Cambio de estado
Uno de los grandes motivos que me impulsó a irme de Rosario—mi ciudad natal—fue el calor. Sumado a las desprolijidades del político de turno, la corrupción en la pirámide jerárquica de poderes y lo incivilizada que puede llegar a ser la gente cuando no llega a fin de mes. ¿Algo en común? Sí, el ADN de mis ancestros que empujó hasta sacarme de una ciudad con un techo más bajo que la pata de la mesa. Hace nueve años que celebro una de las decisiones más acertadas de toda mi vida. No le habré dado a mi familia el yerno que esperaban, pero estoy casada con la sincronización, que no es poco para una chica nacida en la ciudad equivocada.
Y hoy la realidad me bendice con otra propuesta: irme de California urgente si no quiero terminar ahorcando a un liberal más con el cordón del bozal y el cable del televisor.
Estados Unidos es grande, tomar la decisión de emigrar a otro estado es una responsabilidad que sobrepasa mi manía de querer saberlo todo antes de siquiera haber empezado. Es una sensación de desear despertarme con una epifanía de que los cabos se hayan atado solos y ya esté todo resuelto. Transporte, trabajo, bienes raíces, manejo de puntos cardinales y hasta algún vecino que me ayude a subir un mueble por la ventana. Dónde, cuándo, cómo, me dice mi otro yo mientras estudio las coordenadas para irme de progreland sin extrañar las particularidades que hicieron que viviera acá por tanto tiempo.
Pasé mi dedo y curiosidad por Carolina del Norte, Texas, Arizona, Maine, hasta dar con Florida. Un estado que coincide con muchas de las cosas que estoy buscando—menos el calor vietnamita.
Súbitamente me metí en un foro de “argentinos en Florida” para consultar a mis paisanos sobre la calidad de vida en la tierra de las naranjas.
Como estoy hasta la madre con este terrorismo sanitario, fui muy clara en mi posteo explicando que una de las razones por la cual quiero partir, es por la dictadura del bozal y todo el circo de los chupamedias del mainstream.
Una propuesta de matrimonio, diez peleas callejeras con los desinformados y ciento nueve comentarios después, me encontré en el campo de batalla: la disputa por mi libertad con cuarenta grados.
No sabía que tenía que sudar tanto para explicarle a un emigrante argentino que él se fue de su país justamente porque el socialismo no lo dejó progresar. Sin embargo, se encuentra en el primer mundo, gozando del capitalismo y sugiriendo que me quede en California si no voy a usar el bozal en Florida. Diciendo algo así como: nos vas a contagiar a todos. Yo me cuido.
¿Te cuidas de no leer la ciencia detrás del barbijo? ¿Te cuidas de seguir las reglas de los dictadores de los medios masivos o te cuidas de evitar agarrar un libro de historia?
Gracias a Dios la mayoría fue muy amable, escribiendo mensajes personalizados apoyándome en la búsqueda de un nuevo hogar.
Un cuarto me tiró con un par de naranjas y el otro cuarto se pusieron a discutir entre ellos. Tan argentino que duele.
Lo más irónico de todo el asunto es que el grupo se llama: Argentinos en Florida ( no se aceptan K). Supongo que la ignorancia de los argentinos que son de derecha en Argentina pero de izquierda en Estados Unidos no cuenta. No me dedico a la política, pero la izquierda es universal, sino, doblá a la derecha en un semáforo cuando en verdad querías doblar a la izquierda y contame que pasa. Pero ya dar lecciones de lateralidades está fuera de mi alcance, yo solo me quiero mudar a otro estado y el tiro salió por la culata cuando empezaron con la adoctrinación del maldito trapo en la cara.
Tanta obediencia en una sola noche casi me deja desvelada comiendo un segundo bowl de pochoclo en nombre del estrés virtual. Para cuando abandoné mi espíritu combativo para irme a la cama, apareció una señora iluminando mi casilla de mensajes ofreciéndome ayuda. Enseguidita sacamos a los zurdos del medio y me dijo que ella era rosarina, que había vivido en California—en la misma ciudad donde yo me crié—y que ama Florida. Intercambiamos número de teléfono y esta tarde tenemos una cita por el celular para que me oriente con respecto a mi cambio de residencia.
Conclusión: los argentinos en Florida (no se aceptan K) me ayudaron más de lo que me hundieron, y si bien este es un proceso que recién empieza, agradezco a toda la gente que se sumó en la pelea callejera para que yo decida el rumbo de mi próxima aventura. Podré luchar contra el calor, pero jamás contra los bozaleros compulsivos, adictos a las noticias y temerosos por naturaleza.
—Pero Ceci, desde que empezó todo esto lo único que hacés es pelear con esta gente—me dijo una amiga argentina.
¿Pelear? Yo solamente los estoy ayudando a que distingan la derecha de la izquierda, porque si no saben esto, ¡imaginate la ciencia detrás del barbijo!
¡Nos vemos en Fort Lauderdale!
Ceci Castelli