Implácido Domingo
En una ciudad llena de demócratas embozalados, con la monogamia en crisis y toda la actividad cultural clausurada, estoy como mi acuarela de la infancia del Topo Gigio: no la quiere nadie.
—¡Tirá eso que ya pasaron treinta años, Cecilia! me gritaba mi mamá en una de las catorce mudanzas con mis pinturas en la mano.
Lo viejo dejó de seducir, y aunque mi madre solo se refería a mis garabatos, sus palabras me recordaron a la inconsistencia de los tiempos que corren. Como la monogamia, que tampoco la eligen muchos porque el compromiso pasó de moda—junto con todas las aplicaciones tecnológicas que se destrozan entre sí cuando sale alguna mejor—.