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Sexo por doce dólares

No cualquiera puede sobrevivir al cinismo de una ciudad como San Francisco. Un sitio que alberga el nacimiento de casi todas las empresas tecnológicas, junto a sus empleados: ingenieros en sistema.
El exceso de inteligencia intelectual y la falta de sabiduría emocional ha hecho de esta city un laboratorio sin alma. Y si bien los descubrimientos científicos nos ayudarán a que tengamos hijos sin espermas; la deshumanización no nos llevará muy lejos, al menos no en el campo de las relaciones.
Ragazzi, nessuna preoccupazione…Ese tren bala de amor líquido me está pasando bien lejos. Esto no lo digo yo, sino Facebook cuando insiste en seguir enviándome hombres que buscan un atajo a través de las redes sociales. No voy a generalizar diciendo que la mayoría de las personas que te encaran virtualmente están quebradas, pero si me pongo a contar las bolitas, puede que llegue con lo justo. Empezando por mi ex que estaba casado cuando me tiraba los galgos por esta plataforma, y siguiendo por un joven iraní de treinta y cinco años que colecciona modelos por internet. Su nombre: Farzad; sus amigos: 357 mujeres.
¿Buen gusto? No hay dudas; amigos para jugar a la pelota: cero.


Mirando su foto de perfil parece un Dios persa que ha bajado a este planeta solo para darme de comer. Pero a no ilusionarse, el psicoanálisis argentino me ha llevado a someter a mis víctimas a un quirófano sin anestesia. Poniéndome el traje de simpática a la orden, confundiendo a mi candidato con una alegría inusual que pronto sacará a la luz un dron pulverizador con endosulfan.
La apertura de su conversación fue: — Qué hermosa sonrisa que tenés.
De creatividad mejor ni hablemos, ya que mi sonrisa ocupa siete octavos de mi cara y es un poco difícil no llevársela por delante.
Pero este jamás será un motivo de escrutinio, sino más bien su lista de amistades en Facebook; un panteón de rubias teñidas, mujeres exóticas, modelos internacionales y mucho beso con Botox apuntando a la cámara.
En la categoría de solteros, este califica por su superficialidad. Y sinceramente a esta altura, mi filtro es: cámara de gas o empujón del precipicio. Se me terminaron las fichas de contención para entender a un perdido más.

— Pero para nosotros, Ceci, los hombres…Todo entra por los ojos primero.

— Dejame que te ayude: segundo también.

— Soy un tipo que me cuido, quiero al lado una chica que se cuide como yo.

— Si, yo también, de decir barbaridades por ejemplo.

— ¿Vos podrías estar con un hombre gordo por ejemplo?

— Lo estuve, y así me fue. Pero no puedo culpar a su sobrepeso por su falta de amor. Si el vínculo se inicia por los físico creo que estás en serios problemas. Como por ejemplo, una base de datos de mujeres para el infarto y ninguna con la que te puedas quedar.

— Bueno, pero este no parece ser tu caso, veo que además de linda sos inteligente.

Estoy segura, creen que con esta frase es suficiente. Y mi personalidad lleva un poquito más de tiempo que quince minutos de messenger. ¿Podrá algún día lo insustancial abandonar mi vida?
Me quieren llevar a la cama halagando una personalidad que no conocen. Además de linda debo desprender un aire de “fácil de seducir”, ya que últimamente los approach han sido en su mayoría por las redes sociales.

— Ceci, tenés tres mil contactos en Facebook, es un poco difícil que no encuentres algún asesino serial que no fantasee con tu cara. Just saying. Me dijo Lucía ponderando una sociedad perversa.

— Mirá Farzad, no quiero ser radical, pero vos y yo tenemos menos chance de estar juntos a que vuelvan los Globertrotters a ser famosos.

— Pero no me conocés, ¿por qué decís eso?

— No te conozco, pero tu prontuario me dice que no califico.

— O sea ¿me estás juzgando por la cantidad de mujeres qué tengo en Facebook?

Lo cierto es que después de mi última ruptura amorosa, me divorcié de la virtualidad cuando del amor romántico se trata. Soy de las que escribe cartas, toma café en vivo y tiene teléfono fijo. Me he desvinculado por completo de la idealización que la tecnología ha creado alrededor de un ser humano que no conocemos. No solo que me parece arriesgado, sino peligroso. No un peligro de muerte, sino el peligro de que el individuo se esconda detrás del personaje que él mismo ha creado para lograr su objetivo. En un mundo que no favorece la intimidad y el compromiso, internet ha terminado de destruir las pocas migas que nos quedaban para reconocernos orgánicamente sin crear falsas identidades.
Por eso yo tengo una relación serial con Netflix, que me mata todas las noches con películas clase B, documentales de como hacer aviones de papel y series para el olvido. Por doce dólares me dijeron la verdad y no me estafaron emocionalmente.
¡Nos vemos en la cama!

 

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