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Generación de vidrio

¿Y? ¿Cómo vamos con el Delta? ¿Están preparados malditos inoculados para seguir alimentándose del terror de los medios masivos? ¿O necesitan un Mississippi, un Sena, un Paraná y un Cosquín para darse cuenta de que esta vaina va a ser eterna si continuan así?

Pasaron 17 meses del primer atentado sanitario mundial, y ustedes, imbéciles ovejas de criadero, me siguen tocando la puerta avisándome de que me cuide.

Sí, me tengo que cuidar, de estar lo más alejada posible de una especie en declive que está llevando el mundo a la quiebra. 

¿Y todo esto por qué? Porque tienen miedo a morir, pero viven con miedo.

O sea vamos, ninguna de las dos dimensiones cubren el pánico que sienten de existir. Que asco, estoy superada de tanta inactividad frente a la pérdida completa de la libertad. 

Para relajarme un poco de tanto borrego suplicando por la estrella Nazi, perdón, la vakuna, me enganché a ver las olimpíadas de Tokyo—la inversión con menos rédito de mi tiempo libre—, solo para corroborar que todos los atletas están obligados a utilizar el bozal en los juegos olímpicos. 

Nah, se ganaron la de oro muchachos, solamente una camada de zombies puede pagar para asistir a un campeonato—subvencionado por los mismos atletas—para ponerse un trapo en la cara en el momento más importante de su carrera deportiva. 

Cuando creí haberlo visto todo, esperando un guantazo de hocico de algún participante por falta de oxígeno, me encontré con algo mucho peor: Simone Biles—la mejor gimnasta deportiva actual—renuncia en la primer ronda porque no le fue bien, echándole la culpa a un bloqueo mental—justificado por supuesto por esta ciencia de cuarta que estamos atravesando.

No, no y no. Vamos a llamar las cosas por su nombre: incontinencia emocional. Esa es la realidad de este siglo. Los egos están llevando las primicias mundiales debilitando forjar un carácter resiliente y luchador. 

Esta chica, que es patrocinada por un fajo de empresas, decide bajarse de su carrera deportiva porque simplemente no se banca haber perdido.

Pero esto no es lo más trágico, porque pobre, su arrogancia se la está llevando puesta, lo más patético es que todos los medios la apoyaron y le festejaron su decisión diciendo que hay que ser muy fuerte para aceptar una derrota. ¿Eh?

En serio gente, estoy empezando a creer que la del problema soy yo. Lo juro con gloria morir.

¿Desde cuándo festejamos la vagancia? Desde el enano Marx, diría mi amigo Luisma. Estaría en lo cierto—si la gente fuera burra, pero los egresados de Stanford son los que más apoyan este modelo—.

Así que mañana al mediodía me voy a ir del trabajo sin pedirle permiso a mis jefes, simplemente porque estoy derrotada. Tengo un bloqueo mental. Sorry.

¿No era esto a lo que apuntaba el sistema? ¿A convertirnos en esclavos sin fortaleza, poder de decisión, autogestión e independencia?

¿A ser unos empleados de nuestros estados de ánimo y de nuestras emociones? Fácilmente manipulables con un solo disparador.

¡Cuánta pobreza toda junta! Entre el bozal, la renuncia de Biles y los nadadores saliendo de la piscina con la cara mojada poniéndose el trapo en la boca, chapeau!

Pensar que tantas familias se han sacrificado para que sus hijos cumplan con el sueño de participar en los juegos olímpicos, y el sistema se pasa el esfuerzo por la médula espinal, se afila las uñas y le clava un puñal ensangrentado a la falta de autoestima de una sociedad en decadencia.

¿Pero saben qué? Se lo merecen cabrones, por ser unos mediocres dirigidos por la inestabilidad del pensamiento. Unos inútiles con una estabilidad primitiva que se corta en la primer esquina. Cuando las cosas se ponen duras y desafían sus capacidades cognitivas es cuando ustedes tiran 5 generaciones por la borda. Porque lo único que pueden sostener en el tiempo es el puñetero celular que los conecta con el falso mundo de hacerlos ver como una estrella.

Y cuando la fama se apaga, el amor les dura menos que una selfie en el espejo—.

 

Que Dios nos ampare,

 

Ceci Castelli

 

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