Las torres 5G
Hace mucho que escribo, y si bien no me considero una pro, esto de estar sentada en una silla plegable colaborando para una lordosis ya no da para más. Maduré de un tirón, agarré el coche y me fui a IKEA—a veinte minutos de casa—a comprarme una silla que me abrace los riñones para cuando empiecen las discusiones agitadas con los barbijeados.
Para mi sorpresa, mientras manejaba hacia el estacionamiento vi a mi derecha siete columnas de forma circular con unos paneles que de seguro no eran para transmitir paz y amor; las famosas torres 5G. Sí. A tres kilómetros de mi departamento. A nueve mil años luz de evolución y a dieciocho meses de enviarnos a Emergencia con dolores de cabeza crónicos y posibles tumores cerebrales. No se enojen, sé que muchos de ustedes me reclamaron que vuelvan las historias en donde escribía sobre citas y viajes, pero no tengo ninguna historia para contar porque nos han arrancado todo. Para los fanáticos de la personalidad optimista, el Zen y las afirmaciones positivas, ¿sabían que las torres 5G arrasan con las frecuencias neuronales de cuajo? Y que si seguimos así, lo único positivo va a ser la memoria de una vida libre.