Doctora amor
Hoy es oficialmente San Valentín, el día en donde millones de ciudadanos invierten su dinero en colas interminables para cenar comida chatarra, se chutan una hora para sentarse en la mesa junto al baño, y se dicen “te amo” a través de una galletita. Por suerte estoy casada con el buen gusto, y a mí lo único que me tocó esperar fue a Cupido con una remera de Papa Johns y una pizza de doble mozzarella en la mano.
Cuando creí haber escapado de esta maldita celebración, abrí la caja y la pizza tenía forma de corazón. El cadete ya se había ido, pero debería haberle dado el doble de propina, no cualquiera puede superar una fecha como esta.
Estoy por sacar la motosierra con la que asesiné a Ricardo Arjona en mis sueños y cortar todos los carteles que me ofrecen un masaje a mitad de precio para mí y el novio que no tengo. Resentimiento no, estadísticas.
El sesenta porciento de la población mundial está soltera, y la generación que nos sigue está comprometida con la virtualidad excluyendo el contacto humano. Creo que para el 2030 San Valentín va a pasar a ser el Juan Manuel de Rosas de nuestra actualidad, una figura que triunfó en su época y ahora es solamente un vago recuerdo.
Pero no todo está perdido, ya que al no tener pareja tengo mucho tiempo para escribir sobre un mundo que está lleno de actividades aparte de agarrarse de la manito y parir hijos.