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Pandemia de llamadas telefónicas

Si escucho la palabra “coronavirus” una vez más, me voy a clavar la bombilla del mate en la venas y ahí sí van a ver lo que es un drama en serio. ¿En qué planeta atravesando una guerra viral se acaba el papel higiénico en el supermercado? Yo sinceramente estoy más preocupada por estas estupideces que por la pandemia en sí. No hay mas dentífrico en las góndolas; no hay más carne y leche tampoco. Esta es una raza tan primitiva que el desabastecimiento va a traer otros problemas, pero si la gente no distingue un virus que sale de la boca a uno que sale del trasero, las cartas están echadas, señores: vamos a morir. No hoy, no mañana y no por este virus, sino por la falta de coherencia.

Paralelo a esto, el teléfono no para de sonar porque lo único que podemos hacer es hablarnos por celular, vamos, me falta la vincha y la colita del pelo bien alta y estoy para el call center de: "enfermedades virales y cómo dejar de actuar como un idiota”.

Coronavirus parte II

¿Estamos todos de acuerdo que el coronavirus es una guerra biológica?, ¿Creada en un laboratorio para exterminar a la gente anciana y a los débiles que no producen más? No, tal vez esté equivocada y haya sido la misma naturaleza que quiere sacarse a otro virus de encima: los seres humanos.
Bueno, en Estados Unidos—si andás corto de plata—te pagan dos mil dólares para probar una vacuna en tu trasero testeando si tus defensas toleran el coronavirus o morís por una cifra paupérrima que no te alcanzará ni para cubrir el velatorio.
Qué suerte la mía, ya que lo último que quiero es que me entierren, mi cuerpo será cremado y celebrado—más que llorado.
Y esa vacuna que están creando que por favor me pase bien lejos, temo más a los laboratorios farmacéuticos que a quemarme la entrepierna con cera hirviendo.
La humanidad se ha tomando un frasco de pastillas azules (referencia: The Matrix para los cinéfilos como yo) y después no entienden porque llegamos hasta acá: abriendo las puertas con el codo y saludándonos con barbijos. Mientras la ciudad de San Francisco está vacía debido a todas las empresas que nos pusieron en cuarentena, nunca me fue tan fácil encontrar estacionamiento y pedir turnos a mis terapias alternativas que me cuidan de no escuchar un paniqueado más. He tomado las precauciones justas y necesarias para evitar un pico de fiebre en plena temporada, pero tampoco llevemos la epidemia a un grado pulverización-de-nuestra-raza.
La ignorancia también mata, solo que no te expone al encierro cómo advertencia. La tasa de mortalidad de este virus es de un 3.4%, ¿y cómo es posible entonces que la mortalidad infantil en el mundo sea de un 35% y nadie lo resuelva? No soy buena para los números, pero algo me hace ruido. ¿Saco la conclusión yo o la sacan ustedes? Mis lectores son inteligentes, sé que sabrán encontrar el camino, eso sí, no me pidan que los felicite porque tenemos que estar a un metro de distancia, el espacio que no tendré cuando viaje en avión a Argentina en un mes. ¿Charter privado para la escritora? Imposible, estoy utilizando esos fondos para mi casa frente al mar.

Día internacional de la mujer

Este planeta está tan cabrón que nos tuvieron que dedicar un día. No veinte, o doscientos, solo uno. En donde con una rosa quieren arreglar cien años de desigualdad. No sé si clavarme la espina en la vena o rasurarle la cara al jardinero que mató a tres millones de rosas para sostener un marketing que nos está arruinando a todos. Nave espacial: creo que estoy lista, ¡venid a por mí!

Mientras esa abducción está tardando más de lo planeado, anoche me fui a una fiesta internacional en la casa de nuestra amiga: Cherry. La consigna era traer un plato del país de origen de cada uno de los invitados. 

No solo que estoy batallando contra fechas comerciales como esta, sino que encima me quieren hacer cocinar en el día de la mujer, ¿qué tal romper los platos en vez de preparar uno?

En un atisbo de inocencia casi hago empanadas, pero cuando se me pasó el efecto “soy tan buena y gauchita”, encaré a la pizzería de mi barrio y compré una con doble mozzarella. Festejemos en serio, comiendo algo que nos une a todos y no nos pone a trabajar para poder disfrutarlo. 

Soy de buen comer pero no me gusta cocinar, y ya pedir un chef en el día de la mujer sería invertir los roles. 

Coronavirus

Dos plagas han aterrizado en San Francisco: la exagerada falsa tasa de mortalidad de un virus creado para asustarnos y vender más productos antigripales, y el cacareo en los medios de todo lo que no sabemos aún sobre el agente COVID-19.

Hagamos la tarea: Edward Snowden,— ex consultor tecnológico e informante de la Agencia de Seguridad Nacional del estado—tuvo que trasladarse a Rusia con asilo político por haber divulgado los secretos de este país, que (ejem) fueron muchos y graves.
¿Ustedes piensan qué a esta altura del campeonato no le pueden sacar la ficha al Coronavirus? Lo que me flipa de todo este asunto no es la estrategia detrás del virus, sino, una vez más, lo estúpida que puede llegar a ser la gente. Crean una herramienta para controlarnos y a la hora hay colas eternas en los dispensarios con gente poniéndose inyecciones de zinc en el trasero.
Voy caminando por la calle y están todos con máscaras— de por cierto, agotadas en Amazon. Perdón, hay un comerciante que vende particular, pero solo a doscientos dólares cada una.
No le quiero desear la muerte a nadie, pero hay algunos que no deberían haber nacido directamente. “No Ceci, esta gente es la que se casa y se reproduce para que el virus no desaparezca”, me dijo mi ángel guardián en contra de la prensa amarilla (y de la ignorancia, claro).

La presentación oficial

Parte de ser una escritora es escribir un libro, la otra parte es aprender a publicarlo, y cuando creés que se terminó la bachata de hacerlo todo solita, aparece la tarea de promocionarlo— al libro, claro, porque para vender mi imagen ya tengo una playlist de conciertos en vivo en mis redes sociales.

He llegado a recibir mensajes del estilo: “me escribís, me cantás, te amo”.

Pero las probabilidades de que ese amor me mantenga es más foráneo a que yo me dedique a la cocina. Imposible y fraudulento.

Entonces mientras sigo autogestionando esta empresa de bloguera con cantimploras de agua bendita colgada de la cintura, también continuo  contratando empleados para que mis finanzas algún día se dupliquen por haber ayudado a tanta gente.

Madre Teresa versión 2020 here I come! Nada más que en vez de ayudar a los pobres, ayudo a los millennials a que sigan ganando más.

Sé que todo vuelve en la vida, pero no quisiera recolectar mis honorarios cuando el Coronavirus haya arrasado con la mitad de nuestra especie.