera a fumar un cigarrillo, y como se ponía nervioso que me dejaba sola, lo tiraba por la mitad y volvía a los dos minutos.
Al rato fuimos a pasear en su Maserati mientras escuchábamos música, después me llevó al rascacielos del edifico en donde tiene un departamento alquilado. Yo sentía que estaba en una película de Bollywood mezclada con un narcotraficante de drogas ilícitas de la mafia Hindú. No sabía si reírme o llorar, pero lo que sí tenía claro es que no iba a besarme con un fumador.
A las doce de la noche nos agarró hambre y le pedí que por favor fuéramos a Mels que me quería comer unos panqueques. Él se pidió una hamburguesa con papas fritas y nos sentamos uno al lado del otro.
Me agarraba de la mano, nos tocábamos la rodilla, yo me probaba sus lentes, él se colgaba mi pañuelo en su cabeza, nos burlábamos del colesterol de nuestra cena de media noche. Me confesó que era la primera vez que tenía una cita después de trece años de casado. Yo en vez de sentirme halagada saqué la cuenta y pensé que porque se casó tan joven. Las brechas culturales nos asaltaron y me dijo que si pudiera dar vuelta atrás hubiera hecho las cosas diferentes en vez de complacer a todas las demandas de su país.
Me toqué el corazón y sentí un gran alivio de haber sido criada en Argentina, de haber viajado y haber tenido la libertad que tuve para poder decidir por mí misma qué clase de vida quería llevar.
Nos dimos un beso en la mejilla y me fui a casa a dormir.
Yo no sé si Elvis es el hombre para mi, pero lo que si sé, que es un personaje que necesito tener en mi vida para que los matices de la diversidad sigan alimentando mis relatos, aunque eso implique llegar a casa con olor a cigarrillo en el pelo y la caja de mentitas vacía.