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El juego de la copa

 

 

Como muchos saben no soy de este planeta, entonces al habitarlo también he tenido encrucijadas con lo paranormal.
La problemática empezó de chica, cuando además de ver gente muerta cruzándose en bata por mi habitación a las 3 de la mañana, fui testigo de varias abuelas queriendo comunicarse con algún nieto favorito.


En su momento toda esta desgracia me traumó, sin entender que el universo me estaba utilizando como lo hizo con Regan en El Exorcista— película que no colaboró per niente con mis episodios de futuróloga sin patente.
En el film, la actriz poseída por algún demonio escupe un líquido verde, solo Dios sabe cuántas noches pasé en vela pensando que ese diablo me visitaba a mí, llenando mi cuerpito de una sustancia desconocida y comiéndome las entrañas mientras me exorcizaban.
Cuando pensé haber superado esta maldita película— sumado a mis videncias— llegó Freddy Krueger con el demonio de los sueños. Otra temporada más sin dormir y meses recostada sobre el pupitre de la escuela por tener insomnio y batallar contra el hombre de guante de hoja.
Para cuando cumplí 15 años estaba hasta la zorra de los fantasmas reales y cinematográficos, rompí la alcancía de mis ahorros de adolescente y me compré la tabla del Ouija. Paralelo a esto recién nos habíamos mudado a una casa de tres pisos con 100 años de antigüedad; pisos y escaleras de madera, mamparas de vidrio, araña de luces, techos altos, y 295 crujidos diarios provenientes de quién sabe donde.
Puertas que se abrían solas, voces por la medianoche, y un maldito piano que sonaba off and on cuando estaba en el 5to sueño.
Nosotras con mi hermana le decíamos a mi mamá que la casa estaba embrujada, pero como mi mamá en lo único que creía era en la inflación y el dólar, siempre ignoró nuestros reclamos.
Fue muy difícil ser criada por una madre escéptica, pero fue más difícil tener que ejecutar nuestras sesiones de espiritismo cuando ella no estaba.
Y lo que empezó como una curiosidad infantil y supersticiosa, nos terminó ahorcando contra nuestros propios pilares evolutivos.
Resulta qué este juego de la copa— rodeado de letras que se transforman en palabras por un espíritu que te guía— nos reveló que tres mujeres habitaron la casa que mi madre recién había escriturado. Nosotras, jóvenes y desconfiadas de que no sólo habíamos canalizado un espíritu sino tres, le preguntamos a estas mujeres cómo se llamaban. Inmediatamente respondieron con la copa moviéndose a una velocidad láser, los nombres: María, Moga y Lola.
Por supuesto que yo me eché la risa de mi vida pensando que estos nombres tenían menos esfuerzo que mi madre por entendernos, y entre risa y risa una de ellas nos contó que tocaba el piano en el altillo de la casa. Mi hermana y yo sufrimos un golpe de piel de gallina severo, sumado a otra confirmación que nos revelaba que ellas habían sido las dueñas de esa casa y que las 3 se habían muerto ahí adentro, en donde nosotras panchamente habíamos abierto un umbral a la tercera dimensión.
Supongo que en algún momento de nuestra sesión espiritista las viejas éstas se dieron cuenta que en el fondo mi hermana y yo éramos unas ratas materialistas, ya que nos terminaron diciendo que habían escondido toda su fortuna debajo de una baldosa en la parte superior del inmueble.
Nos confesaron que ellas habían sido las dueñas de “La Favorita”, una tienda de mi ciudad que era famosa por su éxito y sus ventas al público.
Me acuerdo como si fuera hoy, cuando terminamos de jugar con la tabla del Ouija y bajamos a hacernos un sandwich de milanesa cuando vimos los impuestos de la casa pegados en la heladera que decían: “María, Moga y Lola García….” en la tasa general de inmuebles.
Chupate esa mandarina… y ya que está…también un martillazo, ya que mi hermana y yo no íbamos a privarnos de ser las primeras millonarias del barrio agujerando los pisos de mármol descubriendo el tesoro escondido.
Todo esto solo para confirmar que si existía un demonio, era mi madre poseída en furor cuando vio los pisos estucados hechos fruta por nuestros golpes para encontrar el oro que nos habían prometido.

— ¡Agarren esa tabla y devuélvanla de inmediato! Y con el dinero de la tabla llaman a un albañil y me arreglan esa baldosa que la destrozaron, dijo mi madre ofuscada y a los gritos.

Esas fueron nuestras últimas conexiones con el más allá; que no cunda el pánico gauchos, sé que se preguntaran qué pasó con el dinero…y yo les voy a contestar una pregunta con otra pregunta: ¿ustedes piensan qué yo estaría escribiendo éste relato si hubiera encontrado los lingotes?
¡Domenticati amore! Estaría surfeando en Australia con las García’s como patrocinadoras de mi fortuna.
Pero no teman…los buenos espíritus saben que de una manera u otra me la merezco, más no sea para reparar todos los daños edilicios que le causamos a mi madre en nuestra juventud.
Dedicado a María, Moga y Lola García.

 

 

 

 

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