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Tocando el arpa

Cuando leí la ley de Murphy por primera vez, pensé: que manera tan agraciada de evitar la responsabilidad los seres humanos…Me hubiera encantado decirle a este Edward Murphy: — Señor, su experimento con cohetes sobre rieles en 1949 no surtirá efecto en mi 2019 ni de coña.

Pero anoche pasó justamente lo contrario, y humildemente tuve que reconocer que al escribir sobre no tener citas, Eduardo ponchó su maldita teoría sobre mi sábado a la noche y casi termino cenando con un rubio de un metro noventa y cinco. 

Lugar del siniestro: Guitar Center.

El motivo: soy tan mala tocando la guitarra que sino me compro una mejor  hasta los pájaros de mi barrio van a dejar de cantar por la mañana.

Me hice la chalcharera con boleadoras como llavero y llegué a ese local con mi guitarra vieja en mano para ver como solucionar esto de no haber nacido cantante, sino caradura. Intentando vender mi instrumento de estudiante a una casa profesional con cien años de historia. 

Mi intención era aplicar el plan “canje”, pero al dar mi guitarra como parte de pago, el Universo me entregó un coyote de ojos azules que casi me lleva para su cena. 

Pelo despeinado, alto y con un defecto que no me soltó hasta la medianoche: toca la guitarra como Led Zeppelin.

Malditas estrellas de rock perfectas e irresistibles. Me preguntó qué estaba buscando y en silencio le dije que fuera feo así podía dormir tranquila.

Me paseó por todo el local y me tocó todas las guitarras para recomendarme una que sonara bien; acercándomela al oído para que yo evaluara la calidad de sus elecciones. Y yo, en vez de prestar atención a su Fa sostenido dedicado exclusivamente para conquistarme, le miraba su boca sin errores, creada para distraerme y sacar a flote la sumisa que no soy a la hora de poner mi tarjeta de crédito. 

¿Puede la belleza física lograr que una deje la guitarra por el arpa? 

Estaba en el cielo, rodeada de música…La droga que me sostiene de habitar este planeta sin el ruido de las contradicciones humanas. 

Me vi componiendo las letras que él después tocaría cuando descubriera que lo mío era escribir, no cantar. También lo vi perdonándome cuando la cejilla sonara como el Fiat 600 de mi adolescencia. 

 

— By the way…Me llamo Ryan, ¿y vos?

 

De todos los nombres nacionales y extranjeros que existen, se tenía que llamar Ryan, como Ryan Gosling, el hombre que Eva Mendes me robó. Acá es cuando la ley de Murphy se fusionó con la ley de atracción.

 

— Cecilia, como: “Cecilia, you’re breaking my heart”— le dije cantándole una canción que lleva mi nombre. 

 

Sí, se la canté y todo. Si se va a ir todo al tacho mejor saberlo de entrada. Terminó revelándome su edad, treinta y siete años. También me dijo que quería empezar a tocar sus canciones en la calle. Esta es la primera vez que no puedo juzgar a alguien de hippie porque con lo lindo que es, sino le dejan dinero por su música,  lo harán por su belleza.

Muchos arpegios, miradas cruzadas y cuarenta y cinco minutos después, llegamos a la caja registradora para abonar mis próximas vacaciones en el postnet; chau islas Maldives, hello Silvita Rodriguez después del corralito. 

Tengo clarísimo que la música no me dará de comer, pero acabo de comprobar que casándome con este rockstar tampoco. 

¿Pero qué mujer no quisiera ver a un rubio salvaje abrir una lata de atún como cena de aniversario sobre la mesa de pinotea? 

 

— Pero Ceci, yo creí que tus estándares eran más altos— Me dijo mi ángel de la guarda.

 

— Lo son, pero el azul eléctrico de sus ojos le mandó un virus a mi disco rígido y estoy por considerar la vida en un rancho en Oklahoma criando gallinas. 

 

Cuando terminé de reírme de mis propios pensamientos, Ryan me miró clavándome el “sí quiero” en la cien y me dijo: — La tira de cuero te la regalo yo y vamos a usar mi descuento como empleado para que pagués menos. 

Anotó su número de celular en un papel y me dijo que lo llamara para tocar juntos. ¿El cielo? Pensé, pero ya lo hicimos, ¿qué tal hacer el amor para un cambio?

Chicas, no desespereis, si me está costando salir a tomar algo con un desconocido, imagínense tener que ayudar a alguien a ponerse un condón.

Hace tanto que no duermo con el sexo opuesto que si veo un hombre desnudo en mi cama puede que llame a la policía.

Piano, piano che si va lontano. De momento esperemos que el arresto no sea de mi parte, porque una cara como esa debería estar detrás de las rejas en vez del mostrador. 

 

¡Un beso en la frente para todos y feliz domingo!

 

 

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