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De la epidural al Cat Club

Unas horas antes de parir mi libro, Valentina, una de las protagonistas del mismo, decidió que era un buen momento para retomar nuestra vida nocturna que abandonamos allá en 1943. Sentimos que si no salimos vamos a convertirnos en una especie de Whitney Houston: olvidada en el tiempo y con mala reputación. Era un momento importante, estar embarazada por tres años de un niño sin padre ameritaba un festejo en el bar con menos amor propio de San Francisco: Martuni’s.

La raíz del nombre es una mezcla de Martini ( el trago ), y Tunes (melodías).
Este lugar es un clásico que nació hace veintidós años atrás cuando el dueño (con dieciocho años) decidió cumplir su sueño de tener un bar en Castro (barrio gay). El local está en una esquina, tiene las luces tan bajas que apenas podés leer el menú, y hay un piano en la sala de atrás con un pianista asignado para cada noche en donde vos le pedís un tema y el te lo toca para que vos cantés. Desde canciones de la película La Sirenita hasta melodías de Frank Sinatra.


Los tragos son tan grandes que una siente que está en la manicura y le están por hacer las uñas. Y todo el mundo está tan alcoholizado que cantan con el borracho de turno que se creyó el papel al abrazar el micrófono y dejarlo lleno de olor a ron.
Este sábado nos tocó compartir el escenario con una audiencia con pullovers de Santa Claus y luces intermitentes colgadas del cuello. Gorros navideños y mucho huérfano conmovido de pasar las fiestas sin sus familiares.
Valentina me invitó con un trago y yo me sentí obligada a invitarla con otro; en resumen: dos tipas que no beben estaban mareadas por culpa del lanzamiento de un libro que dice que no tomamos alcohol. No quiero estafar a mis lectores, pero ¿cómo puede uno vivir con la presión de ser un escritor novel con tanto famoso en el mercado?
Desde ya que embarazada y alcoholizada no me iba a llevar muy lejos, pero al menos tuve la humildad de no subir al escenario y echarme una ranchera a dúo con la protagonista de mi libro.

— Guey, ¡ese trago estaba fuertísimo! Me dijo Valen, como si el tequila de su tierra fuera una caricia al alma.

— Para mí que el bartender tiene una mano dura con el vodka.

Por suerte, San Francisco es la ciudad con menos prejuicios del mundo, porque dos gallinas cacareando a todo volumen mientras un tenor intentaba captar audiencia con su tema, no era un dato menor para quedar bien en el podio.

— ¿Y, cómo te sentís al ser madre primeriza? Me preguntó Valen después de parir a dos hijos (de carne y hueso).

— Orgullosa y confundida. Deberían facilitar un manual posparto para escritores que se autopublican. Con instrucciones guiadas que digan algo así como: ¿Usted está considerando retomar la bebida después de haber publicado su primer novela? No lo dude, ese es el camino para escaparle a la presión social y liberarse. O a lo mejor este tipo de consejos: ¿Alguna vez probó la marihuana? Si usted acaba de publicar su primer libro este es un buen momento para iniciarse.

En cambio, sacan miles de manuales de cómo aprender a cocinar fórmulas deliciosas. Creo que todavía no he conocido un chef que me invite a salir porque están todos encerrados practicando las malditas recetas de todos estos libros.
En la actualidad, un libro de cocina vende más que un curso de idiomas.
Y yo digo, toda esta gente que ama cocinar, porque no se dejan de joder y venden comida en vez de libros. Al final, tenemos que estar compitiendo con un mercado tan amplio que en cualquier momento la que se pone a escribir sobre huevos revueltos soy yo.
Todo esto me llevó a la conclusión de que tengo que hacerme un test de ADN. Una amiga de Valentina se lo hizo y averiguó sus orígenes. Tal vez el mío venga de una genética de escritores que tuvieron los mismos problemas que yo al publicar: falta de tiempo, mucho que decir y pocos contactos.

Salimos del bar discutiendo el rol de madre en el siglo XXI y nos fuimos al Cat Club para ponerle la estrella al árbol navideño. Terminé de salvar mi dignidad en el antro y fui famosa en el único lugar donde me reconocen ni bien corro las cortinas de la entrada y me tiro al piso deslizándome a las guitarras de Sweet Child of Mine.
Firmo autógrafos en el baño donde se chutan la heroína y voy una vez al mes para los que se perdieron el bautismo.

¡Un beso en la frente para todos y feliz viernes!

 

 

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