Apocalipsis Now
Esta mañana me asomé por la ventana y había nevado—cenizas de los incendios. Cielo rojo, doble barbijeados, distancia social más humo, periodistas presos por opinar libremente y vacunas testeadas en nuestros queridos defensores de la patria que murieron con la aguja puesta.
Tengo una mala noticia: van a seguir muriéndose muchos más; unos por necios y otros por honestos. La vara es tan alta como la grieta.
No soy partidaria de habitar este mundo sin un propósito legítimo, pero donar mi cuerpo a un laboratorio multimillonario para que prueben sus químicos en mi tasa de mortalidad, es un semillero de imbéciles.
Y por esta gente, la que dona su alma al diablo sin haber investigado de donde provienen las fuentes que avalan estas corporaciones, estamos todos peleándonos por una gripe. Al próximo que me diga que el v i r u s es peligroso o que estos incendios son una casualidad, lo empujo de la terraza. En serio gente, están fundiendo el mundo, matando gente, contaminando el aire, arrestando inocentes, ¿y me venís a decir que yo vivo de la conspiración?¿Tenés el tupé de apoyar a un gobierno que te cierra las fronteras y que te lo quitó todo y nosotros somos los desquiciados que defendemos tus malditos derechos?
Nosotros, los que estamos en contra de las leyes que están por aprobarse para que se legalice la pedofilia.
No sé si culpar a tu inocencia, tu falta de amor propio, tu ignorancia o tu estupidez extrema a la hora de aplicar tu juicio frente a la insensatez que estamos viviendo.
—Ceci, no escribas sobre la muerte por favor, te pueden hacer un juicio—me dijo mi madre asustada por mi sinceridad.
¿Cuál muerte? ¿La de una vacuna falsa, la de una desaparición por no usar bozal o la de escribir en redes sociales manejadas por los de izquierda?
Certificado defunción: muerte por censura. Un delirio de prócer.
No sé cómo explicarle a mi mamá que nací sin filtro y que si no puedo decir lo que siento, es como tirar flores a mi propio entierro.
No pido que celebren mi existencia, pero callarme frente a la parodia que estamos atravesando es ponerme del lado de los políticos que gobiernan para ellos, una falacia.
Tan harta de los temerosos con un trapo en la cara que cuando los veo me dan ganas de tirarle una moneda. Una suerte de fuente de los deseos: que desaparezcan.
Estoy segura de que yo no apliqué para bajar a este mundo lleno de sumisos y cobardes con la soga mediática al cuello esperando al próximo resultado sanitario.
Imposible que esta incompatibilidad con zombies pueda llevarme a la compasión que mis ejercicios espirituales esperan de mí. Los quiero fuera de mi radar o no los quiero. Esta raza de neonatos sin figuras paternas y estereotipos arruinados por la psicología que jamás aplicaron, está prendiendo fuego mi paciencia en una caldera de alto voltaje. Una combinación de electricidad y llamas para que no queden ni las cenizas de cuerpos tan flojos y obsoletos como estos.
Lo que me está dejando sin aire es ese carácter pusilánime que camina por la calle con la fobia de contagiarse una campaña de marketing para destruirnos.
Así que no te preocupes mamá, no creo que me hagan un juicio, ya que el 70% de lo que escribo está siendo censurado y el 30 restante está en una reunión de consorcio evaluando como sobrevivir a una sociedad que se suicidó con su propia idiotez.
Desde el Apocalipsis, San Francisco.
Ceci Castelli
(El plagio es delito, si vas a compartir mi obra que por favor aparezca mi nombre al final del relato. Gracias).