Septiembre
Se despidieron con las sabanas entre las piernas, algo invicto los unía, era de sobra que el encontrarse estaba sobre evaluado, pero juntarse a celebrarlo desmanteló la posibilidad de vivirlo todo de nuevo.
Invocando viejas historias del amor que no predominan en estos planos en donde lo solemne te ahorca con una soga programada limitando el espacio entre la posibilidad y la existencia.
Ella lo acarició con su mirada suplicando en un silencio privado que todo esto durara más que el tiempo que habían estado sin tenerse. Irreversible, largo e injustamente prudente.
Apartados del conocimiento universal que ejecuta desmedidamente sobre las parcelas de nuestro análisis que siempre es escaso a la hora de entender las coincidencias. Besos en la frente hasta el próximo acercamiento para fundir un punto de vista más, una pierna sobre su pierna, un hallazgo sobre el cobertor que los vigila acorralado entre la siembra y la inhibición. Ella no quería irse, y él sabía que era parte del contrato, uno que los asesinaba a los dos en una pregunta retórica del tiempo que no se empareja. Preparados para desarmarse en la despedida, en el cambio de meridanos, en el ancla de sentirse que finalmente pertenecen a un hogar que va y viene, a una sombra que los persigue y los abandona, que los preocupa y los incentiva, que les muerde el corazón y los deja tranquilos.
Y otra vez la rueda inestable de la lejanía, la distancia precaria de no poder reemplazar el sentimiento que los vinculó, la fuerza que los acercó como dos guerreros del mismo culto, uno suavizado por los acontecimientos superados, por las heridas blanqueadas, por las historias vividas.
Uno que los atraviesa a ambos con el filo de la redención, el hallazgo y el perdón, uno que juraría que encajar es casi un milagro.
Armando el rompecabezas de las personalidades gastadas por las equivocaciones que los llevaron a conocerse.
Se cerró la puerta, y el golpe abrió la oportunidad de acelerar los procesos para que el no estar juntos duela menos. Él se fue dejando la cama desarmada, los sentimientos desarmados, mientras ese tema de Claude Debussy algún día los volvería a acercar, así, uno arriba del otro, recuperando las vidas pasadas, la crueldad de la evolución y el resultado de una obra magnifica que solo la metafísica me terminaría dando la razón. Una obra sin víctimas ni culpables, sin lideres ni seguidores, sin superiores ni inferiores, una obra basada en la perfección del alma, que jamas está perdida y siempre sabe como volver a casa.