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La verdad detrás de la cuarentena

Hace cinco días que estoy en pijama, no sé si pensar que estoy deprimida o que me superé del todo; los pros: que todo el mundo está igual y la gente ya no nota la diferencia—ellos solo quieren la vacuna del COVID-19 y volver al trabajo. La contra, qué probablemente si no me eché un novio cuando iba bien vestida ahora no me van querer ni en las tiendas de segunda mano. Conclusión: está epidemia me está acercando al alma por el camino más bizarro, en pantuflas y chupando un mate en mi escritorio—hablame de iluminación ahora.

Tanto viaje a la India para encontrar el satori y resulta que tenía que encerrarme en mi casa por quince días. Confieso que estoy como el agua de Venecia: menos personas veo, más se aclara mi espíritu. No voy a declarar esta guerra viral como una oportunidad,— ya que trece años de meditación no pueden ser en vano— pero el aire se limpió, las aguas se volvieron traslúcidas, las tierras están recuperando su fertilidad y están todos en la calle haciendo deporte al aire libre. Check. No quieren que hable del virus pero el virus los está poniendo a todos en su lugar.

Somos la rata de laboratorio más predecible del planeta, nos generan miedo y salimos todos a correr por nuestras vidas en vez de ocuparnos todos los días de hacer ejercicio y amar al prójimo. Lo que nos va a matar no es el sistema, sino nosotros mismos al dar todo por sentado. Esa es la peor muerte. Estar vivos y andar como zombies. Si seguimos así creo que los hermanos Wachowski van a continuar hasta The Matrix veintiún mil. 

Maldita realidad paralela y yo de este lado. El problema fue que lo eligieron a Keanu Reeves como protagonista de una saga para combatir autómatas, y si un actor de ese calibre nos representa, hace rato que estamos al horno. Leí mucho sobre la trilogía de este film, y cuando empecé a intercambiar ideas con respecto al guion, mucha gente me contestó: “después de la primer película no entendí más nada”. 

Imagínense ahora, que el rodaje corre en vivo. Solo que en vez de meternos una cucaracha electrónica en el vientre, nos introdujeron un virus.

La panzada que se deben estar pegando mis hermanos desde otra galaxia viendo como nos agarramos de los pelos por un rollo de papel higiénico, o por cómo hemos dejado los supermercados vacíos de alimento y las góndolas peladas para solamente descubrir que el problema era EL VIRUS, no EL HAMBRE, ¡humanos! Si no podemos distinguir un microbio de la falta de recursos, la enfermedad somos nosotros.

Agregado a mi dieta: vitamina C y una pastilla para despertarme cuando la gente deje de usar máscaras para salir a correr. Si veo uno más creo que no podré resistirlo. 

Mientras tanto, en la calle Chestnut, mis vecinos se han abocado a la cocina, y los pasillos huelen a una fusión de curry con bife quemado a la provenzal, manzana con canela y marihuana. Si este cóctel no me levanta las defensas, creo que nada lo hará. Ladridos cada diez minutos porque decidieron poner a sus mascotas en cuarentena también, y cajas de alimento de Amazon Prime en la puerta bloqueando la entrada. Solidaridad, welcome!  

Tengo más chances de tropezarme con un container de leche en polvo y terminar en el hospital, a que me acaricie el pecho el COVID-19.

Mi vecino que fuma y está en ojotas todo el año dice que le tiene más miedo a las comidas de nuestros vecinos que a esta epidemia. 

En cambio, mi temor radica en que les agarre la claustrofobia y empiecen a mover muebles a las tres de la mañana. El desafío es la convivencia, no nos engañemos. 

Ayer hablé con tres amigas; una no para de hacer el amor todo el día (lo cual me preocupa sobremanera ya que no necesitamos un embarazo más); la segunda le estaba pasando leche de almendras a las hojas de sus plantas, cactus incluido. Y la tercera tuvo una discusión agitada con su cónyuge porque agotaron la cartelera de Netflix.

Como verán, frente al encierro, todos tomamos caminos diferentes. El mío está congestionado por cajas en la entrada del edificio, el de otros por bloqueos emocionales, y el de mucha gente se encuentra frustrado por no poder poner el ruido interno a trabajar en otra cosa que no sea uno mismo.

Ahora los tengo que dejar porque me espera un Orange Martini, que vendría a ser un trago sin alcohol y sin Martini pero con mucha vitamina C.

C de Cecilia y C de coronavirus. 

Háganme el favor y Cuídense. 

 

Un beso en el Codo,

 

Ceci Castelli

 

 

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