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Italianos en la costa

El amor romántico ha perdido protagonismo más o menos desde que Fred Astaire dejó de hacer películas, no pretendo con este relato rescatar 50 años de historia,  sacar a flote el cortejo o exponer la falta de valores de un tirón. Creo que para estas alturas, el 1% ya sabe con los bueyes que está arando, y nada más lapidario que la recolección de datos de la última década con respecto a las relaciones humanas. 

Esta breve sinopsis es solo un anticipo, ya que por suerte no tuve que ser yo la que habitó el chantaje emocional desde adentro, sino una mera observadora de la realidad.

Al vivir a una cuadra de la playa, todas mis tardes y fines de semana estoy ahí; leyendo un libro, snorkleando, debatiendo la inflación por teléfono con mi familia, discutiendo inversiones, revisando que mi sombrilla no se vuele haciendo una tumba carnera y asesinando a un vecino, y meditando para que algún día todo me valga madre. 

Entre todas estas actividades también agrego la de atajar jubilados, ya que a los hombres de 70 años les encanta pedirme el número de teléfono en mi tiempo libre. ¿Cuántos matrimonios más tendré que fingir en nombre del descanso? Pero no hay caso, al no verme con un anillo puesto se creen que los estoy desafiando y la fumigación me cuesta el doble.

Como vivo en una área muy ventosa, todos los hombres que hacen Kitesurfing salen a volar sus naves en mi patio. Y por algún motivo inusitado, les encanta lucirse arrastrando la vela por mis patas cuando salen del agua. Digamos, la nueva versión de online dating sin swipeo. 

Hace un par de semanas estaba leyendo muy concentrada acostada  panza abajo cuando sentí el humo de un cigarrillo interrumpir mi tarde. Al girarme, pasó un hombre diciéndome algo en italiano con la tabla de Kite en una mano y un cigarrillo en la otra. Mi prejuicio lo encasilló como “perdedor”, pero mi ADN le sonrió por compartir los mismos ancestros.

La cuestión que iba y venía quejándose del viento y flirteando conmigo— una mujer cancelando todo fumador crónico de mi lóbulo frontal—. 

Él se habrá visto como el primer hombre revolucionario fumando y haciendo deporte al mismo tiempo, yo lo vi en la cama del hospital con un cáncer de pulmón metiendo mis flores en un jarrón.

Al rato de eliminar su imagen enviándolo a la papelera de reciclaje de mi memoria, vi a una chica que estaba batallando con una sombrilla como yo los primeros meses que me mudé a Florida. Al sentir su pena, me ofrecí ayudarla, nos quedamos hablando y me pidió el número de teléfono porque hacía dos meses que se había mudado acá y no conocía a nadie. 

Su nacionalidad: Kazakhstan. Su altura: 1,95. En breves palabras: una modelo. Intercambiamos pensamientos y me contó que el italiano que estaba haciendo Kitesurfing era su nuevo amigo, que él quería algo más que amistad, pero que a ella no le interesaban los petisos y los fumadores.

Después de un par de semanas lo volvimos a cruzar en la playa junto con mi vecina Anabel, y por supuesto que también se le tiró a ella pidiéndole su número de teléfono. 

La cuestión es que anoche después de un mes enterito, salimos las tres a cenar, mi vecina, la kazakstiana y yo, una tipa sin pelos en la lengua.

Nos contó a Anabel y a mí, que de tanto insistir, el italiano la conquistó y que ahora no solo estaban saliendo, sino que ella se mudó con él. Que él era una caballero hasta que se pusieron de novio y ahora le pidió que pague la mitad del alquiler. 

 

—Mirá María, no te queremos decepcionar, pero tu chico le tiró los galgos a Anabel y yo me lo crucé en el perfil de una amiga pidiéndole su número de teléfono.

Digamos, es un poco “famoso” en tiroteo lineal. No sé, no te está saliendo muy barato este negocio de querer pareja, vos fijate.

 

Pero María no tiene papeles o amigos o un trabajo fijo, entonces en su delirio por permanecer en territorio estadounidense, se expone a cualquier situación aunque vaya en contra de sus valores (y su belleza).

Hizo caso omiso a nuestro comentario diciendo algo así como: “mirá, esperé toda mi vida al marido soñado, la familia y los hijos, que a lo mejor no esperar nada sea la que va”.

Pero del marido soñado a la pesadilla del chupacabra hay un continente de distancia. Nos contó que el mes que viene se muda sola y que está preocupada con su nuevo trabajo (que se lo consiguió el chaparrito este del italiano).

Jesucristo Superstar, cuánto alivio al volverme solita a casa sin tener que lidiar con un fumador crónico que me cuesta la mitad del alquiler.

Querido amor romántico: entiendo que hay escasez de candidatos, pero por favor llévate a este perdedor a otra playa en mi tiempo libre, y ya que está, pedile que deje de tirar las colillas en la arena en donde los niños construyen castillos para olvidarse de este mundo.

 

Grazie mille.

 

Ceci Castelli

 

 

 

 

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