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Hipertrofia social

Si el cuerpo docente que trató de adoctrinarme por un siglo no lo logró, mucho menos podrán las personas que tiran piedras a mis palabras y me amenazan con el main stream. Qué parte de: no tengo miedo no están entendiendo. ¿Se puede tener miedo a un sistema que te cierra las fronteras, te separan de tus vínculos y se queda con tu trabajo? No, se puede tener furia, pero no miedo. El miedo es para los que se hacen caca en los pantalones porque ya no pueden más con un padre que los está dejando en la calle y ellos lo defienden igual. Cualquier persona que defiende las autoridades en este momento no solamente que lo considero un huérfano de amor, sino que además, un dependiente de una figura abusiva y manipuladora.

Las torres 5G

Hace mucho que escribo, y si bien no me considero una pro, esto de estar sentada en una silla plegable colaborando para una lordosis ya no da para más. Maduré de un tirón, agarré el coche y me fui a IKEA—a veinte minutos de casa—a comprarme una silla que me abrace los riñones para cuando empiecen las discusiones agitadas con los barbijeados.

Para mi sorpresa, mientras manejaba hacia el estacionamiento vi a mi derecha siete columnas de forma circular con unos paneles que de seguro no eran para transmitir paz y amor; las famosas torres 5G. Sí. A tres kilómetros de mi departamento. A nueve mil años luz de evolución y a dieciocho meses de enviarnos a Emergencia con dolores de cabeza crónicos y posibles tumores cerebrales. No se enojen, sé que muchos de ustedes me reclamaron que vuelvan las historias en donde escribía sobre citas y viajes, pero no tengo ninguna historia para contar porque nos han arrancado todo. Para los fanáticos de la personalidad optimista, el Zen y las afirmaciones positivas, ¿sabían que las torres 5G arrasan con las frecuencias neuronales de cuajo? Y que si seguimos así, lo único positivo va a ser la memoria de una vida libre.

El virus del fascismo

Entre las películas violentas y oscuras de Netflix, los laboratorios farmacéuticos, la comida procesada, el flúor en el agua, la radiación de las torres 5G, el distanciamiento social y la idiotizada cuarentena, más que matarme, me quieren cocinar a fuego lento en la parrilla.

¿Y este el sistema en el qué ustedes confían?

Cómo no puedo ponerme a pensar por todos los que salen con bozal a la calle porque son mayoría, decido escribir mis experiencias a ver si alguno que está próximo a la hipoxia cerebral se despierta recibiendo una epifanía con mis relatos y vuelve a recuperar el aliento.

¿Día de la Independencia?

Era de esperarse que vinieran tiempos difíciles, pero que todos los salones de belleza hayan cerrado y yo me tenga que depilar sola la verdad que está bien jodido. Estos fascistas que están arruinando la economía no solo quieren convertirnos en seres andróginos y deteriorados (falta de oxígeno, falta de actividad física, etc.), sino que también hicieron que me quemara la entrepierna porque no domino la espátula o la cera a 280 grados o los malditos tiempos que corren. Siglo XXI y en vez de estar proyectando de comprar mi casa frente al mar estoy mirando tutoriales de cómo depilarme sin que se me derrita el palo que uso para arrancarme los excesos fuera de lugar. ¿Y para qué coño me depilo? Porque todavía tengo la esperanza de que antes de que se termine el verano abran alguna playa.

Y los libres del mundo responden

Nuestra raza se ha dividido en dos: los libres y los esclavos. Los libres no llevan bozal, no se tragaron la pastilla azul e investigaron en medios alternativos a ver que estaba pasando “realmente” detrás del chantaje de la plandemia. 

Los que llevan bozal generalmente son de biblioteca; graduados académicos con 9 y 10, becas para estudiar en Marte, generalmente con fuertes opiniones políticas y consumidores activos del Main Stream. Adictos a CNN y a vacunar a sus hijos compulsivamente sin analizar los laboratorios que producen los químicos que van a ir dentro de sus cuerpitos por el resto de sus vidas.