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Implácido Domingo

 

En una ciudad llena de demócratas embozalados, con la monogamia en crisis y toda la actividad cultural clausurada, estoy como mi acuarela de la infancia del Topo Gigio: no la quiere nadie. 

 

—¡Tirá eso que ya pasaron treinta años, Cecilia! me gritaba mi mamá en una de las catorce mudanzas con mis pinturas en la mano. 

 

Lo viejo dejó de seducir, y aunque mi madre solo se refería a mis garabatos, sus palabras me recordaron a la inconsistencia de los tiempos que corren. Como la monogamia, que tampoco la eligen muchos porque el compromiso pasó de moda—junto con todas las aplicaciones tecnológicas que se destrozan entre sí cuando sale alguna mejor—.

Preparando la horca

Mientras las vacunas en fase de testeo siguen rodando por las venas de los covidiotas dejándolos más chungos de lo que ya están, el resto de nosotros seguimos ponchando el ticket para que la parca se los lleve de una buena vez.

Formosa por ejemplo la tiene clara, abrió un campo de concentración para meterlos a todos adentro—y ellos colaboraron permitiendo que el estado decidiera por sus vidas—.

De conservadores a liberales

El día de ayer no se lo deseo a nadie, sobre todo porque llorar por política es como deshojar margaritas por un desconocido. Pero la ilusión de que alguien nos salve está en nuestro ADN; desde Jesús de Nazaret hasta Martin Luther King Jr., Buddha, Ganesha, Osiris, Ronald Reagan y con mucha mala suerte y viento a favor, Nestor Kirchner. 

Desde la astrología hasta la videncia, pasando por la meditación hasta la ufología; el ser humano se ha embestido en una búsqueda interminable por encontrarle un sentido a la vida más allá de sí misma—como si el hecho de existir, no fuera suficiente. Y es que en verdad no lo es, porque si lo fuera, no estaríamos mendigando información al cosmos en vez de la fuente: nosotros mismos como extensión de la divinidad. El problema es que estamos luchando contra esa divinidad desde que nacemos, y la meta de este sistema lapidario en el que estamos inmersos es destruir ese amor para que seamos humanos inoperantes sin sensibilidad a merced de la esclavitud de nuestras mentes—operadas desde una consola llamada programación mundial. No voy a seguir con la chacarera de la deshumanización, si para esta altura no te diste cuenta, es que sos parte del problema, y mis relatos no te van a levantar ni con diecinueve remolques psicológicos y trescientos Ave María.

Día internacional del pochoclo

Mañana es el día internacional del pochoclo, no voy a decir que esto último es una estrategia, pero de seguro que me sembró la duda. 

Aficionada y vitalicia del maíz entre los dientes mejor que ese bowl de popcorn venga con guardaespaldas, ya que veinte mil tropas en Washington DC no amerita menos que una panzada de curiosidades a punto de estrellarse contra todas las ilusiones de ver a mucha gente presa—más que al pedófilo de Josecito dando un sermón por su computadora.

Crisis mundial y soldados de plástico

¿Alguien más se aburrió de vivir en un mundo de transacciones emocionales? ¿Me creés si te digo que esto es parte del negocio también? 

Como te gusta que te cite fuentes o te hable de los grandes pensadores que cambiaron (manipularon) la historia, hoy lo voy a invitar a Edward Bernays a mi relato. Un tipo considerado “el padre de la propaganda”, contratado por las corporaciones y el gobierno para utilizar las emociones humanas en nuestra contra.