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Chau San Francisco

 

¿Cuándo nos casamos? Le dije a Jamie Lynn mientras tirábamos las bragas con más tela del campeonato.

¿Por qué una no se puede casar con una amiga? Después de todo, han sido mis maridas en otra vida.

 

—Ceci, ya estoy casada, pero mi amor incondicional estará siempre vigente en esta amistad, eso sí, si algún día querés un esposo en serio, dejate de joder con estos calzones de abuela. ¿Vos me estás jodiendo?

 

Desarmar una casa es un acto bastante íntimo, pero mostrar mis bragas con 100% de algodón y seguro total a mi mejor amiga me ha dejado al descubierto. Entiendo que la comodidad no seduce, pero hace cuatro décadas que estoy luchando por el espíritu, no metamos la lencería en el medio que después me eligen por todas las causas equivocadas.

 

—Amiga, yo estoy de acuerdo con vos, ¡pero estas ni mi bisabuela las usaba! Dijo Jamie sutilmente mientras levantaba una pieza arqueológica del cajón.

 

Ropa, papeles, portarretratos, cartas viejas y todo un arsenal de mi pasado nos cercaba en el living de la calle Chestnut como fogata de despedida. Trash, trash, trash. Nos decíamos mientras preparábamos el Garage Sale del sábado.

Yo, quería tirarlo todo. Ella, con su frase de muletilla: “a alguien le puede servir”.

Bueno, su “a alguien le puede servir” nos llevó a ganar 400 dólares. No será el down payment de mi casa frente al mar, pero con ese dinero nos pagamos los pasajes para irnos de California PARA SIEMPRE.

Chau doble vacunados con priones modificados genéticamente con largos periodos de incubación diseñados para causar encefalopatía. 

Se terminó el vínculo que nos unía San Fran, ahora te las vas a tener que arreglar solita. Llena de cirujas que riegan con orina  tus avenidas rotas y despintadas, producto del dinero que se robaron tus demócratas. Fieles a llevar este estado a la bancarrota así se van todos y compran las propiedades a un precio regalado. 

Gracias a Dios, a partir del 23 de abril no contribuyo más a tu explotación. A tu falta de valores éticos, sociales y morales y sobre todo, a tus malditos habitantes enfurecidos con una negación que sobrepasa la ciencia.

Pero andas de suerte California, creo que ni voy a llorar cuando me suba al avión. En donde sí lloré fue cuando le regalé mi silloncito turquesa a Jamie Lynn, al carajo la propuesta de casamiento. Así funcionamos en este plano, un día tocamos el cielo con las manos y al otro estamos revolviendo la basura. Afortunadamente no la mía, ya que vendí casi todo. Menos el sillón, que lo regalé (una lágrima acaba de rodar por mi mejilla).

Por supuesto que en la mitad de la jornada de “todos los muebles en la calle” apareció el Papi—mi vecino dominicano— sorprendido por mi nuevo rumbo.

 

—¿Qué e lo que está pasando aquí mami?

 

—No te podré decir hasta que inviertas en comprarme algo Papi, no seas miserable y colaborá para mi mudanza.

 

—Pues oye chica es que no necesito nada.

 

Yo le quería decir que bajar un par de kilos no le vendría nada mal, pero si se puso la vacuna, poco podré contribuir con mis sugerencias.

Se bajó del auto y se metió en mi garage y compró todo mi papel higiénico—que no estaba para la venta, pero se lo llevó igual.

Dos paquetes y un paraguas después, me pidió que no me fuera que esta plandemia pronto pasaría. Sin comentarios.

Pusimos la música fuerte, bailamos, comimos, tomamos mate celebrando el final de una etapa en una ciudad que tuvo la suerte de haberme alojado por casi 10 años.

Me quedó solo la cama por vender y tengo el departamento vacío, pero vieron que hay una frase qué dice: departamento vacío, corazón contento. 

Bueno, en verdad la acabo de inventar, alguien tiene que empezar a crear frases para la gente que está contenta de dejar un lugar y no llorando un muerto por 4 años.

Fort Lauderdale By The Sea, impronunciable, con un halo de arrogancia debido a tu privacidad, reclutado de turistas, silencioso, con edificios bajos y una brisa marítima en donde puedo verme debajo de la sombrilla aplastando mi pasado de zombies con bozal mientras leo los anuncios de mi casa frente al mar.

 

¡Nos vemos en la playa!

 

Ceci Castelli

 

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