Doscientos años de historia
El Golden Gate es el puente con más suicidios del mundo, se tira tanta gente tan seguido que tuvieron que poner un alambrado para que al menos matarse les costara un poquito. Doy fe, he pasado con mi bicicleta y lo he visto con mis propios ojos. Al principio sentí mucha pena, pero después llegué a la conclusión de que este planeta no es para cualquiera. El nivel de purgación que experimentamos en este plano es lapidario. Las pruebas no las pasa cualquiera y para ganarte la felicidad tenés que dejar de buscarla. Un cóctel tan sofisticado que para navegarlo sin pegarte un tiro tenés que saber un poco de filosofía, psicología reversa, medicina homeopática, sánscrito, Tai chi, meditación y política.
Mi madre diría que clases de cocina también, ya que al no saber cocinar corrés el riesgo de terminar solita—sus palabras no las mías.
Si naciste feo tenés que trabajar el doble y si sos pobre el triple. Si venís de una clase social alta probablemente el sistema te haya adoctrinado a que repitas como loro lo que ellos quieren que seas: un tipo exitoso sin poder de imaginación. Si sos clase media tenés que remarla para entender de que lado estás y por quién estás luchando.
Lo interesante es que ninguna esfera social te enseña a trabajar desde tu personalidad, entonces después terminás siendo una acumulación de programas dirigidos por otros, en donde te desmembran con un cribado tan profesional qué cuando borran tus huellas vos ni te diste cuenta.
Y después le llorás a tu analista porque no encajas en un mundo que te lo robaron de entrada, no solo que ahora te sentís culpable por ser distinto, sino también por no poder solucionarlo.
No me sorprende que el cumulo de nostalgia, resentimiento y frustración se quiera tirar de un puente, al menos son honestos con sus sentimientos.
Aclaro que no celebro el suicidio, pero uno debería tener la opción de morir como se le da la gana.
¿Queda claro qué este planeta es una escuela? Por supuesto que no la Montessori. Acá venís a pagar por existir; prueba y error, premio y castigo.
Jefes, profesores, gobiernos y un círculo jerárquico que te penaliza si te salís del camino por tener un criterio distinto.
El milagro no es estar vivos, ¡el milagro es no haber querido partir antes!
Porque el problema de raíz ha sido siempre el mismo: la libertad.
Hace doscientos cincuenta años que venimos observando esta película de cómo nos están entrenando para que entreguemos nuestro poder personal, y nosotros, corderos fieles sin guion, hemos seguido todas sus reglas, desde la vacunación hasta la graduación.
Joder, a lo mejor el Golden Gate nos está haciendo un favor a todos: limpiando el irremediable dolor de no-poder-ser.
Suena como que no, pero en el fondo sabés que sí. Y la crisis mundial que estamos viviendo se trata de esto, del crecimiento personal versus el poder global—uno que te hace pagar impuestos para quedarse con tu alma.
Salirse de esta vaina y sacarse el bozal está difícil, porque eso implica que en tu naturaleza exista una partícula de rebeldía que se impone frente a la obviedad de la situación. No quiero declarar la derrota, pero estamos en extinción. Si los rebeldes fuéramos mayoría, la Reserva Federal no hubiera llegado ni a juntar el hormigón, porque hubiéramos entendido que ese fue el inicio de la estafa más grande de la historia.
Y ahora el sistema financiero nos domina, una e l i t e que practica Pilates con nuestros ingresos desde los 1900.
Pero vos te sentás en la poltrona de tu casa y te tomás un vino pensando que esto es circunstancial, que tus problemas son más grandes que esta farsa, y en el fondo no puedo culparte, porque seguiste las reglas al pie del cañón. Sacándote nueve y diez sin plantearte si los resultados de esas notas te ayudarían a pensar sin ser manipulado.
Por eso cuando miro el Golden Gate siento un gran respeto, pienso que si pudiera entrevistar a los suicidados, probablemente la mayoría serían graduados de Harvard; unos bochos intelectuales que destruyeron su esencia para cumplir con la finalidad de los globalistas: que confíen en sus enemigos.
¡Por la libertad!
(El plagio es delito, si vas a compartir mi obra que por favor aparezca mi nombre al final del relato. Gracias).
Ceci Castelli