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De San Diego a Vietnam

Después de seis meses y un día abrieron los salones de belleza, mis queridas vietnamitas volvieron al ruedo y ayer hice una parada técnica en la puerta del negocio para pedir un turno. Este fin de semana me voy a San Diego y quiero estar divina para mi paseo en avión. Odiaría que el aeropuerto no me reconozca por haber cancelado cuatro viajes y por haberme peleado con los usa barbijos por una temporada completa.

La plandemia ha dejado mis manos y pies a la miseria, esto es lo que pasa cuando boxeás sin guantes, las peleas callejeras con la mediocridad te dejan chafada en la camilla con la máquina de callos.

Tina lo sabe, y cuando prende la máquina la prueba en su mano para que mi inconsciente no se piense que es una sierra eléctrica y que me están por cortar un pie. 

Ella se cree que esto es lo que más me aterroriza, pero se equivoca, lo que verdaderamente me atormenta es su obsesión con mi estado civil. 

Jamás le entiendo cuando habla, excepto cuando realmente quiere ser escuchada:

 

—Boyfriend o no boyfriend?

 

Cortito y al pie, la máquina de callos directo al corazón. 

Claramente a Tina no le interesa que me cuide el cuerpo, lo más importante para ella es que me case. El problema es que si le tengo que explicar porqué no lo hice aún, probablemente se le funda el negocio por escucharme.

 

—You pretty, now or too late.

 

Con su inglés cascarudo se hace entender en dos palabras, yo con nueve años en este país no llego al poder de síntesis de esta mujer ni de coña.

Bravo, treinta años de filosofía a la guillotina en veinte minutos.

Lo positivo es que me dijo “linda”, lo negativo es que no importa cuánto le pague, jamás me devolverá la juventud que me arrancó en cinco minutos de sesión.

Lo cierto es que estoy luchando contra dos fuerzas que no podrán comprender la raíz de mi existencia: mi madre y Tina.

Dos mujeres que sufren al verme soltera, no feliz, soltera. 

Pero sufren porque no saben que para que exista un matrimonio (al menos en mí línea de tiempo), el compañero tiene que poseer la capacidad de poder verme sin ser afectado por sus propias experiencias. No sé cómo explicarle a Tina que la mayoría de los entrevistados me han ahogado en un volcán de aburrimiento hablando de sí mismos. Ya que para muchos, el amor tiene que ver con tener una compañía, no con la intimidad, que supera el ego de nuestros éxitos mundanos. El problema de la sociedad actual es la falta de registro del otro, una incapacidad paupérrima para percibir una energía que no coincide con la suya. E irónicamente, ese desencuentro es celebrado en el registro civil. Cuando en verdad, lo que deberíamos festejar es mirar hacia el mismo punto fijo, más allá de las diferencias que nos condujeron hasta ahí. Ergo, mi exigencia no es por la inteligencia emocional, sino por la sabiduría interior, que no está condicionada por los pensamientos que son pura y estrictamente construcciones sociales. 

En la actualidad, el amor romántico está bastardeado como muchos otros valores, ser víctima de este intercambio por tradición,  no condice con mi espíritu.

¿Pero cómo le explico esto a Tina para que me entienda?

Que el matrimonio en verdad es el final del ego y el comienzo del servicio, donde se esconde la verdadera perla del amor. 

 

—Too long single, no good—me dijo ella resumiendo nuestra charla de salón.

 

Y en esto último tuve que darle la derecha, si no tenemos a alguien que nos enfrente con nuestras fortalezas y debilidades terminamos enviciados con la comodidad de nuestros hábitos. Salvo que alguno de ellos sean excepcionales y te lleven a volar por el mundo sin sentir que necesitamos un espejo que nos marque el camino. 

 

Por muchos viajes más, ¡nos vemos en la playa!

 

Cecille.

 

 

 

 

 

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