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¿1984 0 2020?

 

Creí que la meditación me había ayudado a convivir con una raza en decadencia, en cambio, no los aguanto más: a los zombies que van con el barbijo puesto apoyando a un sistema que los quiere matar. Perdón, primero los quiere intoxicar con su propio dióxido de carbono, después  quiere causar ansiedad, seguido de una depresión y separación de gestos faciales, y por último pulverizarlos con las torres 5G para que desaparezcan del todo. ¿Y todo esto por qué? Porque a la sociedad con miedo la manejas de taquito. Esta misma gente es la que no se quiere enterar de la verdad, prefieren confiar en sus gobiernos, sus falsos líderes, la televisión y toda la basura que les vienen vendiendo desde los años cincuenta.

Son las mismas que salen a la calle a pelear una batalla racial sin fundamentos y sin saber qué están defendiendo. Les aprietan los puntos débiles activándoles el seno del sistema límbico y se amontonan en una contradicción patética después de acordar que el distanciamiento social era necesario para no esparcir el virus. Una incoherencia tan paupérrima que creo que las gallinas que criaba mi abuelo tenían más sentido común que esta gente. Qué empezó desde el día uno, cuándo vaciaron las góndolas dejándolas sin papel higiénico y sin comida, desfilando una escasa inteligencia emocional y una solidaridad en declive.

Harta de cruzarme con el rebaño adormecido que nos va a llevar a la vacuna obligatoria y al chip en el cerebro en menos de seis meses. Es por culpa de todos estos temerosos que el 1% del establishment nos está llevando al corral; estoy agotada de tener que defenderme frente a todos estos ineptos que me acusan de conspirativa, en vez de ponerse a investigar de cómo nos están robando el poco margen de libertad que nos queda. Cansada del individualismo y la ignorancia de un pueblo que no despierta por falta de recursos psicológicos. ¡Incluso hasta de percepción! 

Hay miles de videos y de fuentes legítimas de cómo estos tecnócratas están convirtiendo el mundo en una dictadura. Diciéndome cómo me tengo que comportar, a quién puedo ver, a qué hora puedo salir y qué me tengo que poner para no expandir mi inteligencia.

No los aguanto más, a cada persona que veo pasar con una máscara la considero parte del problema. Un problema que se está llevando mis derechos, mi tiempo libre, mis relaciones, mis posibilidades y mi libre albedrío. Hasta la zorra de que defiendan un sistema que JAMÁS los cuidó; desde los laboratorios farmacéuticos hasta el agua potable: llena de químicos y sustancias que debilitan nuestros puentes neuronales. 

Me discuten y me confrontan sin plantearse qué consumen y cómo, reclamando el imbécil protocolo como muletilla de un slogan para manipular idiotas. 

No soporto más la presión de tener que convivir con la falta de criterio de la humanidad que me rodea; gastada por escuchar campañas políticas insostenibles y discursos fraudulentos de cómo hay que abrir la economía de a poco, cuándo medio planeta se está muriendo de hambre.

¿Cuánto más vamos a tener que extender nuestra paciencia para que estos multimillonarios se sigan enriqueciendo con nuestra pobreza mental? Duplicando sus salarios mientras los jubilados no llegan a fin de mes. Me dan asco cómo quieren reducir la población, pero más repulsión me genera ver cómo la gente no hace nada, repitiendo patrones inexorables que en un pasado nos condujo a guerras mundiales. 

Me vale madre que me discutan sobre mis teorías del Nuevo Orden Mundial, pero por favor, no sean tan sentimentales a la hora de defender un paraíso inexistente que nos va a enterrar con la bandera en la frente.

 

¡Por el despertar de la consciencia! 

 

 

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