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Día internacional de la mujer

Este planeta está tan cabrón que nos tuvieron que dedicar un día. No veinte, o doscientos, solo uno. En donde con una rosa quieren arreglar cien años de desigualdad. No sé si clavarme la espina en la vena o rasurarle la cara al jardinero que mató a tres millones de rosas para sostener un marketing que nos está arruinando a todos. Nave espacial: creo que estoy lista, ¡venid a por mí!

Mientras esa abducción está tardando más de lo planeado, anoche me fui a una fiesta internacional en la casa de nuestra amiga: Cherry. La consigna era traer un plato del país de origen de cada uno de los invitados. 

No solo que estoy batallando contra fechas comerciales como esta, sino que encima me quieren hacer cocinar en el día de la mujer, ¿qué tal romper los platos en vez de preparar uno?

En un atisbo de inocencia casi hago empanadas, pero cuando se me pasó el efecto “soy tan buena y gauchita”, encaré a la pizzería de mi barrio y compré una con doble mozzarella. Festejemos en serio, comiendo algo que nos une a todos y no nos pone a trabajar para poder disfrutarlo. 

Soy de buen comer pero no me gusta cocinar, y ya pedir un chef en el día de la mujer sería invertir los roles. 

 

— No Ceci, me dijo mi mamá, los hombres chef ganan más dinero que las neurocirujanas. 

 

Cazzo, me había olvidado, cuando el hombre agarra la espátula se cotiza, cuando la agarra la mujer, no se la paga, es parte de su trabajo. 

Feminista no, observadora. 

Pero no voy a ser yo la que pague por toda esta desgracia planetaria; primero: porque nunca quise hijos; segundo: porque no dependo de una pareja para ser feliz o sostenerme económicamente. 

Básicamente esto recorta los bordes quemados y deja solo lo importante: el relleno. 

Como no se pueden comer solo lo de adentro y dejar las costras sobre la mesa, este paquete viene completito; sin aceitunas y dorada por fuera.

¿Algún bachelor disponible? Sí, San Andrés. Un jamón serrano de España.

Carismático, charlador, lindo, bueno, check, check, check. Divorciado de una asiática, no-tan-check. Para que no me vengan a hacer un piquete a la puerta de mi casa: amo a todas las razas por igual, pero estás asiáticas han arrasado con todos los hombres solteros en la ciudad con más homosexuales del mundo. Me tienen harta, no ellas, sino los hombres que han descartado a mujeres que odian cocinar como yo. 

Confiésenlo ahora o callen para siempre: ¿Les gustan calladitas y preparando chowmein? Pues hala, estoy al horno con las aceitunas que me hacen compañía. 

Soy de cocinar alegría y de decir todo lo que pienso con introducción, nudo y desenlace. Y si empujás mucho, puede que hasta también escriba sobre nuestra conversación. Perdí mucha gente en el camino y mordí varias balas por ser honesta, pero a San Andrés no parece haberle molestado el hecho de saber que iba a participar en mi relato al día siguiente.

 

— Ah, yo sin problemas, Ceci, tú escribe todo lo que quieras.

 

Ejem, pobre santo ex marido de la asiática, él nunca supo lo que el verdadero compromiso significaba.

O sea, no vamos a comparar una casa con un perro adentro y muebles elegidos por ambos en el altar, pero la palabra escrita es una declaración que no se borra con el tiempo, ni con abogados, y por suerte, ni con millones de dólares en mi cuenta bancaria por haber sido legítima y brutalmente sincera. 

Mientras San Andrés me cepillaba el hombro sutilmente con su dulce compañía, me contó que al hacer la división de bienes, la pinche asiática arrancó el termotanque de cuajo y se lo llevó (supongo que a su futura casa con la pensión alimenticia de ex esposa que no trabaja) dejando el inmueble sin agua caliente. 

La cosa se puso chunga cuando él no quiso firmar ningún papel hasta que su ex devolviera la maldita caja de metal que mantenía el calor del hogar. Lo que él no supo a la hora de elegir una asiática hasta que la muerte los separe, es que son buenas para los números también. Y entre discusiones telefónicas, mudanzas y tensiones jurídicas, la muchacha le terminó sacando ciento cincuenta mil dólares al santo de España.

No podemos culparla solo a ella, ya que cuando le di mis condolencias diciéndole algo así como: Siento mucho que te hayas enamorado de la persona equivocada San Andrés. Él me contestó tan ligerito: No te creas, ¿eh? Nunca estuve enamorado de ella. 

Ahora los números háganlo ustedes señores, eso sí, no me pidan que les cocine si no me van a pagar mucho dinero. No voy a pedir ciento cincuenta mil dólares sin haber trabajado, pero definitivamente la cena les va a salir un poco más caro que un termotanque robado y un par de martillazos en la corte.

Brindo por una vida libre de conflictos y por todas las mujeres, que como yo, eligieron la pizza como representación del amor.

 

¡Feliz día!

 

 

 

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