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Preparando la horca

Mientras las vacunas en fase de testeo siguen rodando por las venas de los covidiotas dejándolos más chungos de lo que ya están, el resto de nosotros seguimos ponchando el ticket para que la parca se los lleve de una buena vez.

Formosa por ejemplo la tiene clara, abrió un campo de concentración para meterlos a todos adentro—y ellos colaboraron permitiendo que el estado decidiera por sus vidas—.

Mis queridos embozalados: estamos donde estamos por la obediencia civil de la que ustedes forman parte, ¡malditos zombies del infierno!

Y mientras digo esto camino fuera de la escena del crimen con el bidón de kerosene en la mano dejando una fogata de barbijeados atados a un poste. Ardan como ardimos nosotros cuando nos censuraron, ¡parasitos planetarios! Ni paciencia ni cordura ni leches borregos inútiles, no empiecen a pedirme que no colabore con el sistema diciendo cosas como: la meta es dividirnos, ¿y quién coño puede unirse a una especie en bancarrota espiritual gobernada por globalistas? Not me!

Mientras las cenizas de una civilización sin propósito se pegaban en las suelas de mis botas, me fui al supermercado a comprar verduras de los agricultores de la zona, antes de que Bill Hates nos chute las de plástico o carbónico o quién sabe qué. 

En la cola para entrar, un covidiota me perforó—con su mirada— su falta de inteligencia emocional para que me pusiera el bozal y perteneciera al club de los “sin criterio”. Ignorando su aullido pre asesinato, subí el volumen de mis auriculares y le llevé flores a la morgue.

Creyendo haberme liberado de un colaboracionista más, me volví a cruzar con su cuerpo astral en los pasillos del supermercado, pero esta vez, solo para que se me acercara—con todo el resentimiento posible—y me dijera: 

 

—¿Viste? Adentro del establecimiento el barbijo es obligatorio. 

 

Lo que esta mujer no sabía es que estábamos en el corredor de las latas, y que en mi mente, el golpazo con las latas en la cabeza de los covidiotas se está por patentar globalmente. 

En cambio, me bajé el bozal y me acerqué a su cuerpo infartado por el contagio de una gripe en fase de “sigamos encerrándolos porque no reaccionan” y le dije:

 

—Señora, el bozal es para que usted se calle la boca, así que porque no me hace el favor y se calla, ¿o también necesita que la televisión le diga que se calle la boca?

Enfurecida, a punto de tirarme su sangre liberal sobre mis cebollitas de verdeo, se alejó un metro para que mi razonamiento no la amenazara y me contestó:

 

—Típica ignorante que nos quiere matar a todos. Por gente como vos los sanatorios están que explotan.

 

Y ahí nomás en el medio del supermercado levanté la voz a lo “Aquí Cosquín” y grité a cuatro vientos:

 

—¡Señores y señoras del supermercado Whole Foods, acá tenemos una voluntaria para la vacunación compulsiva, si ustedes no encuentran donantes esta zombie está dispuesta a entregar su vida—o lo poco que queda de ella—para que prueben la eficacia de una gripe inexistente!

 

La covidiota pasó tanta vergüenza pública que se fue para la góndola de las bananas a limpiar su alma con unos plátanos de Ecuador. 

Los vecinos se me quedaron mirando mientras se alejaban pensando que portaba un arma, y de hecho la portaba, una caja de atún lista para ser utilizada como lanzallamas al próximo perdido de la temporada.

 

—Who’s next? Pregunté a todos increpándolos a que desaparecieran de mi vista con carácter de urgencia. 

 

No tengo miedo al gobierno, mucho menos a un covidiota.

 

—Ceci, dejate de joder que un día de estos te van a pegar un tiro—me dijo  mi amigo Caleb.

 

—Entonces moriré en mi ley: defendiendo la libertad. Y no de miedo con un respirador puesto ahogándome en la camilla de algún sanatorio vacío.

 

El episodio no fue gratis igual, me costó un encuentro del tercer tipo con una pizza XL que cumplió la función mundialmente conocida como: angustia oral. 

Tres kilos de harina, un pedazo de albahaca entre los dientes y una panza inflamada después, decidí de ahora en más ir al supermercado quince minutos antes de que cierren. Así evito el tránsito pesado y me ahorro discusiones debido al egoísmo de la raza humana apurada para llegar a su casa y olvidarse de los falsos contagios.

Los espero en la guillotina.

Con amor,

 

Ceci Castelli

 

 

 

 

 

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